II

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El vuelo privado en el avión de negocios, Dassault Breguet Falcon 50, salió a la hora acordada, sin retrasos, desde la pista 09-27 del Aeropuerto Internacional de Maiquetía Simón Bolívar, vía Curazao. El viaje duraría aproximadamente seis horas y media. Era un lindo miércoles para tomarse el resto de la semana para descansar.

En su asiento de costumbre, el señor Juan Miguel Miranda viajaba con una carta en la mano, que le había sido entregada por un mensajero justo antes de abordar el vuelo. Poca importancia le dio, ya que era consciente de que serían malas noticias, y justo por eso estaba añorando tanto ese escape de la cotidianidad. Al recibir la cordial invitación por parte de la agencia de viajes para pasar tres días y dos noches en el Hotel Hilton de Curazao, ya conocido por él, no dudó dos veces en aceptar el maravilloso plan para despejar la mente. Al ser un importante comerciante influyente en toda Venezuela, dueño de una mina de oro en Guayana e inversionista de alto calibre de grandes empresas ubicadas en la capital venezolana, aún gozaba de una posición que, a pesar de la crisis económica asomada en puerta, le permitía darse ciertos lujos.

Luego de tomarse un whisky escocés seco de dieciocho años, cerró sus ojos para tomar una siesta. Sin darse cuenta, ya estaba siendo levantado por la asistente de vuelo, quien le daba la excelente noticia de su arribo hacia la hermosa Isla de Curazao. Lo estaban esperando para llevarlo a él y sus pertenencias hacia las instalaciones del hotel. Al bajarse del avión, fue recibido por el cálido beso de los vientos caribeños. Respiró profundo, miró alrededor y caminó hacia la limosina que lo llevaría a destino.

El trayecto desde el Aeropuerto Internacional Hato hasta el 2133 del Bulevar John F. Kennedy, en la Bahía Piscadera al sur de la isla, se llevó con total normalidad. Estuvo doce minutos recorriendo la isla y observando su hermosa arquitectura colonial característica.

—¡Bienvenido, viejo amigo! —El presidente del Hotel Hilton lo esperaba en persona para recibirlo.

—¡Hermano mío! —Con los brazos abiertos, se acercó al señor Di Giorgio y, luego de un gran abrazo fraternal, inició su travesía caribeña.

—Cuéntame, Juan Miguel, ¿qué te trae por la acá?

—Tenía que despejar la mente. ¡Por cierto! Gracias por la invitación con la agencia de viaje.

—¿Invitación? no sé de qué estás hablando.

—La de tres días y dos noches pagas... pensé que eras tú.

—No importa, amigo, sabes que trabajo con muchas agencias y, tal vez, simplemente no me dijeron nada. Lo importante es que estás aquí. ¿Te acuerdas de aquel tema que hablamos hace semanas? ¡Pues enhorabuena! No pudiste llegar en mejor momento... acomódate, descansa y luego hablamos.

La alfombra multicolor le daba un aspecto coral al suelo de la habitación. Dejó sus pertenencias en la mesa de la esquina, abrió la gaveta y guardó sus pastillas para la presión arterial. Mientras preparaba la tina con burbujas, pidió un whisky al servicio del cuarto. Innecesariamente, su cabeza viajaba de vuelta a todas sus preocupaciones en Venezuela mientras se relajaba en el baño. Con el dólar subiendo y el presagio del final de la llamada Venezuela saudita, todos los comercios se estaban viendo afectados. Además, la facilidad de conseguir oro en las zonas de conflicto africanas dificultaba el comercio internacional del oro suramericano. Salió de la tina y, al mirarse al espejo, casi no reconoció aquel viejo rostro cansado. Se peinó el poco cabello que la calvicie le dejaba y se acomodó el tupido bigote que lo caracterizaba. Después de ponerse un relajado atuendo caribeño, decidió ir al lobby e intentar disfrutar.

Caminando a través de las zonas comunes del hotel, decidió fumar un habano cubano. Con el whisky en la mano, observaba los hermosos paisajes de las playas mientras de fondo se podía escuchar el casi musical sonido de las olas chocando, en su eterno y constante baile impredecible.

NOVELA OPERACIÓN: JEQUE MATEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora