HORAS MÁS TARDE
CASA DE LISA
Lisa abrió las puertas del refrigerador con ambas manos y sonrió suavemente al encontrarse las dos copas con Bavaroise de fresa en su textura ideal. Sus manos se extendieron hacia adentro y tomó cada copa entre sus manos, para poder llevarlas a la pequeña isla al centro de la cocina, donde Rosé esperaba emocionada, con un plato de fresas, galletas semi molidas y chocolate rallado.
— Se ve muy delicioso. —dijo Rosé, con los ojos brillantes, al ver las dos copas ser colocadas sobre la isla.
— Y eso que aún falta decorarlos. —comentó Lisa, empujando las copas en dirección de Rosé—. Adelante, te daré el honor de ponerle las fresas y el topping.
Rosé, asintió energética empezando por colocar primero una cama de galleta en cada copa y sobre ella las fresas, seguidas por el chocolate rallado.
— ¿Así está bien?. —preguntó, indecisa de su decoración.
— Está perfecto. —respondió Lisa, con una sonrisa—. Felicidades, has hecho tú primer postre.
— ¡Yei!. —festejó Rosé, dando pequeños aplausos—. ¡Le voy a tomar una foto y se la enviaré a mis padres para decirles que ya puedo cocinar!.
Lisa, soltó una risita al verla tan emocionada mientras tomaba una foto con su teléfono, seguido de teclear un nuevo mensaje para sus padres.
— Para aprender a cocinar aún te falta mucho. —señaló Lisa, quitándose el delantal de cocina y llevando al gancho a un lado de la ventana.
Un suspiro salió de sus labios al enfocar su mirada en el cristal y ver cómo el sol empezaba a meterse al mismo tiempo que el cielo se teñía de un fuerte color naranja, que bajaba hasta la hilera de árboles de dividía a la academia de la villa y los bañaba desde la copa hasta la raiz. Era una vista digna de admirar por horas, hasta que desapareciera al entrar la noche.
Cuando vivía en Tailandia, solía pasar las tardes en la terraza del edificio donde su apartamento se encontraba, con una lata de cerveza en la mano o un cigarrillo a medio fumar, mientras veía cómo el cielo se llenaba de brillantes colores que le daban la bienvenida a las noches tristes e inciertas que solía vivir.
Ahora, los atardeceres ya no la llenaban de melancolía, sino de ganas por querer despertar al día siguiente y ver de nuevo el sol, lleno de deslumbrantes colores que atraían la atención de los buenos observadores.
— ¿Entonces que piensas?. —la voz de Rosé, la sacó de sus pensamientos—. ¿Crees que pueda enseñarme?.
Lisa, negó con la cabeza alejando sus pensamientos antes de girar sobre sus talones y observar a Rosé, quien la veía esperando una respuesta.
— Lo siento, ¿Podrías repetirme lo que dijiste?. —pidió con pena—. Estaba distraída y no pude ponerte atención.
— Tranquila, está bien. —Rosé, sonrió suavemente, tomando asiento en el taburete frente a la isla—. Te estaba diciendo que si tú crees posible que tú padre pueda darme clases de cocina los días domingo por las tardes.
— ¿Por que quieres clases de cocina?. —preguntò Lisa, caminando hasta tomar su lugar frente a Rosé—. Tengo entendido que la academia les proporciona sus tres tiempos de comida y dos refacciones al día durante los 7 días a la semana, así que no tendrías la necesidad de cocinar.
— Lo sé, pero quiero hacerlo. —Rosé, dijo usando un tono de voz serio y bajando la mirada a la copa de Bavaroise frente a ella—. Toda mi vida he vivido rodeada de personas que hacen todo por mi, personas que se encargan de arreglar mi habitación, escoger mi ropa, preparar mi comida y darme todo lo que desee sin siquiera mover un solo dedo. —empezó a explicar—. Cualquiera adoraría tener algo cómo eso; pero no es mi caso. Porque durante todos estos años, esas acciones solo me han hecho sentir cómo una persona inútil que no se sabe valer por si misma. Por ello quiero aprender a cocinar y llenarme de conocimientos básicos que le ayudan a los seres humanos a subsistir y demostrar así que sirvo para algo más que dar órdenes cómo mis padres esperan.