" ¿Té o café? "

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Suguru Geto, un joven campesino y, además, cabía recalcar, era un artista. Claro, en lo que cabía de la palabra, pues aún le faltaba mucho, según él, para ser considerado un artista real. Aunque había que admitir, que lo que dibujaba, era algo que dejaba sin aliento hasta el ser más indiferente, pero claro, de eso él no se daba cuenta o no quería darse cuenta.

Para él, ser un artista era el simple hecho de hacer que el alma de los espectadores se mueva con emoción, que se agiten sus corazones, que sus ojos desorbiten por tal obra creada, que queden sin habla. Que los haga sentir... Cualquier cosa. Si es necesario, que lloren. Sonaba dramático, pero así fue para Suguru la primera vez que vió una obra de arte puro. Una alma reflejada en un lienzo y pinturas. Eso quería hacer sentir.

Pero, ¿Pero?, pero últimamente estaba bloqueado. ¿Qué era un artista con un bloqueo mental?, un alma reprimida. Un hombre encadenado en lo más profundo del calabozo, imposibilitado de cualquier cosa. Un hombre con alas sin poder volar. Así se sentía y, justamente hoy en la mañana que se había decidido a sentarse en ese banquillo frente al gran lienzo para pensar en algo, su gato blanco, gigante, debía decir, se interpuso en todo su camino tirando algunas cosas, pues parecía más que apurado queriendo salir de casa. ¿Qué le había picado ahora?, pensó Suguru, pues estaba consciente de que su mascota era un gato muy enérgico; Llegaba a pensar que hasta tenía raciocinio por su comportamiento imprudente, e incluso, algunas veces a propósito.

Con una pequeña liga de color negro para cabello, salió de la casa con ambas manos en el cabello buscando amarrar la jungla que traía sobre la cabeza, pues estaba recién despierto, desorientado y, además de todo, preocupado por lo que haría su gato. No le gustaba que saliera de casa, pues temía que se perdiera en algún lado fuera del pueblo. Además, el gato acataba a sus peticiones. Afortunadamente, su gato era blanco y de gran tamaño, fue fácil de reconocer, así que lo llamó rápidamente para evitar conflictos o algo en el lugar.

── ¡Mono, vuelve aquí! ── Sí, bueno, no tenía muchas ideas para un nombre cuando se lo encontró. Además, le quedaba bien, o eso cree él.

El gato, sin ninguna intención de parar su camino, por fin había divisado su "destino" un gran gato negro junto al que suponía era su dueño. Cuando menos pensó, el gato se había lanzado sobre aquel pobre animal. ¿Qué hacía?, ¿Acaso estaba montando a ese gato?, ¡Dios, qué vergüenza!, su gato estaba esterilizado, era imposible que confundiera a ese gato con una hembra, además tampoco podía montarlo o preñarlo, pues naturalmente no tenía un celo.

Suguru bastante apenado y desconcertado, se acercó rápido a sostener a su gato, quién parecía quieto pero continuaba con la vista en el pobre animal de pelaje negro que parecía mirar al gato con odio, incluso le gruñía. Mientras continuaba sosteniendo al gato, los ojos de Suguru por fin se dirigieron hacia la persona dueña del gato. Quedó impresionado con su estatura, además con su porte y, con gafas de sol, quizás era un turista, aunque era poco común que alguien viajara a ese pueblo por vacaciones. No le prestó atención a eso y, realizó una pequeña reverencia como disculpa por el comportamiento de su impertinente mascota. Ya vería cuando llegaran a casa. Lo bañaría para que aprenda.

── Disculpe las molestias... Señor. Mi gato lo hizo sin querer. ── Su gato como si entendiera la conversación, se agitó en los brazos de su dueño, prácticamente como diciendo que no se arrepentía de nada. Dios, ese gato le sacaría canas verdes.

Suspiró, escuchando como el muchacho albino soltaba una risita bastante peculiar, causando curiosidad por parte de Geto, quién al instante frunció el ceño sin ser muy notable, pensando al instante que quizás se estaba riendo de él. Aunque, recordando un poco como iba vestido, era completamente normal, no cualquier adulto cuerdo salía a la calle con unos pantalones de pijama con formas de mono y, además, una camisa grande y gris, sin contar que su cabello estaba mal recogido. Bien, sí, ese extraño tenía todo el derecho de burlarse. Antes de decir algo, escuchó la voz del joven.

𝖠𝗆𝗂𝗀𝗈𝗌, ¿𝖸 𝖺𝗅𝗀𝗈 𝗆𝖺́𝗌? Donde viven las historias. Descúbrelo ahora