EL DÍA QUE LO CONOCÍ

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"Quien con mostruos lucha cuide de no convertirse en mostruo. Cuando miras largo tiempo a un abismo, este también mira dentro de ti."
Friedrich Nietzsche. Más allá del bien y del mal.





Tenía diez años cuando lo vi por primera vez. Él estaba lleno de penas y tristezas, llorando desconsoladamente.

Supongo que lo habrían abandonado porque estaba angustiosamente solo.
Excepto por el hecho de que lo rodeaban las pesadillas, los lamentos y la oscuridad.

Las personas que elegían la soledad no se veían así.

Había creado mi primera visión poética a su alrededor, inspirándome intensa y profundamente en él.

Tengo una leve evocación sobre la palabra que usaban para describirlo: monstruo.

Ellos decían que aquello es lo que él era, un ser monstruoso. No existían las exageraciones cuando te referías de manera despectiva hacia él.

Una percepción demasiado dramática en mi opinión. Pero era lo más acertado al hablar sobre él. Según lo que ellos vociferaban.

Todos al principio hablaban de la amabilidad y el carisma que lo caracterizaban, sin saber que todo fue una mentira planeada meticulosamente: falsedades. Se aprovechó de la candidez de las personas al mismo tiempo que ellas se aprovechaban de su aparente disposición a ser bueno, a ignorar las faltas degradantes cometidas hacia él; de más está decir quién salió vencedor en esas disputas cargadas de hipocresía.

No comprendí al principio por qué lo llamaban de ese modo tan horrendo.

Era una niña y los monstruos a mi corta edad eran feos y deformes. Solo con mirarlos te dabas cuenta de que debías correr para alejarte de ellos.

Él se disfrazaba de todo lo opuesto.

Cuando lo vi sentí deseos de correr, pero no para estar lejos. Deseaba correr hacia él. Quería permanecer cerca. Y en lo más posible, que esa cercanía durara para siempre: que fuera eviterna.

No podría utilizar eufemismos para describirlo porque todo en él era celestial y bello: intensamente hermoso, pulcro e incluso ordenado. Era como si la naturaleza lo hubiese programado para ser letal mientras se encubría como inofensivo y brillante. Lleno de luz.

He de suponer que la gente caía en sus juegos por ese motivo, porque a pesar de todo, era encantador y abismalmente agraciado. Parecía simpático desde todas las vistas, y actuaba como tal, se dejaba ver como tal, y engañaba a todo el mundo.

No recuerdo muy bien su apariencia pero su cabello era negro azabache, el mismo color que adornaba su interior y esto no resultó ser una metáfora según lo que las malas lenguas decían. Sin embargo, sus ojos eran azules. Azules como el cielo, celestes; otra capa de su disfraz de cordero que era requerida para cometer sin alarmas todas las atrocidades que él realizó sin ninguna pizca de remordimiento.

Atrocidades que no me dejaron conocer con el pretexto de mi corta edad: decían que sería demasiado para mí. Monstruosidades de las que siempre sentí una inmensa e insaciable inquietud.

Atrajo la atención de una niña cuya curiosidad crecía al ritmo del avance del tiempo, quizás de una manera lenta, sin embargo, se acumulaba como el polvo que caía a través del orificio de un reloj de arena: era constante. Y debido a esa atracción llegué a entender la clase de persona que expresaban que él era. No me atraía en lo absoluto su manera de comportarse que a mi parecer era repugnante, y todo lo malo que él había hecho resultó innecesario. Mi curiosidad buscaba el porqué de sus acciones, ¿por qué hizo todo aquello?

REMINISCENCIAS, ¿sabrías decir quién soy?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora