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En el año 115 d

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En el año 115 d.C.,

Mis sentidos se desviaron brevemente; Aegon y Rhaenyra habían esfabulado de mi vista. Me encaminé pausadamente por el pasillo, colocando mi oreja a la puerta con la esperanza de interceptar algún murmullo, mas el silencio reinaba. Incluso con Hel insistiendo en la estruendosidad de ambos, la madera, ya anciana, revelaba apenas sus secretos.

Al abrir la puerta con cautela, el espectáculo se desplegó ante mí. Rhaenyra, despojada de atavíos, luchaba por ocultar su desnudez, mientras Aegon se encontraba atrapado en su visión. Interrumpí el trance con un exabrupto:

—"¡Por los dioses!"—

Nyra, con gesto resignado, se abandonó a la tibieza, y Aegon, al percatarse de mi presencia, giró su mirada hacia mí. Ni uno ni otro dignaron dirigirme una mirada, ambos envueltos en su propio juego. La sorpresa, un lujo efímero.

—"Mis ojos están aquí", interrumpió Aegon, su voz resonando con una calma inquietante.

Incomodado, en un principio consideré ignorarle, pero provocarle se volvió irresistible. Aegon, alguna vez apuesto antes de la marca del fuego, ahora parecía una sombra de aquel esplendor.

—"Es más grato contemplarla a ella", espeté sarcástico, saboreando la provocación. "Si no lo has notado, eres un espectáculo poco grato a la vista".—

—"Bueno, tampoco eres una visión encantadora", murmuró Rhaenyra lo suficientemente alto para que ambos escucharan.

Incómodamente furioso, anhelaba la atención de Rhaenyra. No deseaba su enojo, quería su mirada, su toque, sus caricias; deseos absurdos en medio de la absurda escena. ¿Acaso las secuelas del golpe nublaban mi juicio?

—"El septon aguarda. Id a cambiaros", ordené con una sonrisa sardónica. "Felicidades, os casáis".—

Aegon, pálido como un espectro, reaccionó. Tomó mi brazo y me arrastró consigo, apenas permitiéndome dirigir una última mirada a Rhaenyra, ajena a la intrusión. Aegon cerró la puerta, dejando tras de sí la escena íntima.

—"Si mi padre descubre que hemos sustraído el atuendo de su boda, nos condenará", murmuró Daeron, ocupado con las ropas de Aegon.

Las tonalidades rojas, doradas y beige de la vestimenta evocaban la boda ancestral del conquistador, un recordatorio cruel de la historia compartida. Con un cambio abrupto de tema, informé sobre mi partida inminente hacia Harrenhal.

Los ojos de Aegon se clavaron en mí con amenaza velada, pero necesitaba respuestas, incluso si desconocía las preguntas.

—"Daeron, déjanos a solas", solicitó Aegon cortésmente.

Daeron obedeció sin protestar, cerrando las puertas tras de sí. La conversación entre Aegon y yo se tornó en un diálogo de tensiones y dilemas, conmigo buscando evitar un destino impuesto.

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