09 ╹Noche fugaz╻

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Al acabar su turno, Ámber recogió un par de cosas de las mesas del bar y dio paso a su compañera del siguiente turno.

Ese día salía un poco antes, y aún tenía casi toda la noche para descansar. O puede que para algo más.

Adán, que había estado en una esquina hablando con Ámber cuando ella no estaba ocupada, ahora la esperaba en la puerta del local.

— ¿Vamos a dar una vuelta? — preguntó el hombre con una sonrisa.

— Hoy no, quiero ir a casa y cambiarme.

Empezaron a andar uno al lado del otro, atentos a cualquier peligro, pues aquella zona, como casi todo el infierno, era propensa a tener demonios poco simpáticos.

— ¿Y quitarte ese uniforme que tan bien te queda? Menudo desperdicio.

Ella se puso roja y le sacó el dedo medio.

— Jódete. Quiero ponerme el camisón y acostarme.

Él le sonrió coqueto.

— ¿Y por qué no mejor te quito yo la ropa y nos acos...?

Ámber le dio un pequeño puñetazo en el brazo, y él soltó un gemido de dolor.

— ¡Mamona, eso duele!

— ¿No te cansarás nunca de ligar conmigo? — preguntó ella con burla.

Adán apartó su vista, nervioso.

— No hasta que me aceptes.

Ella soltó una pequeña risa, y se detuvo en seco, alertando que Adán.

— ¿Qué pasa?

Ámber obligó al hombre a agacharse, y con sus alas lo rodeó para que nadie más los viera.

— No me tientes, hombre... Déjame jugar un poco.

Él comenzó a sudar y acalorarse, mirando a Ámber sorprendido.

— Yo... esto...

— ¿Ves que mono te pones cuando estás nervioso? — soltó el ángel caído alejándose de él y volviendo a caminar relajadamente.

Él se quedó paralizado unos segundos antes de seguirla.

Aquella mujer iba a volverlo loco.

Una vez en la mansión, Imelda e Ivana revisaron el ala de Adán.

— Aunque la grieta siga ahí, la cicatrización se ha detenido...

Ivana aplicó un ungüento natural sobre la herida, y mientras Adán se mordía los labios, Ámber lo miraba preocupada.

— ¿Podrá recuperarse?

Unos tensos minutos siguieron a su pregunta, y la pareja intercambió una mirada nerviosa.

— Lo siento, señores — se disculpó Ivana —. Me temo que no hay nada que podamos hacer. Ya no puede usarse este ala para volar.

Adán bajó la cabeza, suspirando. Sus sospechas eran ciertas.

Ámber se levantó del sofá en el que había estado sentada observando, con furia.

— ¡Algo podrá hacerse! ¡Algún curandero podría arreglarlo!

Ambas demonios negaron con la cabeza.

Problemas en el Paraíso | Hazbin HotelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora