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                           133 d.C

El vino descendió por mi garganta, un amargo néctar que parecía teñir mi día con un sabor agridulce. Sentí cómo el calor se apoderaba de mi cuerpo, una sensación que me resultaba familiar. Este día, impregnado de secretos y discordia, se revelaba ante mí en una danza de sombras y promesas rotas. Mientras mi carruaje se deslizaba por el camino, el destino parecía tejer hebras invisibles a mi alrededor. Los susurros del tiempo me arrastraron a un lugar que ya conocía demasiado bien, donde las decisiones del pasado cobraban un nuevo significado. Y entonces, en un instante fugaz, me encontré con ella; Rhaenyra, la fuerza imponente que desencadenaría el vuelo de los dragones. En ese momento, su presencia susurró un augurio de cambio y redención, mientras la oscuridad de nuestras almas se entrelazaba en un baile eterno de ambición y desdicha.

Mientras el abrazo de la muerte se apoderaba de mí, un atisbo de arrepentimiento brotó en mi interior. Recordé a Rhaenyra, su mirada desafiante y su espíritu indomable. En un instante fugaz, lamenté las acciones que me llevaron por este oscuro camino, anhelando una redención que estaba más allá de mi alcance. Sentí un pinchazo en el corazón al recordar cómo su hijo gritaba '¡Mamá, huye!' y yo di la orden a mi dragón 'Sunfire' para acabar con la vida de mi hermana por una maldita silla. Sentí como un extraño me envolvía en sus brazos y como todo se convertía en un blanco interminable. Estaba esperando caminar hasta el final y ver la luz donde mis hermanos y hermanas me esperarían. Tal vez Rhaenyra no, porque ella me odiaba y yo la odiaba. Simplemente era la manipulación de mi madre y mi abuelo por una maldita silla, que no nos dio poder ni paz, simplemente acabó con la poca tranquilidad que habíamos tenido. Se habían perdido vidas, se habían perdido miles de vidas entre ellas, mis hijos y los hijos de mi hermana.

No sé cuánto tiempo caminé hasta que vi algo oscuro, y tan pronto como la oscuridad se desvaneció, no vi a mis hermanos, o más bien, no vi el patio de la Fortaleza Roja tal como lo recordaba. Todo era de colores más suaves, y las personas parecían estar más felices. Vi a varias personas riendo en un rincón casi oscuro, y me sorprendí al ver la figura de mi hermano Aemond. No esperaba verlo, o más bien, sí esperaba verlo, pero en un sentido en el que parecía que no estaba en la Fortaleza Roja que recordaba. Él no me veía, solo estaba mirando en una dirección, así que decidí mirar en la misma dirección y me sorprendí al darme cuenta de que estaba en... ¿era esto el cielo o el infierno?, me pregunté. Rhaenyra parecía más joven de lo que recordaba, y estaba feliz. No era la mujer dura que había tenido ante mis ojos antes de morir.

Ella llevaba un vestido de color púrpura suave, adornado con numerosas joyas. Su cabello estaba trenzado al estilo de la conquistadora Visenya. Rhaenyra estaba hablando animadamente con un par de damas, su risa resonaba en el ambiente. Mientras observaba la escena, me invadió una sensación de incredulidad. Aquel lugar era tan distinto de lo que recordaba, y ver a Rhaenyra de esa manera me dejó atónito. ¿Qué clase de lugar era este, y por qué la atmósfera parecía rebosar de felicidad? Estas eran algunas de las preguntas que bullían en mi mente mientras trataba de comprender lo que mis ojos estaban presenciando.

Dragons are Back +18 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora