La idealización de una musa.

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Kara: Tus palabras me juzgan con una severidad implacable, como si fueras una doncella pura e inmaculada, ajena al dulce sabor del pecado. - Se acerca a ella. - Como si tus manos no hubieran explorado el éxtasis prohibido, reservado solo para aquellos pecadores que vagan por este mundo, un mundo al que también perteneces. - Sus ojos marítimos no se apartan ni por un segundo de los suyos. - Me exiges y me limitas a ser un mero reflejo, una ilusión de la idealización de un ángel, de una criatura pura desde su concepción. Pero la verdad es que tú, Lena Luthor eres una humana común, con tus propios errores y grandes equivocaciones, capaz de herir y sumergir a otros en la locura o incluso la muerte. - Concluye con una mirada tan profunda que congela la sangre de aquella parada frente a ella. - Eres desvergonzada, una hipócrita deplorable que no razona con sensatez, sino con crueldad. Imploras y reclamas como si el mundo estuviera al borde de desaparecer para ti. Y, sin embargo, te acercas a mi puerta, te aproximas a mí, permitiéndome sentir tu abrazo cálido, solo para luego escupirme en el rostro que te he engañado al no ser lo que esperabas. - Limpia el rastro de una lágrima fugitiva y continúa. - Pero, ¿quién eres tú para venir aquí y juzgarme de esa manera? No eres más que una sombra, un eco vacío, y no tengo la obligación de cumplir ni satisfacer tus fantasías. Jamás seré tu ángel, porque para mí siempre serás un ser humano despreciable. - Da un paso hacia atrás y camina hasta el otro extremo de la habitación. - Tú, que exiges virtud, has perdido la tuya en innumerables lechos, cuyas cifras resultan imposibles de contar. - Pronuncia aprovechando el eco del lugar. - ¿Negarás acaso que muchas manos han trazado la curva de tu cuerpo, que numerosos labios han probado el embriagador sabor de los tuyos? Tus ojos han contemplado la desnudez de múltiples amantes. - Voltea a verla, otra vez, obsequiando ese privilegio. - Entonces, dime, Lena Luthor, ¿cómo te atreves a venir aquí y afirmar que te he mentido, que no soy una virgen? Tú has profanado tantos cuerpos que sus nombres se han desvanecido en lo más profundo de tu memoria. Has abierto tu corazón a más de un centenar de mujeres y has roto una cifra duplicada. Has hecho promesas que se han desvanecido como el viento tras una fuerte tormenta. Has fingido emociones que no has sentido y tus pies han viajado por rutas olvidadas. Has bebido hasta perder el conocimiento, has reído hasta perderte en multitudes de acompañantes y, como si eso no fuera suficiente, has pensado en concebir vida. Tú, Lena Luthor, has vivido más que yo y, aún así, estás aquí reclamando.

La pelinegra, quien había quedado sujeta al suelo como un barandal, parpadeó un par de veces. Su garganta estaba seca, su voz estaba ahogada en su pecho y sus cuerdas vocales no ayudaban a producir nuevas palabras. Las lágrimas habían dejado rastros en su rostro, marcando su paso con su salado recuerdo. Abrió los labios, esos labios rodados, pero ninguna palabra emergió de ella.

En ese momento, la oscuridad de su silencio parecía envolverla por completo. Era como si las palabras se hubieran convertido en mariposas atrapadas en una red invisible, incapaces de liberarse y volar en el aire. Su mente estaba llena de pensamientos y emociones, pero la incapacidad de expresarlos la dejaba atrapada en un mundo de silencio y frustración.

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