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Choi MinHo, oligarca petrolero coreano y temido magnate, se relajó en el sillón de su despacho y miró sorprendido a su mejor amigo, JongHyun.

– ¿Hacer senderismo? ¿De verdad es eso lo que quieres para tu despedida de soltero?

– Bueno, ya hemos hecho una fiesta demasiado alta en octanos para mí –le confesó JongHyun. Y se puso tenso de tan solo recordarla. JongHyun era de estatura media y complexión fuerte, daba clases en la universidad y acababa de publicar un libro sobre la historia de la poesía en Corea del sur.

– La culpa de eso la tiene tu futuro cuñado –le recordó MinHo.

Suho había contratado a varias bailarinas para la despedida de soltero de su amigo.

– La intención era buena –le aseguró JongHyun, saltando a defender al odioso hermano de su futuro esposo, que además era banquero.

MinHo arqueó las cejas y su rostro varonil y moreno, se puso serio.

– Le advertí que no te gustaría.

JongHyun se ruborizó.

– Lo intenta, pero en ocasiones se equivoca.

MinHo no dijo nada porque estaba pensando en la tristeza que le daba que JongHyun hubiera cambiado tanto desde que se había prometido con su novio doncel, Kibum. Ambos habían sido amigos desde que se habían conocido en la Universidad Nacional de Seúl. Por aquel entonces, JongHyun habría criticado sin ningún problema a un hombre tan ordinario, aburrido y presuntuoso como SuHo. Pero ya no era capaz de llamar a las cosas por su nombre y siempre estaba pendiente de no herir los sentimientos de su futuro esposo. MinHo, que era todo un macho alfa, apretó los dientes con repugnancia. Él jamás se casaría. Jamás cambiaría para complacer a una mujer o a un chico. Solo la idea le causaba aversión. Él, que había sido criado por un hombre cuya frase favorita había sido:

"Un pollo no es un ave y una mujer o doncel no es una persona."

A su difunto padre, Choi Siwon, le había encantado decir aquello para provocar a la refinada niñera japonesa que había contratado para que cuidara de su único hijo. Machista, brutal y siempre insensible, a Siwon le había enfadado que la niñera tratara a su hijo con demasiada delicadeza y le había preocupado que lo convirtiera en un flojo. Pero, con veintiséis años, MinHo no tenía nada de flojo. Era alto y fuerte, despiadado en los negocios e insaciable con las mujeres y chicos.

– Te gustarán los lagos... Es un lugar precioso –comentó JongHyun

MinHo hizo un esfuerzo para no parecer incómodo.

– ¿Quieres ir a hacer senderismo por los lagos? Pensé que estabas pensando en ir a Aomori en Japón ...

– No puedo tomarme tantos días de vacaciones y, además, no sé si estaría a la altura de los elementos –admitió, tocándose la barriga–. No estoy tan en forma como tú. Me van más la primavera coreana y el ejercicio físico moderado, pero ¿podrás estar tú sin limusina, lujos y guardaespaldas un par de días?

MinHo no iba a ninguna parte sin su equipo de seguridad. Frunció el ceño, no por tener que estar cuarenta y ocho horas sin lujos, sino porque iba a tener que convencer a su equipo de que no iba a necesitarlo durante el fin de semana. Jinki, el jefe de seguridad llevaba cuidando de él desde que era un niño.

– Por supuesto que sí –contestó con innata seguridad–. Me vendrá bien un poco de aislamiento.

– También tendrás que dejar aquí tu colección de teléfonos móviles –le advirtió JongHyun.

MinHo se puso tenso al oír aquello.

– ¿Por qué?

– Porque no dejarás de trabajar si te los llevas. Y no quiero estar escuchándote en lo alto de una montaña mientras tú haces negocios. Te conozco demasiado bien.

AMORDonde viven las historias. Descúbrelo ahora