12. El amable

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        El encuentro inesperado
| Adara |

Tediosas.

Estas vacaciones de verano juraba que eran tediosas.

No hacía absolutamente nada, y me cansaba más al estar tirada en mi cama todos los malditos días.

Pero porque no quería.

La última vez que salí fue hace una semana con mis amigas.

Luego, me la pasé encerrada, pero eso terminó.

O intentaría que terminara.

Saldría a correr por el parque, un rato.

Para distraerme.

—Adara, ¿estás ahí?

Alguien tocó la puerta de mi habitación.

—¡Sip! —Me levanté de la cama para abrir la puerta.

Mamá. Era Sami.

Sonriendo —. ¿Te puedo pedir un favor?—Alzó las cejas—. ¿A donde vas vestida así?

Estaba con mi ropa deportiva, calza, top y zapatillas negras.

Reí—. Iré a correr un poco, ¿qué sucede?

—¿Podrías ir al supermercado, a traerme algunas galletas?

Levanté las cejas —. Claro, ¿de algún sabor en especial?

—Vainilla.

—Perfecto. Por cierto. —Indiqué con mi dedo índice hacia su dirección—. ¿Te pintaste el cabello? Lo tienes más castaño, o estoy loca —reí.

—Al fin alguien lo notó. Finn no tenía ni idea.

—Pues claro que no. Los hombres no lo notan. —Me encogí de hombros.

—Si, salió hoy y no le prestó atención o no se dió cuenta. —Suspiró rodando los ojos.

—Ya sabes cómo es. Bien, en un rato vuelvo. —Besé su mejilla suavemente—. Nos vemos luego.

Fui en dirección a las escaleras, tomé mi teléfono, las llaves y un poco se dinero que se encontraban en la mesa de la sala de estar.

Eran las 6pm, un perfecto horario para disfrutar de las vistas.

Abrí la puerta y la cerré con seguro. Guardé los artículos en el bolsillo derecho de mi calza y me transladé hacia el parque.

Pasaron como cinco minutos y ya había llegado. Estaba repleto de niños con sus madres en patinetas o con juguetes, pero estaban todos en la sección de juegos.

Decidí correr un par de vueltas, como unas veinte o menos.

El viento chocaba con mi cara, haciendo que mi coleta se tirara para atrás, cada ve me despeinaba un poco más, aparecían mechones de cabello alrededor de mi cara.

Mientras trotaba, admiraba el paisaje de este hermoso lugar, las palmeras echándose hacia atrás, el océano de color azul moviéndose por la brisa.

Ya era como la vigésima vuelta, y sentía que estaba por desmayarme, y lo peor, es que no había traído agua.

—Carajo —me quejé en voz alta.

Sentía que me moría. Tal vez la gente que corre más seguido, se ríe de mi, pero mi cuerpo estuvo dormido por una semana casi y media, así que no podría hacer lo que haría habitualmente.

Caminé un poco más y no dudé en frenarme cuando mis ojos presenciaron eso.

Juro que esto tiene que ser una puta broma.

AMOR ENTRE MENTIRAS | PROCESODonde viven las historias. Descúbrelo ahora