Capítulo 12

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-¡¿Cómo?! –él ahora sí que parece asustado.

-Bueno, no sé si le he llegado a matar –me justifico-. Le clavé el limpia cascos en el estómago y no paraba de sangrar y sangrar y sangrar.....

De nuevo las lágrimas aparecen convirtiéndose en un llanto tan fuerte que tengo la sensación de que lo están oyendo en la otra punta del mundo. Noto como reprime él su sollozo para calmar el mío. Pasamos allí gran parte de la noche. Cuando consigo dormir, surgen las pesadillas que me llevaban atormentando desde hace bastante tiempo y se incluye una nueva, el padre de Bruno medio muerto en el suelo del establo, delirando y teniendo espasmos demasiado horribles para quedarse observando.

A la mañana siguiente me despierto, cansada y agotada. No había descansado nada. La puerta se abre y Bruno deja la bandeja con el desayuno en frente de mí.

-No tengo ganas de comer –le digo sin mirarle.

-Me da igual –se sienta-. Tendrás que hacerlo.

No quiero discutir así que me tomo la taza de leche con muy poca ilusión.

-He ido al establo..... no había nadie..... –quita la mesita de entre los dos.

-¿Crees que me lo he inventado? –le chillo descaradamente-. ¡¿Piensas que estoy loca?!

-No, no, tranquila, no pienso que estés loca –me alivia-. Solo que se han ido.

Resoplo.

-¡Sabías que estaban allí y no viniste a buscarme! –le vuelvo a gritar.

-¡Pero qué dices! Si lo hubiera sabido hubiera ido a buscarte –me discrepa.

-Lo siento mucho –de nuevo lloro-. No quería matar a tu padre.

Me abalanzo sobre él para abrazarle.

-Tranquila, no le has matado.

-¿Cómo lo sabes? –me despego de él.

-Mi madre no puede con él.

-¡Tú sabías quien era los que me habían quitado la memoria! –vuelta a vocear-. ¿Por qué no me lo dijiste? ¡Me mentiste!

-¡No te mentí, solo que no estabas preparada para saberlo! –el también grita-. Primero tenía que encarrilar tu vida.

-¿Qué vida? –subo las manos-. ¡Si no tengo! No me acuerdo nada.

Le miro descaradamente. Pasan algunos minutos sin palabras. Percibo su enfado, no me mira y aprieta su mandíbula dando le un aire más terrorífico.

-Sabías lo que era la Transformación –vuelve mi tono a la normalidad.

-Sí, lo sabía y cuando lo supe, averigüé quien te lo había hecho.

-¿Por qué tuve que ser yo? No creo ni que existan esas cosas a las que llama "Eternos"

-Sí que existen –me deja perpleja, ¿él también creía eso? Esto era una familia de locos-. Estás hablando con uno.

Ahora sí que no salgo de mi asombro. "Espera, espera, espera, ¿eres un "Eterno"?, esto es increíble"

-Sí, mis padres también y Rosa.

-¿Hay alguien más? –ya me esperaba cualquier cosa.

-Sí..... tú.

-¿Aparte de yo? –no entiende mis indirectas.

-No lo sé –se acomoda y tengo la sensación de que me va a contar algo. Entonces yo también me acomodo y escucho-. Nosotros cuatro siempre nos hemos mantenido al margen de la sociedad. Nunca nos ha gustado estar con gente que no fuese como nosotros. Sabemos que hay más personas por ahí que son lo mismo pero nunca los hemos buscado. Lo malo de ser "Eternos" es que cada uno posee un don –frunzo el ceño en señal de más explicación-. Mi madre puede hacerse invisible.

"Claro por eso se cerró la puerta sin que yo no viera a nadie" me digo a mí misma.

-Mi padre tiene un metabolismo un tanto extraño, es inmune a cualquier enfermedad o herida, sin embargo el tiempo es el que le mata. Rosa puede mantenerse joven o convertirse en una anciana, aunque eso no quita que tenga treinta años más que yo.

-¿Y tú? –pregunto ilusionada, no sé por qué.

-Mi don es que puedo escuchar las mentes. ¿No había quedado lo suficientemente claro? –cuestiona con sarcasmo.

Muestro una sonrisa que me levanta el ánimo.

-Y ¿yo? ¿Qué don tengo? –dudo esperanzada.

-La verdad no lo sé. Tendremos que averiguarlo –me mira sonriendo y hace que me ruborice.

-¿Por qué me quieren borrar los recuerdos y a vosotros no?

-Ellos creen que los que no saben lo que son, son una amenaza.

-¿Por qué?

-Porque se puede descubrir muchos secretos que no se deben saber.

-¿Y por qué se llama la Transformación?

-Porque cuando te sometes a un lavado de cabeza dejas de ser un "Eterno" automáticamente. Es decir, morirás y no revivirás. Si lo piensas bien, vivir aislados de los mortales tiene una ventaja fundamental: no llorarás por la muerte de tus amigos. Sí, tú morirás pero volverás a nacer, pero tus compañeros morirán y se quedarán en la tumba.

Pensándolo así tiene sentido pero me parece triste que nos tengamos que ocultar del mundo. Bruno me cuenta que ha conseguido averiguar sobre mí. Mis padres eran Eternos, pero les borraron la memoria, así que ya no lo son. Tengo un hermano pero no se sabe dónde está. También me narra que encontró mi DNI tirado en el establo, se le tuvo que caer a su padre cuando se derrumbó en el suelo. Me llamaba Ana Fernández, tenía dieciséis años (uno menos de los que creía que tenía) y había nacido en España. Cuando hube sabido mi información personal no me sentí como tal. Me sentía como Zinnia y la vida que Bruno me había ayudado a construir. Ahora me daba cuenta que no quería ser Ana de nuevo, quería ser lo que era. Tal vez eso lo pensaba porque estaba enamorada de Bruno y era lo que me ataba a estar a su lado. Pero la vida en el campo y los animales me hacía feliz. Aún así, seguía teniendo curiosidad por lo que había hecho en mi vida o quién fui. Algún día lo descubriría.

-¿Yo sigo siendo Eterna?

-¡Claro! –me anima.

-Pero y si lo he dejado de ser, ¿seguirás con migo? –la duda me carcome por dentro.

-Me lavaría la cabeza por ti, aunque sea para estar muerto a tu lado. No podría vivir sabiendo que no volvería a verte –me derrito en cuanto escucho sus palabras.

Me abalanzo sobre él, fundiéndome en un beso tan placentero que es el comienzo de una aventura que es mejor quedarla en el recuerdo.

Continúan las dudas y el miedo a que el padre de Bruno regrese a por mí. Sin embargo ahora sé lo que soy y ya no tengo miedo a lo que pudo pasar antes de que renaciera, otra vez.



La Chica sin NombreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora