VII

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Los inspectores Andrade y Márquez llegaron a la comisaría el miércoles por la mañana, dos días después de que habían llamado al inspector Márquez. El director los estaba esperando.

 —No sé qué tanto podamos seguir con esta investigación.

 —¿De qué está hablando director?

—Si has visto las noticias, sabrás por qué. Los empresarios están siendo el hazmerreír de la nación y no quieren ser expuestos como unos imbéciles. Nadie quiere hacer una declaración seria. Solo Juan Miguel Miranda está dispuesto a cooperar.

—Prefieren perder su dinero antes que denunciar al estafador.

—Ya han retirado cuatro denuncias. De todas maneras, les voy a pedir que los interroguen; díganles que será confidencial y que si no quieren, no hagan la denuncia oficial, pero que ayuden con la investigación.

—¿Cree que cooperarán?

—Tocar no es entrar.

—Hoy vamos a interrogar al ingeniero Miranda.

—Llévenlo a la sala de interrogación. Si no tienes nada en contra de él, tienes que soltarlo mañana; no podemos retenerlo sin ninguna prueba.

—Él no es culpable, jefe. Lo sé, pero nos va a aportar mucho.

—¿Por qué lo encerraste?

—Es un hombre bastante nervioso, soltará la lengua más fácil si lo creemos implicado.

Los inspectores Márquez y Andrade se dirigieron a la sala de interrogación con café en mano. Juan Miguel llegó a la sala, escoltado por dos oficiales. Con grandes ojeras, pelo despeinado, y asustado hasta más no poder, se sentó con los inspectores. El silencio se hizo presente hasta que el ingeniero Miranda los miró con temor en sus ojos, pidió café y un cigarrillo para calmar sus nervios. Inhaló profundamente el cigarrillo y habló.

—Tiene que saber que yo no soy culpable. A mí también me engañó el muy hijo de puta.

—O sea que no eres estafador, sino pendejo —dijo el inspector Andrade.

—Les contaré todo. Desde el inicio.

—Estamos ansiosos.

Juan Miguel inició. Les contó del viaje a Curazao y de cómo conoció a Al Tamini, del oro que le regaló y todos los detalles de la reunión.

—¿Ese tal Di Giorgio no será su cómplice?

—Lo dudo. Es el gerente del hotel, tiene más de treinta años en ese puesto. Aunque todo es posible, ¿no?

—Tú qué crees.

—La verdad, lo dudo. Si averiguo que está implicado con ese canalla, voy a Curazao y yo mismo lo mato.

—¿No te parece raro haber recibido una invitación para ir a Curazao de repente?

—Bueno, no. Muchas veces llegan invitaciones de varias agencias para conocer nuevos hoteles. Saben que somos empresarios que montamos eventos. Eso les da la posibilidad de mostrarnos el lugar e intentar convencernos de hacer eventos allí.

Otras veces es simple cortesía por ya haber realizado un evento.

—¿Pero no fue de parte de Di Giorgio?

—No. Al llegar le pregunté y me lo negó.

—¿Tienes la invitación?

—Creo que la tengo en mi casa, si pudiera mostrártela... —Siga, por favor —dijo el inspector Márquez.

NOVELA OPERACIÓN: JEQUE MATEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora