Cap 5: Flechazo

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Tras que Milo y Eduardo salieran, al ver que a Daniel y Álvaro no les parecía impor la reunión, sin que ellos se dieran cuenta, salió de la habitación y fue a la sala donde todos estaban reunidos.

La habitación en donde iba a tener lugar la reunión era bastante amplia y tenía las paredes grises, no estaba nada decorada, tampoco había ventanas, parecía una especie de almacén. En el centro de la habitación había una gran mesa, también gris,con bastantes sillas plegables y no plegables, del mismo color de ls mesa alrededor de esta. Allí suponía que en unos días o semanas,harían las lecturas de guion conjuntas entre otros ejercicios relacionados con las lecturas de guion. En teatro solían sentarse en el suelo, formando un círculo, aunque eso de sentarse en una mesa parecía más profesional.

En cada una de las sillas había unas pegatinas rectangulares y blancas con los nombres y apellidos de los jóvenes, asignándoles un asiento. Todo el mundo comenzó a sentarse en sus respectivas sillas, aunque algunos como Daniel y Álvaro, quienes llegaron más tarde pero antes que la directora, cambiaron sus pegatinas de lugar.

Matheo buscó con la mirada su asiento, esperaba que estuviera asignado en una de las sillas de los costados de la mesa, pero por su mala suerte estaba sentado en la parte de adelante. Milo fue quien le hizo saber dónde lo habían colocado. El chico, al ver que no encontraba su silla, comenzó a llamarla, agitando su mano en el aire y señalando la silla que estaba al lado suya. Almenos se sentaba junto a alguien con el que ya había hablado.

— Necesitas gafas, eh — exclamó Milo en broma, mirándolo con una gran sonrisa.

— Lo que pasa es que no esperaba que me sentaran aquí delante — dijo Matheo, tomando asiento y haciendo una expresión chistosa de desagrado bastante exagerada, frunciendo los labios y negando con la cabeza.

— Hombre, eres el protagonista, te van a sentar sí o sí al lado de la directora — habló, señalando con un movimiento de cabeza la silla situada al lado de Matheo.

— Chaval — soltó él, entre risas, viendo la silla de la directora, que era diferente a las del resto. Negra con un cojín en el respaldar.

— No te preocupes..., es maja — dijo tras Milo pensar bien el término que iba a utilizar.

— ¿Has trabajado antes con ella? ¿Algún corto?

Cuando el otro chico intentó continuar la conversación, contestando la pregunta que le acababan de realizar,Silvia, la directora, por fin entró a la sala, haciendo que todo el mundo se callara o hablara más bajo. La mujer, que desprendía una energía de superioridad y profesionalismo, caminó por la sala hasta dirigirse a su asiento. Era una mujer alta, de cabello liso y largo, castaño, de rostro serio y ojos dorados. Vestía una camiseta blanca y una rebeca negra, junto a unos pantalones de tiro alto de oficina.

— Bueno, hola a todos — dijo, tomando asiento al lado del chico, quien la miraba.

La habitación se llenó de diferentes voces saludando a la mujer, la cual simplemente formó una sonrisa en su rostro y se volteó a verlo, posando una mano sobre su espalda, comenzó a hablarle.

— Por fin estás por aquí, ¿qué te parece todo? — le preguntó, subiendo y bajando su mano con lentitud por su espalda.

— No se parece nada al teatro...— comentó, sonriéndole tímidamente.

— Poco a poco te acostumbrarás, es un proceso bastante bonito — exclamó ella, mirándolo un rato más antes de volver a dirigirse al grupo.

Silvia durante la reunión explicó algunos detalles sobre los ensayos: cuándo tendrían lugar y dónde. Durante la reunión, abordó varios temas, pero el chico no escuchó del todo. La voz de la mujer sonaba de fondo, apenas comprensible. Él se dedicó a mirarla hablar, todo a su alrededor borroso, lo único claro era la silueta de la mujer. Observó detalladamente su boca, sus labios separándose cada vez que decía algo, sus manos moviéndose de un lado a otro... Estaba hipnotizado por su presencia. Si antes no sabía bien dónde se encontraba y que les decía, ahora menos. Embobado, parecía prestar atención, pero su mente divagaba en pensamientos íntimos e imposibles de complir realmente. ¿Qué sensación transmitirían esos labios al ser rozados por sus dedos? ¿Serían tan suaves como el algodón? ¿Serían cálidos o fríos? ¿Algún día tendría el privilegio de sentirlos contra los suyos?

Lo había flechado al instante.

De vez en cuando durante las explicaciones compartían alguna mirada, o ella volvía a posar su mano sobre su espalda. Todo aquello continuo y él continuó también fantaseando hasta que la voz de Milo lo sacó de sus pensamientos, la reunión ya había acabado y cuando se percató de eso, la mayoría de los chicos ya se habían marchado.

— ¿Te vienes a comer algo? — dijo el chico, de pie, posando una mano sobre su hombro derecho.

— Me muero de hambre — exclamó él, dándole a entender que aceptaba su invitación.

Al alzarse de la silla, antes de irse junto al chico y los demás, se giró para mirar a la mujer, quien hablaba por teléfono mientras escribía algo en un cuaderno.

— Hay un asiático por aquí cerca — sugirió Eduardo, quien también venía a comer, al final Matheo no era el único que no se había llevado nada a la boca en todo el día.

— Dale — exclamó Milo — tengo la bici abajo, la iré a buscar y os alcanzo — añadió, adelantándose a paso rápido.

Mirando la figura del chico desaparecer al bajar las escaleras, quien lo distrajo ahora fue la voz de Silvia, quien lo llamó, haciendo que se detuviera inmediatamente para girarse y mirarla.

— Cualquier cosa, el equipo y yo estamos aquí para ayudarte, ¿sí? — dijo Silvia. Tampoco era que fuera algo tan diferente al teatro, pero Matheo, asintió con la cabeza rápidamente, añadiendo una sonrisa absurda.

***

Ya fuera del edificio, una vez Milo los alcanzó junto a su bicicleta, emprendieron su marcha hacia el restaurante que tiempo atrás había mencionado Eduardo.

Matheo aún continuaba pensando en la reunión. Cuando vio a Silvia en las fotos de su perfil de Instagram no sintió nada, pero verla en persona lo hechizó. Habían intercambiado apenas quizás cinco palabras, pero ya estaba entregado a ella para cualquier cosa que le pidiera.

Todos esos pensamientos eran absurdos, "Dios", pensó, intentando prestar atención en la conversación que mantenían los jóvenes con los que iba.

— En quince estamos allí — comentó Eduardo, limpiándose las gafas con la camiseta.

— No sabes que así te rayas los cristales? — interrumpió Daniel, quien había aparecido de la nada, tomando del brazo a Eduardo, apartando las gafas de la tela de su camiseta.

— Eso es mentira — musitó el de gafas ya con ellas puestas.

Daniel puso los ojos en blanco y le dio un empujón sobre el hombro. A continuación, mirando ahora a Milo, quien se situaba a su lado derecho, llevando consigo su bicicleta, la cuál sostenía de los manillares mientras caminaba, mirando atentamente hacia delante.

El chico parecía concentrado en el paisaje, al igual que Matheo, también estaba en su propio mundo, ignorando a los de su alrededor y eso causi  curiosidad en Matheo, quería saber qué pensaba en aquel momento. Milo parecía un chico interesante con muchas cosas que contar y explicar pero aún era bastante temprano para que comenzara a preguntarle cosas, mucho menos que pensava exactament en aquel  momento.

ENTRE LUCES Y CARICIAS ; MatienzoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora