Desde que tenía memoria, Matheo recordaba cómo su madre lo llevaba al teatro de la ciudad cada fin de semana para ver alguna obra. Al principio, solía quejarse; a ningún niño pequeño le gusta hacer lo que un adulto les dice, pero más adelante se dio cuenta de que el teatro era su pasión, llegando así a un punto en su adolescencia en que se escapaba de las clases para asistir a ver alguna que otra obra.
Su madre lo describía como un buen chico. Al principio, cuando ella se enteró de que Matheo faltaba a algunas clases para ver teatro, no le molesto, sin embargo, conforme sus notas empezaron a bajar, ella comenzó a vigilarlo constantemente, apuntándolo así a clases de repaso después del instituto, haciendo que sus escapadas culturales se esfumaran.
Para cuando cumplió 15 años, las notas de Matheo eran excelentes, pero no era feliz. Su madre también lo notaba; lo veía deprimido, con una expresión triste en el rostro y ojos apagados. Fue entonces cuando su madre hizo un comentario que lo hizo el chico más feliz del mundo, le meciono las clases de teatro y rapidamente Matheo comenzo a asistir a las clases. Su rostro volvió a lucir aquella sonrisa de niño, mostrando todos sus dientes. Asistía a sus clases de teatro los lunes y jueves después del instituto, regresando a casa con anécdotas para compartir con su madre, quien estaba más feliz que él.
A pesar de ser nuevo en el mundo de la actuación, su profesor sabía que Matheo tenía un talento innato y confiaba en él. Dos clases semanales no eran suficientes para Matheo, así que el resto de días, siempre que podía, iba al teatro por la noche con su madre, quien ahora también disfrutaba de ver espectáculos de ballet.
Al cabo de dos años, Matheo había realizado un total de 6 obras. Sus tres mejores papeles habían sido en obras de William Shakespeare, interpretando a Romeo, Hamlet y Macbeth.
***
— Me he dejado las ultimas paginas del guion en casa... — dijo Matheo, hojeando su guion antes de entrar al escenario.
El joven ahora tenía 22 años. Con el bachillerato no hizo nada. Cuando lo acabó, pidió el diploma y se unió a un grupo de teatro local, donde iba junto a algunos de sus compañeros de clase, quienes se habían unido por sus consejos.
Matheo era un chico atractivo como muchos otros, con un rostro fino que en algunos momentos se mostraba con las mejillas hundidas pero nunca hasta un punto exagerado. Su nariz era curiosa, de frente era fina, mientras que de lado tenía un arco ancho, un arco bastante bonito. Tenía unos lunares cerca de la boca y exactamente dos en la frente. Sus labios eran comunes, deseables, aún más cuando sonreía; tenía una sonrisa preciosa, sin complejo la mostraba grande, mostrando todos los dientes. Tenía los ojos y el pelo castaño. La zona alrededor de sus ojos siempre lucía oscura, sin saber bien si tenía ojeras o no. Su cabello era liso, corto; nunca tenía un peinado en especial, siempre variaba aunque le gustaba lucirlo desordenado más que arreglado.
— No creo que hoy nos dé tiempo de ensayar la obra completa — dijo Anita, quitándole importancia al asunto. Ella era una de sus compañeras con la que era bastante cercano; había ido con ella al bachillerato.
Cuando ambos jóvenes subieron al escenario, donde en unos meses estarían representando la obra que llevaban ensayando desde hacia mucho tiempo, se acercaron al resto de sus compañeros. Cada uno sostenía su guion, discutian al respecto del orden en el que hablan y tambien recitaban sus líneas en voz alta para recibir la aprobación del resto.
Matheo, de manera individual, repasó las líneas que debía decir en el primer acto y apartó el guion de su vista, llevándolo a la altura de su cintura para comenzar a recitar las líneas en voz baja mientras caminaba por el escenario, sumergiéndose en su propio mundo y olvidando al resto, hasta que una voz lo sacó bruscamente de su ensimismamiento. Era el director, también su profesor de teatro.
— ¡Matheo! — gritó el hombre, logrando finalmente captar la atención del chico, quien se acercó avergonzado. — Acompáñame un momento — añadió, saliendo del escenario para desaparecer por un pasillo.
Aquella última frase lo dejó con un mal presentimiento, ¿había hecho algo mal? En su cabeza surgieron momentos en los que se había equivocado durante los ensayos, eran pocos y no tan graves, pero en ese momento el joven incluso pensaba que la posible reprimenda del hombre sería por parpadear demasiado.
Matheo lo siguió y se detuvieron en mitad del pasillo. "Si hablamos aquí no es algo tan grave", pensó el chico, relajando su postura y mirando sin miedo al hombre a los ojos.
— Hace unos días me llegó una carta y hasta hoy no abrí el buzón — comenzó a decir el hombre, entre risas, sacando un trozo de papel doblado de su bolsillo. — Cuando la vi, pensé en ti, encajas perfectamente en el perfil que buscan — añadió, entregándole ya el papel arrugado.
Matheo tomó la hoja entre sus manos y clavó rápidamente los ojos en las letras impresas en el papel. Se trataba de una audición para un papel... en una película.
— ¿Es en serio...? — susurró el chico para sí mismo, volviendo a leer lo que decía en el papel por segunda vez y luego llevando su mirada al hombre que tenía a su lado, quien le sonreía.
Su profesor era un hombre un poco mayor, apenas tenía 54 años y toda su barba, la cual era muy larga, le llegaba más allá de la altura de los hombros, estaba infestada de canas, totalmente blanca. Era una buena persona y un excelente maestro; de él había aprendido muchas cosas, como controlar sus nervios al salir al escenario, algo que antes no dominaba.
— ¿Por qué han enviado esto a un grupo de teatro...? Saben que no tenemos experiencia actuando en películas — dijo Matheo.
— Es todo lo mismo... — exclamó el hombre, tomando la hoja. — Aquí pone que... — a continuación, antes de seguir hablando, tomó las gafas que tenía colgando de una cuerda que rodeaba su cuello y se las puso con cuidado. — "Buscamos nuevos rostros para la industria del cine" — dijo, repitiendo exactamente lo que ponía en la hoja.El chico ya no pudo decir nada más; la sonrisa que se había formado en su rostro se lo impedía. El hombre le dio un golpecito con fuerza en uno de sus hombros, riendo. Estaba orgulloso de él.
— Las audiciones están a punto de cerrar. Si te lo hubiera dicho antes, tendrías más tiempo para prepararte, pero sé que eres capaz — exclamó antes de marcharse y dejarlo solo en el pasillo junto con su hoja.
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ENTRE LUCES Y CARICIAS ; Matienzo
RomantikEl chico alzó la mirada de su guión. Delante suyo estaba su compañero. Quizás lo que estaba plasmado en el papel que sostenía en sus manos terminaría sucediendo en la vida real. ¿Quién sabía?