El viernes, cuatro días después de que Al Tamini desapareciera, el inspector Márquez y Andrade se separaron para poder abarcar más puntos de la investigación. El primero iría a la casa de Estiben, ya con la orden. El otro, al prostíbulo. Quedaron en verse al terminar, en el Hotel Tamanaco, para revisar la habitación donde se había quedado Frank Miller. Previamente, habían llamado, dando la orden explícita de que no se usara ese cuarto. Por suerte, no había sido utilizada desde que el huésped se retiró.
El inspector Andrade llegó al prostíbulo, lo estaba esperando Priscila con su amiga.
—Hola, Priscila, gracias por llamar —saludó y se dirigió a la otra chica que estaba en el salón—. Buenos días, mi nombre es Andrade.
—Buenos días, inspector, me llamo Flor. —Era una chica joven, de entre diecinueve y veinte años, con pelo ondulado, que lo mantenía en su lugar con fijador de pelo; tenía la cara perfilada y delgada; estaba vestida con una minifalda y una blusa de lentejuelas, bastante atractiva, pero con semblante triste.
—Flor, agradezco lo que estás haciendo. Eres muy valiente. ¿Sabes por qué Mía te llamó a ti?
—Esos días ella fue muy amable conmigo, y hablamos mucho. Se hizo mi amiguita.
—¿Puedes contarme más?
—Claro. Cuando nos entrevistó, ese día estaba pasando por un mal momento: mi mamá había sido golpeada por el maldito hombre con el que vive en el rancho, en lo alto de los cerros, donde ellos son la ley. No pude hacer nada, solo ver cómo la bestia esa le pegaba sin parar. Intenté meterme, pero me gritó que si me metía, sería la siguiente, y mi mamá también me gritó que me alejara.
—¿Por qué no pusiste la denuncia?
—Es un chiste, ¿verdad? Inspector, con todo el respeto que se merece, nosotros, los pobres, no les interesamos a ustedes. Hoy está aquí porque fueron unos ricachones los que fueron afectados. Sabe que esto y más ocurre todos los días en los cerros y nunca pasa nada. Quién pondría una denuncia, para ser ignorada por ustedes, y quedar como un soplón. Los muertos de los cerros los enterramos nosotros, inspector. Ustedes no saben nada de lo que se vive allá. Más bien, mi mamá y yo nos consideramos afortunadas. Sabemos pagar por los favores a los hombres correctos, si sabe de lo que hablo, y el resto nos dejan tranquilas. —El inspector Andrade hizo una mueca de aprobación y de frustración al mismo tiempo; no pudo decir nada en contra de su razonamiento, sabía muy bien a lo que se refería. En su adolescencia había sufrido la indolencia policial en carne propia.
—Siga, por favor.
—Estaba llorando de frustración. Mía se me acercó, me secó las lágrimas y me preguntó qué me sucedía. Necesitaba sacar todo eso y ella me escuchó pacientemente, aunque no la conocía. Su mirada preocupada me permitió liberarme de todo aquello. Cuando terminé, no tenía más lágrimas para sacar y me ofreció el trabajo. Nos buscó al otro día aquí y, cuando me vio, me dijo que me tenía un regalo especial. Me regaló esta gargantilla —dijo y se tocó la pequeña cadena de oro, con un dije en forma de rosa, mientras sonreía—. Me dijo: «Una flor para otra flor». Nos sentamos, nos dio esos vestidos todos raros y las instrucciones. Al llegar al hotel, me cogió de la mano para que me quedara a su lado y que compartiéramos habitación. Los siguientes días siempre me trató muy amable, al igual que a las demás, pero a mí me encantaba sacarle conversación.
—¿De qué hablaban?
—De todo un poco: comidas favoritas, artistas y cosas así, triviales. Me preguntaba mucho sobre mi futuro, que si quería seguir haciendo esto todo el tiempo, intentando alentarme a que buscara algo mejor para hacer con mi vida.
—¿Te contó algo de ella?
—Siempre que intentaba abordar el tema de su vida, lo cambiaba. Pensé simplemente que era reservada, pero al final era como mi jefe.
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NOVELA OPERACIÓN: JEQUE MATE
Mistério / SuspenseNovela terminada: Un país con sus ya acostumbrados y usuales problemas económicos es sorprendido con la presencia de un hombre que se hace pasar por un jeque que se acerca a Caracas, Venezuela, para invertir millones de dólares en diversos proyecto...