Noah White
Son las cuatro de la mañana y todavía estoy aquí, tratando en vano de conciliar el sueño. No sé por qué, después de tantos años, sigo intentándolo. Es una pérdida de mi valioso tiempo, aunque en realidad no hago nada realmente productivo con mi vida. Sólo soy una simple bartender en un bar de mala muerte, luchando por sobrevivir después de haber estado ausente por casi un año.
Durante ese tiempo de ausencia, hice muchas cosas, según mi propia percepción. Mi madre, por supuesto, no opina lo mismo y no deja de quejarse incesantemente sobre mis acciones. Pero yo me quedé realmente impresionada de todo lo que logré hacer en ese año libre. A pesar de los mil y un reclamos insoportables de mi madre, decidí ignorarlos, pues ya tenía suficiente con mi propia conciencia atormentándome.
A decir verdad, mi itinerario era muy bueno... no sé de qué se quejaba mi madre. Era perfecto, solo...
Despertaba, comía, escuchaba música, dormía.
Despertaba, comía, escuchaba música, dormía.
Despertaba, comía, me jodian la existencia, dormía.
Río en voz baja, con cierta amargura
¿Cómo voy a pasarla bien si mi vida se reduce a un cúmulo de pensamientos y recuerdos sin sentido? Soy consciente de lo miserable que es mi existencia, pero aun así sigo intentando encontrar algo que le dé un propósito a mis días. Tal vez algún día logre hallar la paz que tanto anhelo.
Desde que tengo uso de la razón, siempre he tenido la misma pesadilla recurrente que me atormenta noche tras noche. Es una sensación de desesperación y angustia que no me abandona, como si una fuerza invisible me estuviera arrastrando hacia un abismo sin fondo.
21 de marzo, ascensor, chillidos agonizantes de súplica sin detenerse, la mente y tu luchando a ver quién de las dos mandas, quien de los dos caerá rendido ante el otro, la respuesta es clara, la mente. Esa percepción mortecina en tu cerebro que te va taladrando de a poco, esa sensación de que la cabeza te explotara en cualquier segundo, te tapas los oídos. No funciona. Tratas de apaciguar esas llamas de tu cabeza con tu propia voz. Gritas, sollozas, lloras, no puedes más. Sacas un arma, te apuntas entre ceja y ceja. Y... -¡BANG! ¡BANG!- Nada... no pasa nada, los ladridos de la mente no se callan, siguen ahí, por más que te vueles la cabeza.
Siempre termina igual, yo disparándome en la cabeza, desplomada en un ascensor, con dos agujeros en mi cabeza. Pero nunca muero a pesar de ese disparo mortífero. Solo sigue mi cabeza escupiendo y escupiendo mierdas sin parar, mientras veo cómo mi alma se desvanece sin hacerlo realmente. Sin dejar de oír el canturreo desesperante de mi cabeza, las ahogadas palabras de mi mente que me atormentan hasta la locura.
Es una pesadilla sin fin, un ciclo interminable de sufrimiento y desesperación que me consume lentamente, día tras día, noche tras noche.
No logro escapar de esa prisión mental que me mantiene atrapada en un limbo de dolor y agonía.
¿Cuánto tiempo más podré resistir antes de que la oscuridad me consuma por completo?
Anhelaba encontrar un instante de paz, un breve respiro en medio de la tormenta que azotaba mi alma.
¿Acaso era demasiado pedir? ¿Una pequeña tregua en medio de este caos abrumador?
Ni siquiera un minuto completo, solo un segundo de calma absoluta es lo que pedía, pero ya se que eso solo es un oasis en el desierto.
Imploraba a un universo sordo que me concediera al menos un suspiro de paz, un instante de gracia en el que pudiera encontrar el consuelo que tanto anhelaba.
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El sosiego de tu voz
RomansaSilencio. Un oasis en el desierto de su mente. Algo que Noah anhelaba desde niña, una calma que nunca había conocido. Sus días eran un caos ensordecedor, una sinfonía de voces que la juzgaban e ignoraban sus deseos. ¿Acaso era tan difícil perderse...