5. Hermanos

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Llevaba más de dos meses sin hablar con mis hermanos. Desde antes del casting. Entre tantos exámenes y cosas que hacer no había tenido tiempo de hacerlo.
No sabía como reaccionar, pero creo que mi cara lo dijo todo.

—¿Estás bien, Nala?—Dijo Matias, preocupado.

Miré hacia mi móvil con la misma expresión en mi cara y me levanté lentamente de la silla en la que estaba.

—A-ahora vuelvo—dije yéndome de la mesa. Todos se quedaron mirando.

Al salir, el frío se apoderó de todo mi cuerpo haciendo que empezara a sacudirse. Con demasiado miedo cogí la llamada y me acerqué el móvil a la oreja.

—Lo siento...—Dije, con un nudo en la garganta.
—No tienes ni idea de lo preocupados que nos tienes a todos, Nala.—Dijo mi hermano Martín, el tercero de los hermanos y el que va antes que yo, con una voz que gritaba decepción.—Estás casi en la otra punta del mundo y llevamos sin saber nada de ti desde hace dos meses.

Se me había olvidado ese detalle. Ya no estaba en Argentina, sino en Granada, a no muchos kilómetros de donde mis hermanos viven. Me puse tan nerviosa que me quedé en blanco por un momento. Estaba totalmente paralizada. Me matarán cuando se lo cuente.

—¿Nala?
—Perdón.—tragué saliva. No sabía como decírselo.
—¿Perdón?, parece que te estás olvidando de nosotros. —Dijo Martín con la voz entrecortada.
—No digas eso, por favor.—En cuánto dijo eso se me abrieron los ojos como platos, dándome cuenta de la situación que yo misma había provocado.

Por un momento, la llamada se quedó en un tenso silencio.

—Tengo que contaros algo...—Dije para cortar el silencio.
—¿Que pasa, va todo bien?—Respondió preocupado.
—E-estoy en España, en Sierra Nevada. Llegué el otro día. Quería contároslo, pero no sabía como. Necesito veros, tengo que contaros muchas cosas.
—Mándame tu ubicación y mañana vamos.—Dijo seriamente, aunque sabía que estaba esbozando una sonrisa en su rostro.
—Está bien. Lo siento mucho por decirlo así.—No me pude resistir y volví a repetirlo.
—No te preocupes, mañana nos vemos.
—Hasta mañana.—Dije, con una sonrisa apenada.
—Hasta mañana, Lita.

Sin más dilación, colgamos.
Lita era el apodo cariñoso que me decían mis hermanos mayores. Venía de Nalita, de ahí Lita. Cuando era más pequeña me chinchaban llamándome así ya que yo lo odiaba. Pero después de tanto tiempo sin escucharlo no puedo evitar sentir melancolía en esa palabra.

Después de esa llamada todas mis energías desaparecieron. Pensé en escribirle a Juani, pero sabía que vendría conmigo, así que le escribí a Matias diciéndole de que me volvía al hotel, que estaba cansada, pero que no se preocuparan. Me dispuse a caminar hacia el hotel, que se encontraba a unos veinte minutos de ese bar. Hacían aproximadamente -15°, estaba nevando y era completamente de noche ya que eran las doce y pico. Me hundí en mis pensamientos mientras andaba, así que no me di cuenta de que alguien me había seguido. De repente, me tocó el hombro. Me asusté tanto que me giré y le metí un puñetazo en la cara a la persona que me había seguido, haciendo que esta se resbalara por el hielo del suelo y ambos calleramos al suelo, yo encima de esa persona. Me levanté de golpe con el pulso a tres mil y me sorprendí cuando vi junto a quien había caído.

—Auch...—Dijo Matias tocándose el hombro como signo de que se había hecho daño.
—¿Matías?—dije sorprendida. Entonces vi que se estaba agarrando del hombro.—¿Estás bien?¿Te has hecho daño? Lo siento mucho, me he asustado y-y... y-yo no-no sabía que ibas detrás de mi, lo-lo siento, no quería, y-yo...—empecé a decir muy rápido, nerviosa y preocupada a la vez.
—Estoy bien, solo ha sido un golpe.—respondió totalmente calmado.
—Dios mío, lo siento tanto.—Dije tapándome la cara con las manos, arrepentida de lo que había hecho. Entonces, Matías me sujetó la cara.
—Hey, tranquila. No pasa nada. Estoy bien. Solo ha sido una caída. ¿Tú estás bien?—Seguía con ese mismo tono de calma.
—S-si. ¿Por qué venías detrás de mi? Me has pegado un susto de muerte.
—Me escribiste diciendo que te volvías al hotel y me daba cosa que volvieras tú sola. Está de noche y podría pasarte algo. —Dijo después de soltarme la cara y se puso de pie.
—No hacía falta, pero gracias.
—¿Volvemos al hotel?—Me dijo tranquilamente.
—No quiero molestarte.—bajé la mirada hasta el suelo.
—No me molestas para nada. Además, también estoy cansado.

Sin decir nada más volvimos hacia el hotel en un completo silencio. Cuando íbamos por el pasillo, vi como volvió a agarrarse del hombro.

—¿Te duele?—señalé su hombro con la mirada.
—Un poco, pero estoy bien.—algo en su tono de voz decía que no era del todo cierto.

Llegamos en ese momento a la puerta de mi habitación.

—Ven. —Le dije agarrándolo de la mano y metiéndolo en mi habitación. —Siéntate en la cama, voy a por hielo.

El hizo lo que le dije y bajé tan rápido como pude al mostrador a pedir una bolsa de hielo. Cuando subí a la habitación Matías no se había movido. Me acerqué a él, que estaba sentado en mi cama, y me puse a su lado.

—Quítate la camiseta, necesito ver lo que te has hecho.—dije muy segura de mi misma.

Matías simplemente me miró y me hizo caso. Se quitó la camiseta y la dejó a un lado. Entonces, pude ver su hombro rojo con heridas con sangre que se estaba poniendo morado. Palpé con los dedos la zona afectada para asegurarme de que no se hubiera roto nada.

—No parece roto.—Le aseguré. Cogí el hielo y se lo puse delicadamente sobre su piel desnuda. Tras una ligera mueca de dolor, me miró a los ojos y le sonreí delicadamente.
—Gracias.—Me dijo con un tono suave y entonces me sonrió de vuelta.

Yo simplemente le volví a sonreí. Quería decirle todo lo que lo sentía, que me sentía fatal porque yo había provocado esa caída, pero un hormigueo en mi estómago no me lo permitió. Entonces, me volví a centrar en su hombro. De repente nos sumergió un silencio que se me hizo eterno junto a una tensión tan fuerte que casi se podía cortar con unas tijeras. Decidí romper ese silencio.

—¿Te duele mucho?—le pregunté.
—Un poco.—confesó y de repente rugió su estómago.
—¿Tienes hambre?—Él asintió.—Quédate aquí, iré a por algo. Puedes acostarte para estar más cómodo.
—No hace falta, de verdad.—insistió.
—Es lo menos que puedo hacer.—respondí.

Entonces cogí mi monedero y fui al supermercado 24h y compré galletas, chocolate y un zumo. Cuando volví me encontré a Matías durmiendo en mi cama profundamente. No se porqué, pero esa escena se me hizo muy tierna. Entonces dejé la bolsa en mi escritorio, me acerqué a él, le quité el hielo del hombro y le tapé con la manta. Me senté en la silla que había junto a una mini mesita y me quedé observándolo. Había sido un día muy largo, pero la y la peor parte de la había llevado él, sin duda. El golpe que se había dado había sido bastante gordo, aunque no parecía roto. Seguramente mañana le dolerá mucho, a pesar de eso no es nada grave. Pero había una cosa que no me acababa de cuadrar, que no entendía. ¿Por qué no había sido capaz de volver a decirle nada? ¿Qué era ese hormigueo en el estómago? Sin duda, era algo que yo desconocía completamente.

Demasiadas emociones || LSDLNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora