Una fresca brisa entraba por la ventana abierta, y era la primera en todo el día. Las velas que iluminaban la habitación parpadearon y se apagaron casi todas al mismo tiempo. Seiya se levantó para tomar una vela del corredor y encender nuevamente las que estaban cerca de la cama. Serena se estremeció cuando de pronto desapareció el calor del cuerpo masculino y la brisa le acarició la piel húmeda, deseaba dormir y era evidente que Seiya no sentía lo mismo.
Se volvió de costado para observarlo mientras salía del cuarto; el rayo de luz de luna que entraba por la ventana iluminaba el camino. ¿Qué pensaría, que sentiría Seiya? Ella todavía no tenía modo de saberlo, pero por lo menos tenía motivos para dudar de que estuviese encolerizado, pues la había abrazado constantemente desde el momento en que habían hecho el amor por segunda vez, poco después de la primera, y con tal rapidez que Serena apenas había descendido a tierra después de la maravilla de su nueva experiencia, y de pronto se había visto arrastrada por la pasión de Seiya. Sonrió para sí misma, y pensó que ya sabía por qué sus padres pasaban tanto tiempo en el dormitorio. Ikuko había tratado de explicarle cómo era, pero no existían palabras apropiadas para describir esa felicidad increíble.
Seiya regresó, protegiendo una vela con la palma de la mano, era tarde. No había tratado de cubrirse para salir de la habitación, al parecer, su propia desnudez no lo inquietaba, del mismo modo que la suya no molestaba a Serena, pero la de Seiya sí inquietaba a Serena, no por pudor, sino porque comprendía que al verlo así podía desearlo otra vez, y eso poco después que su deseo femenino se había visto totalmente satisfecho.
El cuerpo de Seiya era una escultura de piel firme y sólidos músculos. Tenía un físico soberbio, desde las piernas largas y musculosas hasta el cuello grueso que partía de esos hombros inmensos. El matorral de cabellos oscuros que le llegaban al cuello se extendía sobre la parte superior del pecho, pero se reducía a una estrecha línea sobre los bordes duros del estómago. No era un hombre delgado como su primo, sino un individuo poderoso, y Serena sabía que nunca se cansaría de mirarlo.
Las velas depositadas sobre el estante fijado a la pared ardieron de nuevo, y Seiya se sentó en la cama. Como él no se acostó inmediatamente, Serena extendió una mano para tocarlo, y sus dedos se deslizaron en una caricia sobre la espalda de Seiya, y finalmente llegaron a la curva de la cadera. Ella apartó la mano cuando Seiya volvió la cabeza para mirarla con expresión inescrutable.
- ¿Por qué apartaste la mano?
- Ignoro si deseas que te toque – reconoció ella con franqueza -. Vengo de una familia acostumbrada a besar, abrazar y a demostrar su amor tocando pero si no estás acostumbrado a eso, me creerás audaz.
- Mujer, ya te creo audaz – dijo Seiya como a la pasada, y se acostó al lado de Serena, la cabeza apoyada sobre la palma, para poder mirarla -. Por Dios, nunca conocí a nadie como tú, que pudiera expresar su amor de un modo tan libre y descarado. Contigo deseo llegar a amarte del mismo modo, darte lo que me das.
Serena cerró los ojos, con la esperanza de que él no hubiese visto el pesar que esas palabras le provocaban; y sí, también dolor, porque él podía decirlas después de que ambos habían compartido varias horas de amor más increíble. No necesitaba decir que no podía amarla, podría haber callado ese hecho, y de ese modo hubiera permitido que ella continuase abrigando esperanzas un tiempo. Volvió a mirarlo, pero su orgullo estaba lastimado, y la indujo a preguntar: - ¿Por qué mencionas el amor?
Advirtió que él se ponía tenso y después fruncía el ceño. Bien, él no podía ocultar su orgullo herido con la misma eficacia que ella.
- Acepto tu reprensión – dijo Seiya con voz tensa -. No dijiste que me amabas, ¿verdad?
- No, no lo he dicho. Milord, me agrada tu cuerpo, pero eso es todo entre nosotros.
- Muy bien – dijo él con expresión sarcástica -. Para ser virgen, eres una prostituta eficaz.
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Corazones En Llamas
Storie d'amoreSerena Tsukino afrontó desafiante la furia helada que transmitian los ojos zafiro del hombre que la había capturado. Era prisionera de Seiya Kou pero jamás aceptaría ser su esclava. En esa belleza vikinga el poderoso señor sajón había encontrado, al...