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Los años pasaban y los sentimientos que Camie tenía por Katsuki no hacían más que aumentar con fervor

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Los años pasaban y los sentimientos que Camie tenía por Katsuki no hacían más que aumentar con fervor.

A diferencia de sus otros amigos, Camie había agarrado cierta confianza con el cenizo conforme pasaba el tiempo. Se había vuelto un poco extrovertida y pegajosa, pero lo que más destacaba de ella; era su amigable forma de ser.

Ella, por supuesto, aprovechaba los momentos en los que Bakugou se comportaba un poco dócil–por no decir menos amargado–para reforzar su amistad. Ya sea con sacarle conversación y acercarse más físicamente, hasta el punto de llegar a los abrazos imprevistos que siempre hacían escandalizar al rubio.

Camie ya se consideraba su mejor amiga.

Pero como dicen: todo lo bueno tiene un final.

Izuku siempre llegaba y arruinaba el momento, rompiendo la tensión que se formaba entre ellos y robandole la atención del cenizo. Tenía un encanto para hacer que el chico cayera a sus pies en un instante, cosa que ella se esforzaba en lograr algún día.

Con respecto a lo que hacía Camie, Izuku no se quedaba atrás, pues no era extraño verlo pegado al rubio cual chicle, y ya que se conocían, prácticamente, desde los pañales, al pecoso no se le dificultaba ni en lo más mínimo acercarse más de lo común al chico.

Camie era muy consciente de ello, lamentándose a diario; no podía evitar los inevitable, mucho menos sería capaz de romper una gran amistad como lo era la de Katsuki e Izuku.

Aún si habían claras banderas rojas en ésta.

Porque, aunque trataba de ignorarlo, notaba que, cada vez que Izuku se iba algún lado sin Katsuki, ya sea para estar con sus otros amigos o deber ir a un lugar, el cenizo cambiaba su semblante habitual a uno más sombrío, triste, y hasta más amargado que de costumbre.

El chico se hacía el fuerte, como si no lo afectara en lo absoluto, pero para ella no era difícil deducirlo, no cuando Izuku le sacaba sonrisas tan sinceras y éstas desaparecían cuando el peliverde se iba de su lado.

Y ahí es donde ella aparecía, porque siempre estaba ahí, para ser el consuelo que el chico tanto necesitaba, o al menos así lo veía ella. Y aunque lograba subirle el ánimo al más alto con su chistes fáciles de recordar, coqueteos de broma–no tan broma– y sus abrazos de oso repentinos, la tristeza era notable en el chico, aún si éste se esforzaba en disimularlo.

Le dolía verlo así, y odiaba como Izuku ni se daba cuenta de aquello.



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