Capitulo 4.

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Una vez que el avión se asentó en la pista, Lena pudo sentir un cambio significativo en el ambiente. No solo era la transición de una estación a otra, era también un cambio emocional profundo. Dejó atrás el frío penetrante del invierno de Nueva York y fue recibida por la suave brisa de la primavera londinense. Pero el cambio climático no era lo único que la golpeaba; su pasado también la alcanzaba.

Al salir del aeropuerto, una figura familiar la esperaba. La mujer que se acercaba corriendo hacia ella era un eco del pasado que la golpeaba con la fuerza de un vendaval primaveral. A pesar de tener casi cuarenta años, sus ojos azules brillaban con la vitalidad y la sabiduría de una vida bien vivida. Su piel, de un blanco puro, contrastaba fuertemente con su cabello negro, que se rebelaba en mechones indomables, otorgándole un aire de independencia. Su figura delgada y esbelta se movía con una gracia innata, y su rostro, de una belleza impactante, parecía esculpido por un maestro, con rasgos delicados y perfectamente equilibrados.

El corazón de Lena latía con fuerza en su pecho mientras la mujer la envolvía en un abrazo. El pasado, con todas sus alegrías y penas, la golpeaba con la misma intensidad que la brisa primaveral de Londres.

Jessica llevó a Lena a una gran propiedad en el corazón de Londres, una joya arquitectónica que se destacaba entre los edificios circundantes. La mansión, de estilo georgiano, se erguía con una dignidad imponente. Sus paredes de ladrillo rojo, ventanas de guillotina y una puerta de entrada majestuosa le daban un aire de elegancia atemporal. Los detalles ornamentales en el techo y las columnas de piedra en la entrada mostraban el esmero con el que se había diseñado y construido la propiedad.

Desde la ventana del salón, se podía apreciar una vista panorámica de Londres, con sus edificios históricos, parques verdes y el río Támesis serpenteando a lo lejos. En el jardín, los primeros brotes de la primavera comenzaban a florecer, llenando el aire con un aroma fresco y dulce.

Dentro de la casa, el almuerzo ya estaba servido en una larga mesa de roble. El plato principal era un cordero asado, cocinado a la perfección, cuya fragancia embriagadora llenaba el comedor. El cordero estaba acompañado de verduras frescas de temporada, asadas con aceite de oliva y hierbas aromáticas. Una botella de vino tinto, de un viñedo prestigioso, esperaba ser descorchada, su color profundo prometiendo un sabor rico y complejo.

El ambiente era de una elegancia sutil, con la luz del día filtrándose a través de las ventanas y bañando la habitación con un brillo suave. La vajilla de porcelana blanca y los cubiertos de plata brillaban con un brillo suave, mientras que el centro de la mesa estaba adornado con un arreglo floral fresco, aportando un toque de color y vida al ambiente.

Lena se sentó, todavía asimilando la magnificencia de su entorno, mientras Jessica le servía una porción generosa del delicioso cordero. A pesar de la opulencia de la escena, había un aire de comodidad y calidez que la hacía sentirse como en casa.

Mientras se deleitaban con el exquisito banquete, Lena y Jessica se sumergieron en una conversación coqueta y romántica, tejiendo palabras con el lenguaje isabelino que evocaba los tiempos de la realeza y la elegancia de antaño.

Lena, con una sonrisa traviesa, fijó su mirada en Jessica y susurró:

Lena -Entre todas mis amantes, tú has sido la más especial, la musa que ha encendido en mí un deseo inextinguible. Eres el sol que ilumina mi firmamento, la perla que adorna mi corona real.

Jessica, con sus ojos azules resplandeciendo con complicidad, respondió con voz suave y melodiosa:

Jessica- Eres el néctar de amor que alimenta mi alma, la antorcha que arde en el jardín de mis anhelos. Cada palabra que emana de tus labios es un verso que acaricia mi oído, cada mirada tuya es un destello que ilumina mi camino hacia la grandeza.

Las palabras fluían entre ellas como una danza de seducción, entrelazando el deseo y la ilusión con una sutileza cautivadora. Cada frase pronunciada era cuidadosamente seleccionada, como si fueran versos en un poema, creando un tapiz de deseo y anhelo.

Mientras compartían miradas cómplices y risas juguetonas, Lena confesó en un susurro:

La idealización de una musa.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora