Capítulo X

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Habían pasado dos semanas desde el día en que Serena fue trasladada a la casa. Zafiro y el resto, al parecer no habían tenido oportunidad de huir, pues continuaban trabajando en el muro y Serena no había podido hablarles ni informarles que estaba bien. Si se acercaba a una ventana o a una puerta abierta, alguien siempre le gritaba que retrocediese. Parecía que la vigilaban constantemente, ya fueran los sirvientes o los hombres armados de Seiya, que estaban a menudo en la casa.

Había aprovechado el tiempo para aprender todo lo posible acerca de los sajones. Los criados la trataban con una extraña combinación de miedo y desprecio, excepto Luna, que le dispensaba una suerte de renuente respeto, una actitud que casi podía pasar por simpatía, aunque era difícil precisarlo, pues la mujer exhibía siempre un gesto de irritación pero era fácil manejar a Luna de modo que suministrase información sin advertir que la estaba sonsacando.

Serena ya sabía bastante acerca de Wyndhurst y su señor, la residencia era autosuficiente, una situación necesaria en vista de que el pueblo más próximo estaba muy lejos. Seiya era uno de los grandes nobles del rey, y Wyndhurst abarcaba muchos kilómetros de tierra como en Noruega, había hombres libres que trabajaban la tierra y también prestaban servicio en la residencia, muchos con oficios específicos. Podían ser dueños de tierras, pero pagaban impuestos a la corona y a la iglesia y además prestaban servicio militar. Seiya entrenaba a los que estaban en su región para la futura guerra con los daneses, muchos ya eran sus servidores personales.

También entrenaba a algunos de los siervos más aptos, a los individuos que no eran libres y en cambio estaban atados a la tierra; les suministraba armas y la oportunidad de comprar su libertad. Cuando llegase el momento, dispondría de un pequeño ejército para acudir a la defensa del rey Taiki.

De Seiya, Serena había sabido que aún no estaba casado, aunque se proponía contraer matrimonio más avanzado el mismo año. Luna pudo decirle poco acerca de la prometida, que vivía más al norte, excepto que se llamaba Kakyuu y que todos afirmaban que era muy bella. Luna tenía mucho más que contar acerca de la primera prometida de lord Seiya, es decir lady Sonoko, y Serena se sintió sorprendida cuando experimentó un verdadero sentimiento de simpatía por el sajón al saber que en la incursión de los vikingos había perdido mucho más que lo que ella imaginara inicialmente, el había amado a lady Sonoko pero nadie sabía lo que sentía por lady Kakyuu.

La prima de Seiya, llamada Rei, que dirigía la rutina doméstica de la casa, había ignorado a Serena desde el primer día, y le había dejado a cargo de Luna. Observarla era fascinante, pues en su conducta mostraba muchos aspectos contradictorios: era altiva, condescendiente en un momento, y al siguiente necesitaba que la elogiasen y la reconfortasen. También era una
mujer emotiva Serena la había visto una vez quejarse con voz aguda ante Seiya, y romper a llorar cuando él perdía la paciencia y le contestaba ásperamente. También podía llorar ante un obstáculo tan secundario como unas puntadas mal dadas en el tapiz que estaba confeccionando.

Rei no representaba un problema para Serena, pues trataba a la prisionera como si ella no existiese. Tampoco Hotaru era problema, aunque Serena temió, en un primer momento, que lo fuese. La curiosidad natural de la niña había inducido a Serena el día que se conocieron a decirle de sí misma mucho más de lo que era prudente; es decir, cosas que no deseaba que llegasen a oídos de Seiya. Si él sabía que Serena tenía una familia afectuosa y que su hermano era uno de los que habían muerto en el bosque, quizá modificase su opinión en el sentido de que Serena era una prostituta pero era evidente que Hotaru no había repetido nada de lo que Serena le dijera, y durante los días siguientes todo sucedió como Luna había previsto: la niña no se acercó nuevamente a Serena.

Seiya también la ignoraba, o fingía hacerlo. Ella lo veía todos los días, pues Seiya no podía atravesar la sala sin que ella lo viese pero en estas ocasiones el sajón no la miraba, sólo cuando él estaba ocioso en el salón ella lo descubría observándola. La actitud de Seiya divertía a Serena pues sabía que él la despreciaba por la profesión que le atribuía, y también que la odiaba a causa de su pueblo pero a pesar de eso, ella lo atraía.

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