Una sola vela emitía su tenue luz en la pequeña habitación, contra la pared una cama estrecha, con un gran cofre a los pies. La pared opuesta estaba cubierta con un amplio tapiz que representaba un campo florido y a varios niños jugando. De otra pared pendía un gran jarro, y abajo había un estrecho estante sobre el cual se habían depositado diferentes objetos, desde
alfileres de cabeza enjoyada hasta peines de hueso, y minúsculos frascos de color con esencias de flores abajo, un banco revestido de tela.En un rincón de la cámara había un alto poste tallado, con clavijas de madera de lo alto a lo bajo. Era un adorno en sí mismo, y de las clavijas
pendían velos transparentes y cintas de distintos colores. De la única ventana colgaban tiras de seda amarilla, un auténtico despilfarró de ese material tan costoso. Había también dos sillas de respaldo alto frente a una mesita redonda sobre la cual se había depositado un vaso de cerámica pintada con rosas rojas.Las sillas estaban cubiertas con las ropas de los dos ocupantes de la cama. La habitación pertenecía a la mujer, Kakyuu de Chiba, una belleza de huesos pequeños que había cumplido veintiún años, y que se sentía muy orgullosa de sus vistosas trenzas rojas y los ojos del mismo color.
Kakyuu era la prometida del hombre acostado con ella, Seiya de Kou, uno de los nobles del rey Taiki. Cuatro años atrás se la habían ofrecido como esposa, pero se vio rechazada. El invierno pasado había molestado y forzado a su padre, como sólo puede hacerlo una hija muy amada,
con el fin de que él la ofreciese de nuevo, y esta vez había sido aceptada pero sabía que está última vez se la había aceptado sólo porque había conseguido atraer a su dormitorio a lord Seiya, y allí se le había ofrecido cuando él, ebrio después de un festín de su padre, la había tomado.Entregarse a Seiya esa noche no fue un gran sacrificio para Kakyuu, si bien ella confiaba en que Seiya no lo hubiera advertido; en efecto, ella había conocido otro hombre antes que a él pero sólo uno, porque después de esa primera vez la joven había llegado a la conclusión de que esa parte de la relación entre hombre y mujer no le agradaba en absoluto. Sin embargo, sabía que tendría que rechinar los dientes y soportar a menudo la experiencia una vez que se casara con Seiya.
Un sigo de la decisión que la animaba era el hecho de que, aunque le desagradaba el amor del hombre, Kakyuu continuaba ofreciéndose a Seiya cada vez que él la visitaba, lo cual, por suerte, no hacía con frecuencia. Temía que si se le negaba antes de la boda, él rompería el compromiso, después de todo, Seiya no deseaba realmente una esposa. Tenía sólo veintisiete años, y no demostraba prisa para atarse por lo menos, esa era la excusa que había usado a menudo para responder a los padres de hijas casaderas.
También había otra razón, aunque nunca la mencionaba. Cinco años atrás se había comprometido con una joven a quien amaba, la había perdido tres días antes de la ceremonia matrimonial y después no había amado a otra mujer. Kakyuu creía que Seiya jamás volvería a amar, ciertamente, no la anaba ni fingía amarla. Ni siquiera ella podía utilizar el argumento de la alianza con su propio padre, pues Seiya y el padre de Kakyuu eran amigos no era necesario el matrimonio para mantener esa amistad. Ella se sentía muy segura de que el ofrecimiento de su cuerpo era la única condición que había decidido a Seiya.
Si Seiya no hubiera sido tan deseable como marido, Kakyuu jamás se habría casado con él pero la verdad era que todas las doncellas en muchos kilómetros a la redonda deseaban a Seiya de Kou, y esa nómina incluía a las tres hermanas de Kakyuu. Una actitud comprensible, pues él no sólo era rico y gozaba del favor del rey, sino que era un hombre apuesto, pese a su increíble estatura en realidad era treinta centímetros más alto que Kakyuu.
Esa combinación de cabellos negros y de ojos color zafiro de expresión insondable, en verdad era sorprendente. Después del compromiso, Kakyuu era envidiada por todas las mujeres, y eso le agradaba mucho, pues a Kakyuu le encantaba ser envidiada. También se sentía reconfortada por los celos, y era indudable que sus hermanas estaban celosas de ella. Todo eso justificaba lo que tenía que soportar de Seiya en la cama e incluso su tendencia a prolongar el acto del amor.
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Corazones En Llamas
RomanceSerena Tsukino afrontó desafiante la furia helada que transmitian los ojos zafiro del hombre que la había capturado. Era prisionera de Seiya Kou pero jamás aceptaría ser su esclava. En esa belleza vikinga el poderoso señor sajón había encontrado, al...