Capítulo IV

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La tormenta denunció la presencia de Serena y no fue una tormenta tan grave, por lo menos en ese momento. Pero apenas la nave comenzó a balancearse sobre las olas encrespadas, ella sintió deseos incontenibles de vomitar. ¡Vaya marinera que era ella! Había olvidado que le había sucedido la última vez que navegó, la más mínima agitación del mar y y no podía retener el contenido de su estómago.

Alguien la oyó vomitar y abrió la escotilla de la bodega, después de echar una ojeada, el marinero cerró la escotilla con un fuerte golpe. Serena ni siquiera supo quién era, y por el momento no le importaba, pues el balanceo
del barco era cada vez más intenso.

Hasta ese momento había tenido suerte, consiguió deslizarse en secreto a la habitación de sus hermanos, detrás del establo, y tomar un
conjunto de prendas de Sammy, con el fin de usarlas en el viaje; pero también llevó algunas de sus propias túnicas, para vestirlas cuando llegasen a los centros comerciales.

Introducirse en la bodega del barco había sido la parte más fácil, pues sólo había quedado un hombre como guardián, y aunque estaba sentado cerca de la bodega, se lo veía cabeceando y adormecido. Serena ágil y diestra a pesar de su altura, había aprovechado la oportunidad y en su escondite se había sentido bastante cómoda pese a la oscuridad que allí reinaba. El lugar estaba ocupado por pilas de suaves pieles que le permitían ocultarse y preparar una cama agradable.

Así habían pasado dos días, había confiado en que dispondría por lo menos de un día más antes de revelar su presencia, pues el alimento que llevaba duraría ese lapso pero no sucedió así. La tormenta la había denunciado y aunque aún nadie había ido a buscarla, la harían más tarde o más temprano.

Serena tenía la sensación de que el tercer día había pasado antes de que abriesen nuevamente la escotilla y la luz del día entrase a raudales. Se preparó para luchar, por lo menos en la medida en que su cuerpo debilitado se lo permitiera, lo cual no era mucho, aun se sentía mal pese a que la tormenta se había calmado.

Yaten bajó a la bodega, Serena yacía en el lugar donde había caído después del último vaivén de la nave, prácticamente a los pies de su hermano.
La luz le hería los ojos, y no podía levantar la cabeza y mirar a Yaten. La voz de su hermano, áspera a causa de la cólera, le reveló quién era.

- Serena, ¿sabes lo que has hecho?

- Lo sé – respondió ella con voz débil.

- ¡No, no lo sabes!

Ella se protegió los ojos en un esfuerzo por ver la expresión de su hermano, pero no consiguió ver nada.

- Yaten, por favor, todavía no puedo soportar la luz.

El se puso en cuclillas al lado de su hermana, y aferró la gruesa chaqueta de piel que ella se había puesto sobre la túnica de cuero, una prenda que conseguía disimularle los pechos, con gesto sombrío los ojos de Yaten recorrieron las perneras bien aseguradas y las botas altas de suave piel. Serena se había puesto un ancho cinto, la gran hebilla adornada con esmeraldas.

- ¿Dónde conseguiste estas cosas? – preguntó, refiriéndose a las ropas.

- No son tuyas – aseguró Serena -. Las tomé prestadas de Sammy porque su estatura es parecida a la mía, y...

- ¡Cállate, Serena! – rugió Yaten -. ¿Sabes lo que pareces?

- ¿Un hombre de tu tripulación? – se aventuró a decir ella, tratando de suavizar la cólera de su hermano pero no tuvo efecto. Tenía los ojos tan oscuros como la tormenta que acababan de afrontar. Parecía que deseaba golpearla, y que tenía que apelar a todas sus reservas para contenerse.

- ¿Por qué, Serena? ¡Nunca has hecho nada tan absurdo!

- Hay varias razones. – Ya podía ver claramente a su hermano, que se había inclinado y estaba al mismo nivel que ella, pero evitó la mirada del joven cuando agregó:

Corazones En LlamasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora