Prólogo

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Belén

Volví a tocar la puerta, llevaba esperando unos veinte minutos. Hace dos días que llamaba a Mauro y no atendía, me tenía muy preocupada.

Nadie abrió, así que no me quedó más opción que abrir la puerta yo misma, busqué en mi bolso alguna pinza o algo para meter en la cerradura, y logré abrirla con una traba de pelo. Esperaba no meterme en problemas por hacer esto.

En cuanto entré a la casa noté que estaba muy desordenado. En el living no había nadie, más bien en el primer piso, así que subí.

—¡Mauro!— lo llamé, pero nadie respondió.

Al caminar por el pasillo vi que no estaba muy diferente al primer piso, cosas tiradas, latas, botellas, aquí habían echo una fiesta. Vi que la puerta de la pieza de Mauro estaba abierta.

—Mauro, ¿estás acá?

Vi su celular tirado en el piso, trate de prenderlo, pero por lo visto no tenía batería. Lo dejé sobre un cajón y caminé hacia el otro lado de su cama, fue entonces cuando lo vi, tirado en el piso.

—¡Mauro!— rápidamente me acerqué.

Me agaché a su lado y lo moví, pero no reaccionó. Sabía que estaba vivo, ya que respiraba, pero no podía despertarlo.

—Mau, amor, despierta, por favor, Mauro.

Seguía sin reaccionar, así que llamé a la ambulancia, la cual en pocos minutos llegó y se lo llevaron, camino al hospital llamé a su madre.

Mauro estuvo en coma los siguientes días, había tenido una sobredosis, yo no hacía más que llorar, estaba aterrada de que hubiera podido morir.

—¿Cómo ha estado todo?, ¿Mauro?— preguntó mi mamá por el celular.

—Bien, el doctor dijo que no hay peligro de muerte.

—Eso es muy bueno, hija, ¿y tú?, ¿cómo has estado?, me preocupa que estés allá solita, sobre todo en esta situación.

—Ya sé mamá, pero estoy bien.

—No suenas bien.

—Bueno, mamá, no puedo estar en perfecto estado después que mi pololo casi muriera.

—...me preocupas.

—Lo sé.

—Pero no solo ahora, hace tiempo que me preocupas, hija, él no te hace para nada bien.

Ya había tenido esta conversación con ella, sabía sobre el problema de Mauro con las drogas, y como cualquier madre le preocupaba que me pasara algo por los problemas de él, pero yo quería ayudarlo, lo amaba y quería que estuviera bien.

Es difícil ayudar a alguien que no quiere ser ayudado, pero me había costado entenderlo, y me dolía un mundo saber que no podía ayudar a quien amo.

—Ya sabes lo que pienso, hija, no puedo obligarte a tomar ninguna desición, eres mayor de edad.

—Si...

—Pero solo recuerda que si algo te hace daño, debes soltarlo, tu papá te lo dijo, y de verdad necesitamos que pienses en ti, en tu salud, antes que en otra persona.

Amar a Mauro me había desgastado a un nivel que nunca imagine. Sus problemas habían pasado a ser míos, su tristeza, su ira, por momentos sentía que éramos una sola persona.

Quizá mis padres tenían razón, debía soltar lo que me hace daño.

Y eso era Mauro.

Sentí que mi corazón se rompió un poco cuando tuve clara mi desición.

—Señorita.

Levanté mi cabeza.

Una mujer vestida formal me estaba ofreciendo un paquete de paños desechables. Seguramente me había visto llorar.

—Gracias—dije, aceptando el paquete.

Ella mostró una sonrisa amable y se fue.

Unos minutos después volvió Sandra y Cande, habían ido a comprar algo para comer, estábamos hace varias horas aquí.

Fuimos a la cafetería, yo no tenía mucha hambre, pero me obligué a comer aunque sea la mitad.

Les dije que debía irme un rato, pero que volvería, me despedí y volví a la casa de los padres de Mauro, donde me estaba quedando hace dos días, armé lo más rápido posible mi maleta, solo me quedaba una cosa por hacer.

Cerca de las seis volví al hospital y entré a la sala donde estaba Mauro. Seguía tal cual lo había visto hace unas horas, aún no despertaba.

Entré y cerré la puerta a mi espalda, acerqué una silla y me sente al lado de la camilla. Me quedé observándolo, sus ojos, nariz, boca, quería grabarme su cara en mi mente.

Saqué la carta de mi bolsillo y la dejé sobre la pequeña mesa.

Bajé la mirada a su mano y entrelace nuestros dedos, en ese momento note un ligero movimiento en su mano, levanté la vista y vi como movió su cabeza y empezó a abrir los ojos.

—Mauro— dije suavemente.

Él miró en mi dirección.

—Belu, estás acá.

Sin poder controlarlo me empezaron a bajar las lágrimas.

—¿Por qué lloras?

—Por nada, solo...te amo, Mauro Lombardo.

Él sonrió.

—Te amo, Belén Ramírez.

Hice el mayor esfuerzo para controlar las lágrimas que querían seguir saliendo. Mi corazón se estaba rompiendo y él no lo sabía.

Levantó una mano y acarició mi mejilla.

—Sos hermosa.

Sonreí.

—Mm me duele la cabeza— dijo, poniendo la mano ahora en su frente.

—Tranquilo, vas a estar bien.

—Si tú lo dices, te creo.

Miré la carta en la mesa y luego a él.

—Mauro.

—Decime— me miró.

Nos miramos fijamente, hasta que me acerqué y lo besé, él me correspondió, pero no duró más de unos pocos segundos. Sentí como una lágrima bajo por mi mejilla y se pegó a la suya.

Acaricié su mejilla, quitando la lágrima. Él cerró los ojos, y sentí que estaba en paz.

Escuché la puerta abrirse, y al girarme vi a Sandra.

—Mauro, mi niño.

Retrocedí hasta la puerta, en ese momento iba entrando Cande, su hermana.

—Cande— me miró.

—¿Hace cuánto despertó?

—Hace un minuto, ¿Podemos hablar?

—Claro.

Salimos de la habitación.

—Me voy, Cande.

—¿Cómo que te vas?, Mauro acaba de despertar.

—Lo sé, perdón, pero...tengo que irme.

Me miró, analizandome.

—Entiendo...cuídate mucho.

—Tú igual.

Nos abrazamos.

—Que tengas un buen viaje.

—Gracias.

Me sonrió y luego entró a la habitación.

Antes que Mauro pudiera verme de nuevo, me fui, caminé a paso rápido para alejarme de la habitación.

Para alejarme del hospital.

Y alejarme de su vida.

𝑪𝑨𝑳𝑳 𝑴𝑬 𝑴𝑨𝒀𝑩𝑬 | 𝑫𝒖𝒌𝒊Donde viven las historias. Descúbrelo ahora