Prólogo

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          Tenía tan solo nueve años cuando descubrí el significado de la muerte. Sentada en una silla frente a un ataúd en una fría y aterradora funeraria.

Cualquier persona que me viera tal vez pensaría que yo era un fantasma, una niña sola en la madrugada sin quitarle la vista al ataúd en dónde reposaban los restos de su querida madre, era la cosa más deprimente que podías ver en ese instante.

Mi padre me dijo que la muerte es algo inevitable, que los seres humanos tenemos en común con absolutamente todas las formas de vida y que en algún momento nosotros también moriremos...

Que nosotros en algún momento dejaríamos de vernos.

Supongo que esa fue su forma sutil de decirme que también me abandonaria.

Ocurrió dos años luego del fallecimiento de mamá, dijo que iría de vacaciones con mis abuelos, yo emocionada aliste mis maletas, tome el oso de peluche que me regaló mi madre antes de fallecer y me subí al auto.

Fue un viaje largo, aunque no por eso fue menos divertido. Papá era un hombre que siempre me hacía reír, era amable, dulce y alegre.

Aunque su humor a veces podía ser una mierda, yo lo adoraba.

Casi nunca tenía tiempo para mí, él era un hombre muy avocado a su trabajo y luego de la muerte de mamá se aferró más a eso.

Durante el viaje nos detuvimos en varios lugares, hacíamos cosas divertidas, cosas que habíamos dejado de hacer luego de la muerte de mamá, como ir a la playa, al cine, montar a caballo, a pescar, lanzarnos globos con agua e ir a varias ferias y parques de diversiones.

Él se estaba despidiendo y yo no lo comprendía.

Cuando me dejó en el taller donde mi abuelo trabajaba, pensé que todo estaba bien. Corrí emocionada a los brazos del hombre que me enseñaría las más grandes lecciones de mi vida.

Suelo pensar que mi padre tomo la decisión correcta al dejarme con ellos. Sin embargo, en ese momento yo no lo comprendía. Ver su auto alejarse por la carretera fue doloroso, nunca dijo adiós propiamente, solo se fue, yo pensé que volvería.

Pero cuando nunca regreso por mi, entendí que me hizo a un lado.

Con el pasar de los años deje de echarlo de menos, deje de llorar, ya no pensaba tanto en él, pero no por eso el dolor dejaba de existir. Sentía que él nunca me quiso realmente. Mi abuelo, trato de hacerme entender que a veces hay personas que tienen una manera dañina de amar y que aunque mi padre me amaba necesitaba estar lejos de mi por un tiempo y que no debía guardarle rencor.

Crecer con mis abuelos fue bastante agradable, solía divertirme mucho con ellos y no fui la típica adolescente busca problemas.

Viví con ellos hasta los dieciocho años, entre en la Universidad y tuve que mudarme. Lloramos un poco al separarnos y por mis nuevas ocupaciones casi nunca tenía tiempo para verlos. Mi abuelo compro el taller donde trabajo durante toda su vida y cuando la abuela tristemente tuvo que partir de este mundo, regrese a su lado.

Deje atrás mi agitada vida en Los Angeles y permanecí junto a mi querido abuelo durante cinco años, le ayudaba en el taller de mecánica llevando la contabilidad y administrando el lugar, aunque también había aprendido mucho de mecánica. Pensé que mi vida era perfecta, tenía citas ocasionales y la pasaba bien, no quería una relación estable. Eso era algo que constantemente me reprochaba él.

Para su alegria, a unos pocos meses de haberme mudado de regreso al pueblo, conocí a un hombre,  comenzó a trabajar en el taller y se llevaba muy bien con mi abuelo.

Al principio fue bastante difícil mi trato con él, tenía un carácter áspero y hostil la mayor parte del tiempo. Pero su actitud sobreprotectora y amable poco a poco me fue gustando, todo comenzó con sexo ocasional y llegamos al punto en que eso dejo de ser así. Con él todo era una aventura.

Una divertida y agradable.

Me encantaba estar a su lado, aunque a duras penas lograba decirme un te amo. No era bueno con las palabras bonitas, era más de demostrar su amor con acciones. Cuando cumplimos dos años de relación paso lo que nunca me imaginé que pasaría.

Frente a un lindo lago en medio de un bosque me pidió matrimonio, siempre pensé que eso no pasaría con él, pero si paso. Nos casamos, fue una boda sencilla, no fue realmente como siempre la soñé, pero era perfecta y maravillosa.

Quisimos tener un bebé al año de casados y eso no estaba resultando, fue difícil para mí afrontar el hecho de que me era casi imposible quedarme en estado. Mi esposo era mi apoyo incondicional, nos centramos en pasar más tiempo juntos, en divertirnos y aprovechar nuestra vida, era feliz a pesar de todo.

Y digo, era, porque mi vida o mejor dicho la vida de todos estaba apunto de dar un giro arrasador. 

Los muertos ya no se quedaban muertos... Cuando el caos invadió nuestro pueblo, yo estaba en un centro de asistencia médica, solo dos días atrás una prueba de embarazo resultó positiva, me emocione mucho y en ese lugar me dijeron que efectivamente tenía tres meses de embarazo, sonreía feliz mirando la ecografia sin saber los horrores que había afuera. Nunca fui regular con mis periodos y pensé que tenía menos tiempo, que solo había engordando porque comía mucho últimamente.

Cuando los medios de comunicación dejaron de funcionar y el sistema de emergencia se activo, un miedo inevitable se apoderó de mi.

Yo no sabía a lo que me tendría que enfrentar después de ver cómo esas cosas arrebataron a mi abuelo de mis manos. Nunca en mi vida había gritado tanto, fue tan doloroso que estuve días sin pronunciar ni una sola palabra o comer.

Supongo que yo también deseaba estar muerta, pero tenía que aferrarme a la idea de que sería madre y mi bebé me necesitaba. Cuando finalmente pude hablar, lo primero que hice fue decirle a mi esposo lo que me estaba pasando, espere que se emocionará y no fue de esa forma.

Rechazo a nuestro bebé.

Lo rechazo y sugirió que tal vez era mejor no tenerlo, yo no iba a hacer tal cosa y eso solo generó más problemas entre ambos.

Creo que no estábamos hechos el uno para el otro después de todo y el fin del mundo me lo dejo ver.

Mutants ||  Daryl Dixon || (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora