- IV -

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La luz de la luna se salpicaba a si misma sobre el rendido cuerpo de la chica. Las sabanas alborotadas a su alrededor, signo de las vueltas que dio sobre la cama, y su mirada perdida en la imagen borrosa que se proyectaba a través de las cortinas, casi invadida por la frustración de no poder conciliar el sueño.

Por más disgusto que le causasen, parecía no poder escapar de las noches así.
No importaba que tan cansada se sintiera, habían días donde apenas dormía unas horas.
Odiaba que, por más exhausta que estuviese su mente, no le permitía descansar, sometiéndola en cambio al tormento de sus ideas.

Cuando era pequeña, las noches de insomnio significaban monstruos imaginarios que la hacían esconderse bajo las sabanas con terror. Ahora, significan horas de pensamientos inquietos de los cuales solo podía escapar si salía a distraerse. Pero eso pocas veces pasaba, pues el cansancio avasallaba toda intención de moverse, hundiéndola en aquel mal de pesares. Sonríe ante el pensamiento.

Con poca decisión, junto lo que le quedaba de fuerza para sentarse al borde de la cama, desplazando las sabanas a su lado y arrastrándolas hacia el piso con ella. Miró el reloj, 4:25 AM. Mañana sería el doble de pesado si no lograba dormir las horas restantes. Ellie cruzó su mente con descaro. Frunció su ceño ante una molestia inconsciente.
Divagó en el recuerdo de aquella, en su actitud arrogante y su postura voraz, pero la imagen de aquellos ojos narcisistas la llevaron al inicio. A la sangre que salía de su herida, al piso frío en el que descansó, y a esa mirada egoísta que creyó con satisfacción haber acabado todo para ella.

Volvió a recostarse con una mano encima de su hombro desnudo, y pasó con suavidad sus dedos sobre la cicatriz que recorría el inicio de su cuello. Desde la clavícula hasta su nuca.
Nunca contó lo que había hecho, pero prometió nunca apagar el fuego de ese odio que quedó tatuado en su cuerpo, esparciéndose sobre ella como el veneno.

En un rápido abrir y un lento cerrar de ojos, la luz de la luna fue reemplazada por los rayos de sol que teñían su habitación de un naranja intenso. El día volvía a empezar.
Tomó un baño de agua fría, con la intención de quitarse las cadenas del sueño. Se vistió, puso su cabello en un rodete y salió de la casa.

Revisó el tablón; Alpine Valley. A menos que una horda estuviese emigrando por esa zona, sería un trabajo de solo unas horas. Buscó con la mirada a su compañera, quien se encontraba en una ronda a lo lejos.

Sus ojos se encontraron, pero ninguna de las dos apartó la mirada. Estaban inmóviles, dejando el desprecio extenderse como un incendio.

Sin embargo, algo era distinto hoy. Sentía como ardía con un rencor insaciable, esparciéndose con apatía y hostilidad por cada rincón de su cuerpo. El asco y la desdicha parecían haber atravesado su piel más profundo que cualquier agujero sobre la tierra, incapaz de llenarse, pero imposible de olvidar. Con total indiferencia, Ellie rompió aquel contacto visual, ayudando a Fae a aliviar la tensión que se había generado en su pecho.
Notó como dijo algo a su grupo y se marchó, en dirección a los establos.
La observó de espaldas un momento, y tuvo la sensación de que su noche le haría más complicada la interacción de hoy.


——— ⏳ ———


Alpine Valley era un simple pueblo fantasma, con pocas casas distribuidas a lo largo de un sendero que subía hasta formarse un pequeño monte. La mayoría se viene abajo, por lo que es poco probable que contengan algo tan errático y bruto como un infectado.

Desde su salida, no habían cruzado palabra. Ignorando la sensación de sus propias presencias. Pero algo en la tranquilidad de la zona ponía inquieta a Fae.

– ¿Acaso viste a alguno? – Preguntó, como si eso fuese a quitarle el sentimiento de estarse pasando algo.

– No. – Respondió la otra, simple y seco, sin siquiera voltear a verla.

Veneno. - Ellie Williams y túDonde viven las historias. Descúbrelo ahora