CAPITULO 9

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ESCLAVA.
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Ilenko.
Los italianos son el clan con más poder en nuestra asociación delictiva.
Antoni Mascherano se ganó el respeto de los clanes con una herramienta
llamada HACOC, «Una droga letal de sumisión», la cual se usa en el
mundo de la prostitución. Comercializarla los engrandece ya que como
creadores la venden en un alto precio y en el negocio del sexo es
protagonista.
Estamos a la par, no obstante, es tradición tener una voz que se impone
por encima de las demás. Antoni era el antiguo líder ya que ahora está
preso. A él le tenía respeto y odio también, pero Phillippe, su hermano, me
estresa y algo me dice que su reinado no durará mucho, ya que si su
hermano sale de prisión lo primero que hará será declarar la guerra por el
trono que le quitó. Guerra en la que tendré que participar debido a que
Antoni y yo tenemos cuentas pendientes porque no tolera que quiera a
Rachel muerta.
Nos adentramos en la fortaleza, la cabeza de la Yakuza y el jefe del
hampa búlgara también vinieron a la “Reunión improvisada”.
—El Underboss no decepciona —me dice Gregory, el búlgaro—. No sólo
secuestra, sino que también reclama y no a cualquier esclava.
Me mantengo serio, a mi nada de esto me hace gracia ni me engrandece
como me lo plantee.
—¿Dónde está Zulima? —pregunto por mi sumisa.
—Aquí —aparece al lado de Gregory encendiendo el puro que me mete
en la boca con un aire coqueto.
Da un paso atrás y yo suelto el humo con un largo suspiro. La sumisa se
adelanta a la mesa moviendo la silla que me corresponde.

—Siéntate —demando señalando el puesto que está a mi izquierda y ella
obedece.
Vladimir se sienta a mi derecha y Maxi a su lado. Todos se ubican, los
empleados sirven los alimentos y… Muevo el cuello cuando la menor de las
James se toma la sala sirviendo como todos los demás.
«Me estresa»
—Me sigo preguntando porque sigue viva —susurra Maxi.
—Por demandas mías —contradice Vladimir— ¿Algún problema?
«Esto me desagrada».Vladimir fija la mirada en ella y yo asumo que no
existe. Phillippe toca los temas de interés y como que siento el aura pesada.
Mis hijos no están concentrados como se debe y el que esa cría se me
acerque me termina de alterar.
Deja el plato de sopa con una lentitud desesperante mirándome de
reojo, «Le dije que mantuviera la mirada en el piso». El plato salpica unas
gotas y toma una servilleta para limpiarlo, pero…
—Déjalo —musito queriendo que se aleje.
Se mueve al puesto de Vladimir enterrándole un codazo a Maxi, el cual
resopla enardecido.
—Perdón, mi codo es un poco hiperactivo — ella se disculpa y mi mirada  le advierte a Maxi que no se ande con pataletas.
Continúa yendo hacia los otros puestos con la mirada de los visitantes
encima. «Es una James», las mujeres más odiadas de la mafia. Le sirve a
Philippe y a Dalila que reparan la atención que le dedica Vladimir.
Empezamos a comer y ella se queda junto con el personal, respondo a lo
que me preguntan con la cabeza no sé en dónde ya que me cuesta no
distraerme con esa puberta aquí y es que actúa como si no supiera
comportarse.
Se alisa la falda del uniforme siendo la única que se mueve mientras los
otros empleados conservan sus puestos en una posición recta.

Zapatea, asoma la cabeza cuando oye ruidos en la cocina o en la sala, se
come las uñas y rueda los ojos cada que Maxi habla. Me sigue mirando y el
que yo corresponda termina de enfurecerme.
—Retírense todos —le indico al personal el cual la incluye a ella que
voltea a verme como si me pareciera a alguien.
Definitivamente no sabe comportarse. El almuerzo concluye y nos
trasladamos al estudio donde se tocan los temas más delicados mientras yo
me quedo abajo terminando el habano que encendí después de comer.
Uno de los voyeviki recibe la colilla, volteo en busca de la escalera
encontrándome con la cría que, en vez de esclava, parece un espectro que se
aparece en todos lados. Empiezo a subir y no espera en lo alto de la escalera
como lo harían los otros empleados demostrando respeto.
Las piernas enfundadas en la tela blanca de las medias me hace tragar
grueso. Baja mientras yo subo comportándose como si estuviéramos en un
centro comercial.
—Creeme que no te gustará saber dónde terminarán esas medias si te las
quito yo —advierto cuando paso por su lado—. No quiero verlas.
Sigo subiendo sintiendo su mirada sobre mí. Me están esperando. Mi
despacho cuenta con dos plantas predominadas por grandes bibliotecas
antiguas.
Maxi no entra a la reunión y yo me quedo de pie mientras los otros se
acomodan en los muebles de roble.
—¿A los amos le apetece coñac? —pregunta mi sumisa ganándose el
asentimiento de todos.
Zulima Petrova es mi subordinada hace cuatro años. Está a cargo de los
clubes de Sodom y la he entrenado a mi forma para que obedezca al pie de
la letra, «Para darme el placer y la obediencia que busco».

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