Capítulo XI

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La mañana siguiente Serena no estaba de buen humor. Se había mostrado franca y sincera con el sajón, revelándole sus sentimientos, y ofreciéndole esa ventaja sobre ella, pese a que era su enemigo, y la única respuesta había sido la hipocresía del hombre. El la deseaba, y sin embargo estaba decidido a cerrar los ojos a ese hecho, y a ella, de modo que la consecuencia era que ambos sufrirían. Si eso no bastaba para inducirla a pensar que era más tonta que el propio Seiya, ahí estaba Luna, que había presenciado el enfrentamiento y no se sentía muy complacida.

-No lo irrites más, mujer– había advertido con enojo a Serena -. Lo lamentarás si en efecto te lleva a la cama, porque nunca serás más que una esclava para él.

Eso bien podía ser cierto, y comprenderlo enfureció a Serena. ¿Estaba dispuesta a entregarse a un hombre que quizá nunca la amase? Se había sentido tan segura de que lograría atraerlo... pero ahora alimentaba dudas, y no le agradaba sentirlas. Esa situación debilitaba su confianza y la deprimía terriblemente.

Esa mañana estaba limpiando las habitaciones de frente de la casa, como hacían todos los días, la habitación de Seiya era una de ellas. Serena
había contemplado antes el lecho del guerrero con un sentimiento de excitación, esa mañana sintió deseos de destrozarlo. En realidad, golpeó con tal fuerza la almohada, que las plumas brotaron por las costuras.

- Pasas de un extremo al otro – comentó Luna, meneando la cabeza a Serena -. No pienses más en él.

- Déjame en paz – advirtió Serena -. Anoche ya dijiste lo que pensabas.

- Pero no ha sido suficiente, si concebiste la idea de dañarlo, será mejor que lo pienses de nuevo.

Para Serena fue la gota de agua que colmó el vaso, después de pasar una noche miserable meditando en los nuevos sentimientos provocados en ella por el sajón.

- ¿Dañarlo? – rezongó Serena -. Si daño a alguien será a ti, en caso de que no ceses de molestarme.

Luna retrocedió, cautelosa. Había tendido a descuidarse con Serena, quien hasta ese momento no le había demostrado hostilidad. También había empezado a simpatizar con la muchacha, olvidando que pertenecía a una raza que prosperaba en la muerte y la destrucción.

Tanto se había descuidado que solía estar a solas con la joven, como en ese momento y cuando la miraba, cuando veía a la mujer joven y alta ardiendo de pasión, comprendía que, encadenada o no, para Serena sería muy sencillo alzarla en brazos y arrojarla por la ventana abierta. Tenía corpulencia y fuerza suficientes para hacerlo, no creía que fuese tan tonta como para ejecutar la acción pero podía hacerlo.

Luna avanzó de prisa hacia la puerta, gruñendo obstinadamente con cada paso que la ponía a distancia segura de Serena.

- Amenazas a una vieja ¿eh? ¿Y después que impedí que los demás te maltrataran? – En la puerta se volvió para mirar, hostil, a Serena. - termina sola la tarea y otra cosa, mujer: será mejor que tu actitud cambie, porque de lo contrario irás abajo, o pasarás el resto del día encerrada, sin comida. Ya verás que lo consigo y nada de trampas, porque te enviaré a uno de los
hombres que se ocupará de ti. No te será tan fácil arrojar por esa ventana a un hombre.

Serena pensó un momento en la última y extraña afirmación de la mujer, y después la apartó de su pensamiento. Era la primera vez que permanecía
sola en una habitación sin llave, era el cuarto de Seiya, en pocos minutos podía destrozar lo que allí había. Nadie se lo impediría hasta que todo
estuviese terminado después, Seiya la golpearía, y ella recibiría de buena gana el sufrimiento que eso implicaba, y el olvido, y después el odio, pues aún no lo odiaba debía odiarlo, pero no lo hacía.

Corazones En LlamasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora