1.1 Un Extraño - Edward Cullen

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Narrador Omnisciente

Abrió los ojos desorientada.

Las paredes, al igual que el foco del techo, eran blancas. Sin embargo, la luz natural entraba por la ventana, proporcionando una pista adicional sobre su ubicación, junto con el constante pitido de una máquina a su derecha.

No recordaba nada más que unas luces frente a ella y, de repente, un estruendo haciendo que su mundo diera unas vueltas bruscas antes de perder la conciencia.

Estaba con alguien, pero en su mente no alcanzaba a definir quién era, ni los rasgos, ni su color de ojos. Pero era cálido su toque, cuando recordó que no había soltado su mano, incluso sentía el vacío de ese calor en su muñeca.

Intentó levantar su mano pero soltó un quejido, estaba conectada a un tubo de fluidos. Su corazón se aceleró, y aún más al ver de reojo, hasta donde podía alcanzar debido a su posición recostada, que en su brazo contrario había una férula que impedía su movimiento. 

Miedo llenó su expresión en cuanto notó que no podía sentir sus piernas ni hablar para pedir ayuda.

Rápidamente se escucharon pasos acercándose con prisa hasta su habitación y, a los segundos, la puerta se abrió dejando ver un doctor rubio, atractivo, con expresión preocupada y cariñosa, como si la conociera, y detrás de el dos enfermeras

A pesar de ello, sintió miedo, unas ansias por querer escapar y, aunque no entendía porqué, también unas terribles ganas de llorar y abrazarle.

El doctor se acercó tranquilizándola, diciéndole dónde estaba y que todo estaba bien. Ella soltó un quejido y el doctor mostró una expresión enternecida, explicándole que en unos días podría recuperar su voz, después de tanto tiempo sin habla, además del estado de su cuerpo y el cuello ortopédico que la sostenía.

- Ahora, sigue esta luz. - indicó el doctor y, algo dudosa, obedeció. Le resultaba muy familiar pero no sabía de dónde. - Tus signos vitales parecen en orden. - dijo a la vez que acomodaba la cama para que estuviera sentada y la ayudaba a beber agua.

>> Tendrás que pasar unos días aquí en lo que te recuperas, ¿Está bien? - explicó lentamente.

Pero una escena en su mente, un deja vú la distrajo, como si esta situación ya hubiera pasado antes, pero ella no estaba tan mal en esa ocasión.

>> ¿Harper? - preguntó el doctor, Carlisle, al verla distraída.

Harper lo miró extrañada, de repente recordó que ese era su nombre, y había alguien cuya voz le encantaba cuando la llamaba, pues más escenas de ese alguien aparecieron en su mente, pero se sintió frustrada ya que ninguna mostraba algo en concreto, algo definido, solo pequeños vistazos, hasta que llegó a unos ojos dorados.

Sus ojos que se habían entrecerrado cuando estaba perdida en sus pensamientos se abrieron sorprendidos al ver el color en los ojos del doctor, pero ese no era el dorado profundo que su mente había recordado.

Soltó otro quejido queriendo hablar, pero su garganta había estado en reposo hace ya mucho tiempo que parecía haber perdido la habilidad de hablar.

Se rindió con un suspiro, agachó su cabeza mirando a sus piernas. Con su mano derecha, que estaba vendada, tocó la férula que sostenía a su brazo. Lágrimas se acumularon en sus ojos por no saber qué le había pasado exactamente. Después pasó a tomar la sábana que la cubría y, lentamente, descubrir sus piernas, ambas estaban vendadas por completo, soltando así un gemido lastimero. Temblando tapó su boca con incredulidad.

Carlisle suspiró pesadamente, sus ojos llenos de culpa se suprimieron un momento para indicar a las enfermeras que se retiraran y lo dejaran a solas con la paciente. Una vez así, miró con lástima a la jóven que temblaba, viendo cómo la bata que cubría el inicio de sus piernas se mojaba con las lágrimas que empezaba a soltar.

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