XIII. "Dulce Perdición".

195 15 0
                                    

	Los lugares bulliciosos en realidad no eran lo mío, pero "Olimpo" era la excepción

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Los lugares bulliciosos en realidad no eran lo mío, pero "Olimpo" era la excepción. No me desagradaba estar aquí después de tanto tiempo de no venir a este lugar. Había llegado hacía unos minutos con Rizzo pisándome los talones como ya era costumbre y después de un tiempo comenzó a supervisar el lugar con ojo crítico para prevenir un posible riesgo para mi persona.

Mientras tanto, yo me encontraba esperando a Antonio cerca del balcón que se encontraba en la zona VIP, que dejaba ver al tumulto de gente restregando sus cuerpos sudorosos en la pista de baile en la parte de abajo.

Olimpo era un lugar que había visto crecer desde sus cimientos, desde que solo era un agujero de mala muerte en donde se practicaban las peleas clandestinas y las apuestas ilegales. Hasta que se convirtió en lo que era el día de hoy, un lugar con prestigio y en donde no entraba cualquiera.

Las peleas y las apuestas seguían teniendo lugar aquí, pero de una forma más discreta en los sótanos que contenía el club donde para poder acceder, se tenía que pasar por más filtros, de los cuales, Antonio se encargaba personalmente.

― ¿Te gusta la nueva remodelación? ―pregunto a mis espaldas el susodicho, llamando mi atención.

―Es agradable ―contesté escuetamente, volviéndome para encontrarme con él.

Antonio era un hombre que rondaba los 60 años, pero no lo aparentaba. A su edad, seguía viéndose tan fuerte como si tuviera la mitad de esos años ya recorridos que había estado en esta tierra. Era algo que siempre había admirado de él.

― ¿Cómo estás niño? Han pasado ya como ¿5 años? desde que vienes a España ―dijo dándome golpecitos en el brazo a modo de saludo. Antonio era lo más parecido a una figura paterna en mi vida, pero a pesar de eso, nunca fue necesario que me mostrara tantas muestras de afecto para saber que me apreciaba de la misma forma que yo a él.

Por lo que, su carente reacción al verme después de tanto tiempo, no se me hizo algo extraño e internamente también lo agradecí. No me encontraba con el estado de ánimo para sentimentalismos.

―Vivo ―respondí después de un momento.

―Y eso hay que agradecerlo, muchacho.

«Mis incontables enemigos no estarían de acuerdo con él», pensé.

― ¿Qué información tienes para mí?

―Siempre yendo al grano. Niño, relájate un poco. Tenemos toda la noche para hablar ―contestó mientras tomaba asiento en un sofá que se encontraba a un costado de nosotros. Cruzó su pierna sobre su rodilla y de la manera más relajada y exasperante posible, se llevó un puro a los labios.

―Si quieres que me suba a una de tus jaulas esta noche, entonces no tenemos mucho tiempo ―gruñí en respuesta.

―Siempre tan impaciente ―comentó negando con su cabeza y me hizo una señal con su mano para que tomara asiento como él en el sofá―. ¿Conoces a Carlos Ferrer? ―pregunto en cuanto yo tome asiento.

Ilustrando tus Deseos I (EN PROCESO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora