Capítulo II

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Serena esperó en el lugar reservado a la cocina a que su madre bajara de la planta alta Yaten partiría por la mañana en lo que en otras regiones del mundo podía denominarse el alba, pero como en esas latitudes el sol se ponía apenas unas horas por las noches, no podía llamarsela así.

Incluido Yaten, había una tripulación de treinta y cuatro hombres, unos  pocos eran primos, pero la mayoría estaba formada por amigos, todos amantes del mar. La carga estaría formada por las pieles que cada hombre quisiera vender y por otros artículos valiosos que habían ido acumulándose durante los oscuros meses del invierno. La familia de Serena había reunido cincuenta y cinco pieles durante este invierno, entre ellas dos de las valiosas pieles de oso
polar blanco, que alcanzaban un elevado precio en el Este.

Sería un viaje provechoso para todos, y Serena necesitaba probar por lo menos una vez, tratando de que se la incluyera. Yaten había dicho que no se oponía; aunque por supuesto, para él era difícil negarle nada. Como el padre la había rechazado tres veces durante la última semana, su madre era ahora la única posibilidad de que él cambiase de actitud.

Los siervos estaban preparando la comida de la tarde era todos extranjeros y habían sido capturados en las incursiones vikingas a las tierras meridionales. Los que servían a la familia Tsukino eran todos comprados, pues Kenji no había realizado incursiones desde su juventud, y tampoco lo había hecho Yaten después de que comenzara a navegar por cuenta de su
padre. Era un tema que a veces provocaba discusiones entre los padres de Serena, pues la madre había sido precisamente esclava, capturada por el padre de Kenji y entregada a Kenji allá por el año 851.

Por supuesto Ikuko con su fiero orgullo, nunca reconocía que Kenji había sido su dueño y algunos de los relatos que cada uno narraba del otro aludían a las agrias luchas atemperadas por el amor que ahora compartían.

Serena no podía imaginar a sus padres disputando, como había sido el caso otrora. Aún había discusiones ocasionales entre ellos, y a veces Kenji cabalgaba hacia el norte para calmarse un poco pero cuando regresaba,
ambos se encerraban durante horas en su dormitorio, y cuando al fin salían, ninguno de ellos podía recordar porque habían disputado. Todas las discusiones, grandes y pequeñas, concluían en el dormitorio, lo cual era motivo
de diversión y bromas para el resto de la familia.

Irritada por la espera, Serena molestaba a Reika reclamándole algunas de las nueces dulces que la cocinera agregaba al pan que estaba preparando. Serena trataba de seducirla utilizando la lengua gaélica de Reika, un método que generalmente servía para suavizar a la mujer. Gracias a los criados que provenían de tantos sitios diferentes, Serena había aprendido diversas lenguas y podía hablarlas todas como un nativo. Tenía una mente activa siempre ansiosa de aprender.

- Querida deja en paz a Reika, antes de que el pan de nueces, que es el favorito de tu padre, se convierta en un pan común y corriente.

Con expresión culpable, Serena tragó la última de las nueces que estaba masticando antes de volverse hacia su madre.

- Creí que nunca llegarías. ¿Qué le murmuraste a mi padre para conseguir que te llevara así al piso alto?

Ikuko se sonrojó, y rodeando con un brazo la cintura de su hija la llevó a la sala, que estaba vacia, porque todos los hombres se encontraban en el fiordo cargando el barco.

- ¿Es necesario que digas cosas así frente a los
criados?

- ¿Qué yo lo digo? Todos vieron como te tomaba y ...

- No importa.- Ikuko sonrió.- Y yo no le murmuré
nada.

Serena se sintió decepcionada, pues había abrigado la esperanza de escuchar de su madre una confesión realmente perversa; ella siempre se manifestaba muy franca en todos los asuntos, al advertir la decepción de su hija, Ikuko se echó a reir.

Corazones En LlamasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora