2: La segunda cosecha

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No sabía cuánto tiempo pasó desde ese día. Pero llegó el día de que el presidente Snow anunciase el nuevo evento del año: El Vasallaje de los Veinticinco. Era el tercero que se celebraba, y el presidente se estaba preparando para anunciar que sería lo especial de ese Vasallaje.

Raldo me había convencido de tenerle en casa. Le dejé, solo porque era una noche importante. Me sentí mal por los niños que saldrían cosechados para esos juegos. Los Vasallajes eran mucho peores que los juegos corrientes.

En el primero, por lo que había entendido, los ciudadanos de cada distrito habían tenido que votar por quienes serían los tributos de sus distritos. En el segundo, cosecharon el doble de tributos. 

Encendimos la televisión. El presidente Snow estaba en pantalla, dando su sermón de siempre. 

 —Deja eso. —advirtió Raldo. Mi reacción no fue inmediata, pero dejé la botella en el suelo lentamente.

—...el Primer Vasallaje, para recordar que fueron los distritos aquellos cuya rebelión condujeron a la violencia y a la introducción de los Juegos del Hambre, cada distrito tuvo que votar por sus propios tributos. 

El presidente siguió con el discurso. Me había perdido el principio pero no importaba. Raldo me lanzo una última alerta para que no hiciera nada y esuchara en silencio.

—En el Segundo Vasallaje, para recordar que por cada ciudadano muerto del Capitolio, habían muerto dos de los rebeldes, se llevaron el doble de tributos de cada distrito.

Debió ser horrible, pensé, tener que pelear entre tanta competencia.

—Este año, como recordatorio a los ciudadanos de los distritos que incluso el más fuerte de entre ellos no puede vencer el poder del Capitolio, los tributos serán seleccionados de entre el grupo de vencedores ya existentes de cada distrito. 

Pum. Ahí se había quedado. El Presidente Snow iba a mandar a los vendedores a la arena. Solo quedaba una mujer viva entre los vencedores de mi distrito, la otra murió el invierno pasado.

Iba a volver a la arena. 

Cogí la botella del suelo y se la lancé al televisor. Raldo se levantó del sofá inmediatamente, pero se acercó tanto que terminé por pegarlo a él también. Raldo se apartó, cubriéndose la nariz con las manos.

—Diablos. Tienes un problema con golpear narices, Anlieese.

—Voy a volver. —dije, con la respiración agitada— A la arena. Voy a volver a la arena. 

—Lo sé...

—Puede que tú también. 

Raldo suspiró.

—Lo sé.

Respire hondo, y me quedé mirando al techo. Empecé a contar. Una, dos, tres... una, dos, tres... me ayudaba a relajarme.

—Está bien, voy a morir.

—No puedes decir eso.

—No, da igual. —dije con el tono más sereno que pude— No pasa nada. No tengo nada que perder.

—Anlieese...

—Raldo, no. Cállate. Lo sabes tu, lo se yo, y lo sabe todo este maldito pueblo. Si lo piensas, es una buena manera de acabar con mi sufrimiento.

—¿Y revivir tus traumas cuando llegues a esa arena? —se me cortó la respiración por un momento. 

—Me aseguraré de morir en el baño de sangre.

Búscame en el aguaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora