CAPITULO 4

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NORTH POLE
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Sodom/ Alaska.

Vladimir.

Las mazmorras de las Bratva se esconden tras las colinas llenas de nieve.

Nuestro dominio absorbe Rusia y parte de este continente que ni siendo vendido ha podido librarse de las cadenas de la mafia roja.

Aquí solo vienen los que quieren corromperse, no hay señalaciones ni
prejuicios.

Puedes perderte como quieras en el recóndito lugar, el cual tiene como único vecino al pueblo más recóndito de Alaska.

En Sodom, la única ley somos nosotros siendo venerados como reyes desde tiempos inmemorables.

Siendo el león blanco que se oculta tras las montañas y del cual nadie se atreve a hablar.

Si quieres tomar una mujer, desnudarla y follarla en plena calle, puedes hacerlo porque eres un Romanov.

Si te apetece pegarle un tiro a cualquiera solo porque te molesta como respira, puedes hacerlo porque eres un Romanov.

En Sodom y en toda Rusia.

Sodom no está en el mapa, ser un mafioso de renombre te da la opción de modificar hasta el maldito globo terráqueo si es
necesario.

Lástima que ser un underboss no me ha bastado para torturarla, para enfrentarme a esa puberta la cual no ha hecho más que aumentar mi
ansiedad.

¿Quién no quiere someter y matar a una James? ¿Quién no quiere pisotear la voluntad de esas míseras hechiceras? Creo que ya se metió en mi
cabeza, en mi cerebro, liberándome por instantes de la cárcel que han
forjado mis propios pensamientos.

Salamaro aparece a mi espalda con un abrigo que le llega al borde de la barbilla.—¿La trajiste?

Su silencio es lo que no quería recibir.

—Leoncillo, en Arizona sabes que es caso perdido. Ese no es nuestro
territorio —avisa

—¿Ser el hijo del Boss no es motivo suficiente para convertir lo
imposible en posible?
Me limpio la nariz con el dorso de la mano dejando que mi consejero se quede a mi lado.

—Su padre la ha sacado y no tenemos idea de dónde está —empieza— Necesitaré semanas para...

Meneo la cabeza en señal de negación, mis fibras anhelan sentir eso...

Experimentar de nuevo lo que logró...

Mis botas marcan la nieve cuando echo a andar y mis ojos se cierran recordando los labios que se carcajearon en mi cara.

Sorbo lo que tengo en
la nariz evocando por segundos el latir de mi pecho sobre ella en el momento que dejé de ser un cadáver, un inadaptado sombrío.

Entro al castillo tomando la escalera que lleva a mi alcoba, la puerta está entreabierta y me apresuro a esta enojado por el hecho de que entren sin mi permiso.

Las notas musicales que salen desatan la ansiedad, empujo y mis pies se
detienen con el vestido blanco que han puesto sobre mi cama.

La pantalla gigante proyecta el video de boda de mis padres mientras Maxi espera
sentado en la única silla de la alcoba.

—Vladimir —mi hermano se pone de pie— Cargas con el peso de la muerte de mamá y no has sido capaz de cobrar la sangre de nuestra tía.

El recuerdo de Sasha duele, los susurros llenos de «No fue tu culpa» me hacen falta.

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