4: El desfile

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Si había algo que odiaba más que a Snow y el Capitolio, era mi equipo de preparación. La misma gente que me había vestido para mis primeros juegos me estaba preparando para el desfile de tributos, y no dejaban de hacer comentarios de lo empeorado que estaba mi aspecto desde la última vez. Podrían decirlo a mis espaldas, eso no me importaba. Pero decírmelo a la cara era un nivel de descaro al que nunca pensé que llegarían. 

Si hubiera estado en otra situación, les habría dicho una o dos palabras, pero teniendo en cuenta que ellos se encargaban de no ponerme en ridículo en televisión, decidí callarme la boca. 

—¡Venga, más rápido! El vestido está a punto de llegar —Promesio, un hombre de lo más insoportable, no dejaba de reñir al resto del equipo de preparación. Su corte de pelo de casco seguía igual de blanco que el año anterior, con las puntas azules. Pero aquella vez se había hecho una especie de pico en la frente que le quedaba todavía peor. No podía verse más ridículo. 

Mientras Claudiana y Casimiro me ponían cuidadosamente unas extensiones en el pelo y empezaban a atarlo en una larga trenza, Promesio salió del cuarto para volver con lo que llevaría en el desfile. 

Era mucho mejor que el que había llevado en mis juegos. Me habían hecho llevar un vestido hecho con granos de harina de verdad que se abrían y me llenaban de sangre falsa. La idea era divertida, pero nunca me había puesto nada que picara tanto.

Al menos el que me habían traído, era más metálico. Dorado. La falda estaba hecha de un material que simulaba la hierba seca de mi distrito. No estaba mal. O eso pensé hasta que me lo pusieron, y la parte de arriba de metal me apretó los brazos y el cuerpo entero. 

 Promesio se había dado cuenta de la reacción y dijo:

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 Promesio se había dado cuenta de la reacción y dijo:

—Has engordado desde la última vez. No nos mires así, no es nuestra culpa.

—Bueno, es que ahora tengo comida para alimentarme. No se si estabas al tanto de eso.

—Si —dijo él, mirándome de arriba a abajo— Creo que demasiada.

—La última vez que estuve aquí estaba esquelética y muerta de hambre. Apenas podía sostenerme sobre mis piernas de lo delgada que estaba. ¿Y crees que así estaba mejor? Empieza a preocuparte por tus propias lorzas, Promesio. Porque a mi no me molestan las mías, pero veo que a ti te disgustan. 

Promesio abrió la boca para contestar, pero no salió ningún sonido de ella. Luego, se fue corriendo hacia uno de los espejos para asegurarse de que no tenía grasa en la tripa ni en la cara. 

—Ugh, ¿en serio tengo lorzas? ¡Había ido a que me quitaran la grasa corporal! 

—Imbécil —susurré. Pero él lo había escuchado.

—¿Es que no te importa la estética?

—No.

—Pues debería, si quieres sobrevivir otra vez. A nadie le atraen los tributos gordos.

Búscame en el aguaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora