Peeta

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Ella dudó.

Estábamos justo en el borde. Justo en el borde del éxtasis.Y ella dudó, maldita sea.

—¿Rayito de Sol? —grazné. Sentía que iba a estallar si ella no me envolvía en su calidez. Ahora. Estaba desesperado en una forma en que nunca lo estuve, pero ignoré ese nuevo sentimiento acechando en el fondo.

—¿Qué estamos haciendo, Peeta? —Su tono estaba tan cansado y desesperado como me sentía—. Esto está mal... ¿no? —Sus delicados rasgos estaban llenos de confusión y angustia.

—Estamos haciendo la mierda que queremos. Somos dos adultos y lo consensuamos, ¿cierto? —Cierto —dijo ella, su voz pequeña y desconfiada.

—Siempre has estado allí para mí; toda mi vida. ¿Cómo es que esto es diferente? —Dios, era un imbécil egoísta. Darle esta pequeña charla motivacional solo me hacía odiarme más.

—Por supuesto que sí, Peeta. Es solo que...

—¿Solo que qué? ¿No disfrutas esto? —Mis palabras eran demasiado rápidas, mi tono demasiado confiado. No estaba seguro de si trataba de convencerla a ella o a mí. Cerró sus ojos y tomó una profunda respiración. Aún estaba equilibrada sobre mi regazo, tan cerca, empapada y reluciente, nuestros cuerpos aún listos apesar del cambio de humor.

—Sí. Por supuesto que sí. Y eso es lo que me asusta —admitió. Sus palabras dolieron, pero no pude permitirme el procesarlas. No podía permitirme absorberlas con demasiada profundidad. Si lo hacía, podría sentirme culpable por lo que estaba haciendo. No... yo era un hombre en una misión y sabía lo que quería. No, necesitaba. Cuando acuné sus pechos en mis palmas, mis pulgares acariciando sus pezones como guijarros, ella liberó un suave gemido. —Entonces tómame, nena. Tómame como solo tú puedes. Encontré sus ojos y vi todo lo que necesitaba saber en ellos. Su crudo deseo irradiaba como respuesta a mí, deslumbrante y poderoso. Necesitaba esto tanto como yo, solo que no tenía ni puta idea de por qué. Katniss me tomó en su mano (no me había puesto ni un poco suave) y me posicionó justo en ese cálido punto suave en el que no podía esperar para enterrarme. Traté de no ser codicioso, juro que traté, pero cuando me enterró un centímetro hacia abajo, luego dos y se detuvo, casi perdí el control. Sus músculos se apretaron a mi alrededor y gimió, ajustándose a mi tamaño. Mordiendo mi labio inferior, supe que no me controlaría más. Ella daba y daba,y yo tomaba. Me agarré de sus caderas y empujé hacia arriba, fuerte, enterrándome hasta las bolas en un empuje violento. Katniss gritó y aplanó ambas manos contra mis abdominales.

—Jesús, Peeta.

—Sabes que te gusta. —Empujé de nuevo hacia arriba, permitiéndole tomar cada duro centímetro de mí. Amaba cómo se sentía a mi alrededor. Era cálida, perfección y rayos de sol, todo envuelto en un dulce paquete.

—Me encanta —dijo ella, corrigiéndome—. Haz eso de nuevo. Sostuve sus caderas en su sitio y empujé hacia arriba dentro de ella, una y otra vez. Sus tetas rebotaban con la fuerza y ambos gemimos. Sabía que ella estaba cerca y también sabía que eso significaba que debía ralentizar mi ritmo. Pero no iba a hacer eso.

—Te gusta montar esta gran polla. —Froté su clítoris expuesto en lentos círculos y ella gimió—. Al igual que montaste mi rostro. Ella gimió de nuevo y rodó sus caderas sobre mí. »Está bien. Tómalo, nena. Así. Pronto sentí que sus músculos cerrándose a mí alrededor. Unos empujones más y se corrió, cubriéndome en sus cálidos jugos y temblando en mis brazos. La seguí hasta el borde, perdiéndome en ella hasta que mi mente quedó en blanco y mi cuerpo se sintió felizmente vacío. Después de deshacerme del condón, me puse los vaqueros y la camiseta.

—¿Estás bien? —pregunté, deslizando mis pies en mis zapatos. Mi corazón todavía palpitaba y mi piel ligeramente húmeda.

—Por supuesto —dijo Katniss, levantando su barbilla—. ¿Por qué no lo estaría? —Buenas noches, Rayito de Sol.

—Me incliné hacia abajo donde todavía estaba sentada desnuda en el centro de su cama y le di un rápido beso en la frente.
—Buenas noches —murmuró y me vio salir con ojos tristes. Mierda. Por eso me permitía complacerme solo una vez a la semana, todos los miércoles. Parecía un compromiso decente. No quería follar totalmente y monopolizar todo el tiempo libre de Katniss. No se inscribió para esto. Era una mujer hermosa, joven y soltera que necesitaba vivir su vida. Así que me trataba a mí mismo con la poca frecuencia que podía tolerar, que era una vez cada siete días. Me fui sin otra palabra, saliendo a la oscuridad de la noche. Lo último que necesitaba era que su hermano me viera. Ya me estaba cansando de las miradas críticas que me daba cuando notaba que Katniss me atendía como un perrito callejero. Mientras me arrastraba a mi propia cama esa noche, agotado y satisfecho, el aroma de Katniss aún en mi piel, sabía que iba a dormir como un bebé. Cerré los ojos y reproduje las imágenes de nuestra noche erótica. La forma en que su cabello caía sobre un hombro mientras ella me montaba.
La forma en que su cuerpo apretado y ágil se apoderó del mío cuando se corrió. Maldita sea. Brevemente, me pregunté si debería sentirme culpable, sentirme mal por haber usado su cuerpo para escapar. Pero no lo hice. Ni siquiera un poco. Si ella quería estar allí para mí de esta manera, estaba contento de dejarla. Por el tiempo que ella estuviera dispuesta. Solo deseé poder detener este maldito dolor en mi pecho, especialmente porque no sabía si era por Samantha o Katniss.

EverlarkDonde viven las historias. Descúbrelo ahora