Capítulo 4

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Mi llegada a la prisión de mujeres IFMCE, fue deprimente.

La impotencia no abandonaba mi cuerpo, a veces la justicia no es justa. Sin embargo, no terminaba de comprender la traición de mi supuesta mejor amiga.

Solo espero que el pequeño Lisandro se encuentre bien.

Tal como en las películas el papeleo fue un proceso muy tedioso, agradezco que Frank haya permanecido a mi lado.

Lo único que me resultó cómico fue la foto con la claqueta, una foto digna de un criminal.

Fui despojada de lo poco que me acompañaba, de mala manera me ofrecieron un Jumper color gris el cual era el uniforme de los presos. Ya no había vuelta atrás, todo estaba listo. No volvería a ser libre.

— Todo va a estar bien — Me consuela Frank. No pude evitar derramar un par de lágrimas.

¿Cuántas veces tendré que escuchar lo mismo?

— Frank no saldré más nunca de aquí ¿Estás viendo a dónde hemos llegado?

Me mira con pena y no duda en abrazarme.

— Se tiene que retirar — Anuncia un policía.

— Las visitas serán todos los Miércoles, sin falta estaremos aquí para ti — Dicho aquello me abrazó con más fuerza y se aleja de mí para marcharse del lugar.

La policía se me acerca y me coloca las esposas.

Sentí que todo pasaba en cámara lenta, no tenía conocimiento de lo que pasaba a mi alrededor. Solo sé que me llevaban por varios pasillos.

Mi mente estaba desconectada completamente de mi cuerpo; hasta que escuché insultos y golpes a una superficie de metal.

Habíamos entrando a las celdas de las prisioneras, todas estaban en los barrotes tratando de ver quién sería la nueva.

— Uy nos trajeron a una princesita — Gritó una. Todas comenzaron a reírse.

— La princesita se comió la manzana y se pudrió.

Fueron tantos y tantos insultos, que se me fue imposible no sentirme intimidada.

Ésta no era mi vida.

— Esta será tu nueva habitación — Abre la reja permitiéndome el acceso. Entro sin rechistar — Trata de no morir en la primera noche.

La celda era horrible, llena de humedad y moho, totalmente obscura y dos simples colchonetas colocadas en el piso. Aunque una estaba siendo ocupada.

Sin querer molestar a la otra persona me siento en el colchón libre. Coloqué mis piernas al pecho y me abracé con fuerza permitiéndome llorar libremente. Todo era absurdo, todo esto tenía que ser un sueño una muy mala broma de mi subconsciente.

Seguramente Vanessa, está en uno de los mejores hoteles comiendo lo mejor, tomando lo mejor y haciendo de su vida un lujo, mientras yo estoy aquí.

¿Qué hice mal?

No le he envidiado a nadie, nunca me he peleado, soy incapaz de matar una mosca y nunca le he robado nada a nadie. ¿Qué quiere el universo de mí? ¿Acaso no pasé una de sus pruebas?

— Puedes por favor dejar de llorar, quiero dormir y tú patético llanto me perturba — Habla tajante mi compañera de celda.

— Perd...ón yo no quería molestarte — Hipeo asustada.

— Más te vale callarte porque no me querrás ver molesta.

Su voz era un cuchillo afilado, cortante y sin sentimientos de por medio. Era lo que me faltaba, hacer molestar a una criminal, ¡Bravo Betzabel!

Entre JoyasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora