Narra Lena.
Es una mañana gélida en Nueva York, y me despierto antes que el sol, a las 6:30 en punto. A través de las rendijas de las persianas, la luz del amanecer se filtra, pintando un cuadro de sombras en la pared de mi habitación. Me pongo una bata de felpa, suavemente acolchada, y la frialdad del suelo de madera me hace estremecer, un recordatorio palpable de la temporada invernal.
Me acerco a la ventana y descorro las cortinas, y un viento helado me golpea el rostro. Es un soplo de aire fresco, puro y crudo, cortando a través de la calidez de mi hogar. El cielo está despejado, un azul pálido que se extiende hasta donde alcanza la vista, y el sol apenas comienza a asomarse por encima del horizonte, derramando su luz dorada sobre la ciudad que nunca duerme.
La nieve fresca cubre las aceras y los techos de los autos estacionados, una manta blanca que brilla con la luz del amanecer. Las pisadas de los primeros transeúntes del día crujen sobre la nieve, un sonido que se mezcla con el lejano bullicio de la ciudad despertando.
Me preparo una taza de café, el aroma agridulce llenando el aire, y me acomodo junto a la ventana. Observo cómo la ciudad cobra vida, los taxis amarillos zumbando como abejas por las calles, la gente abrigada con sus abrigos y bufandas, apresurándose hacia sus destinos con la cabeza gacha contra el viento frío.
A pesar del frío, hay una belleza en la tranquilidad de la mañana. Cada detalle, desde la forma en que la luz del sol se refleja en la nieve, hasta los edificios de cristal que se elevan hacia el cielo, todo parece estar en perfecta armonía. Y aunque estoy lejos de casa, en este momento, no puedo evitar sentirme agradecida por estar aquí, en esta ciudad llena de vida y posibilidades.
Había pasado un solo año desde que había dejado mi hogar en la verde y brumosa Irlanda, mudándome a la vibrante y vertiginosa ciudad de Nueva York. En el proceso, había dejado atrás una gran parte de mi corazón con mi familia. Siendo la más joven de tres hermanos, Lex, Lutessa, Lucas y yo, todos habíamos tenido que volar del nido y buscar nuestras propias oportunidades en lugares distintos. Pero no lo hicimos solos. Nuestros padres, Lillian y Lionel, habían dedicado años de esfuerzo y sacrificio para asegurar nuestra estabilidad económica, construyendo una empresa próspera que ahora estaba bajo la firme administración de mi madre.
Lex, más conocido como Alexander, era abogado, Lutessa era médica cirujana y Lucas era psiquiatra. Aunque mi formación académica era en ciencias, mi pasión por las letras me había llevado a convertirme en escritora. Lex se había mudado a Londres dos años antes, Lutessa había seguido sus pasos y se había mudado a Bélgica unos meses después. Lucas había tardado un año más antes de anunciar que se mudaría a Canadá por una oportunidad de trabajo. Yo había tardado dos años más antes de decidirme y mudarme a Nueva York.
Mi residencia era modesta, contaba con los lujos que necesitaba pero sin excesos. A pesar de mis buenos ingresos, prefería mantener las apariencias y vivir como una persona normal de clase media. A lo largo de mi vida, había desarrollado una pasión por escribir y, más concretamente, por escribir a los grandes amores de mi vida. En mi tiempo libre, disfrutaba de un pasatiempo oculto: dibujar en esas hojas que muy pocas veces salían a la luz aquello que las marcaba.
Mi primera obra la dediqué a mi novia, Andrea Rojas, cuando tenía quince años. La segunda fue para Imra Ardeen, a los dieciocho años. La tercera fue para Samantha Arias, a los diecinueve. Y la última, a Nia Nal, a la edad de veinticinco.
"Si enamoras al artista, siempre vivirás en su arte, pero si lo destrozas, sin duda serás su mayor obra". Esa era una frase que nunca me tomé en serio hasta que la vi, Kara Danvers.
Ella era de alguna manera diferente. Por alguna extraña razón, me dejaba arrojada entre la locura y la cordura. Ella era la criatura más hermosa que había visto. Ella representaba algo nuevo.
ESTÁS LEYENDO
La idealización de una musa.
Fiksi PenggemarLena Luthor, una pluma virtuosa en el cosmos literario, es célebre por sus narrativas románticas, impregnadas de pasión y posesividad. Sus obras son el espejo de los intensos amores que han marcado su existencia. No obstante, una serie de infortunio...