Capítulo 1. Muestra Gratis

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Humanos. Aunque su trabajo dependía de ellos y de que su comportamiento no fuera del todo "bueno" no podía soportar lo increiblemente idiotas que podían llegar a ser. Hace un buen tiempo que no visitaba aquel rebaño de pestes que ahora se amontonaban y hacían fila para ser torturados ¿en qué momento exactamente sentir dolor se había convertido en un deseo en lugar de un castigo? No podía comprenderlo.

Anteriormente su trabajo le sacaba sudor, esfuerzo y alguna que otra lágrima, pues convencer a una joven ama de casa a sucumbir a sus deseos carnales o a un monje de ser avaricioso fue muy distinto en el siglo pasado que en el presente. Había dejado de ser un trabajo divertido para convertirse en algo mortalmente aburrido, pues incluso en aquel bar donde las personas se reunían para beber luego de un largo dia de trabajo sin ninguna motivación más que relajarse, podía detectar cinco víctimas que le venderian su alma por sólo mirarlos y sonreírles.

Tontos, crédulos y lujuriosos humanos. ¿Realmente aceptan cualquier trago de cualquier mujer atractiva como si nada? Detestaba lo fácil que se había convertido su tarea ¡Lo odiaba! Odiaba este siglo y sus libertades, aunque se suponía que debía recolectar aquellas "preciosas" almas, ninguna le parecía digna de ser recolectada por ella.

Sacudió un poco su vaso de whisky haciendo aparecer en él más de aquel líquido cristalino hasta que el mismo se encontró hasta el tope.

-¿Qué tal, nena? -el moreno que había estado observándola hace treinta y nueve minutos con exactitud por fin había decidido acercarse a ella, sin embargo, el olor que desprendía le causó nauseas... Lo había analizado y no tenía nada de interesante, Robert Bianchi, italiano, veintisiete años, le gustaba jugar al poker y cada noche había una chica distinta en su cama... un alma bastante pútrida, a decir verdad -He estado observándote hace un rato y...

-Piérdete.

Fue todo lo que dijo antes de fijar sus rojizos ojos en los de él, y sin decir absolutamente nada más el joven se marchó justo como lo ordenó. Soltó un suspiro de cansancio antes de acercar el vaso a sus labios y beber de lleno el whisky quemando su garganta y causándole un cosquilleo que había comenzado a dejar de disfrutar. Quizás debía inclinarse de nuevo al vino.

Colocó el vaso sobre la mesa, detallandolo con parsimonia como si fuera lo más interesante del mundo. No había una sola persona en su alrededor que valiera siquiera la pena ofrecerle un trato y eso la sacaba un poco de sus casillas ¿Cómo era posible que pecar se había vuelto una moda? Era estúpido.

Se levantó para marcharse de aquel para nada interesante lugar cuando un olor cautivador la detuvo. Buscó con su mirada por todo el lugar, tratando de llegar de alguna manera a aquella persona que desprendía ese exquisito olor y fue minutos después cuando sus ojos la encontraron. Acababa de entrar al sitio junto con dos personas más, un chico pelinegro con lentes demasiado alto para su perspectiva y un chico de estatura promedio igual con lentes. Ella era rubia, sus ojos eran peculiares; con un tono café como el chocolate y su piel blanca parecía de porcelana, su rostro irradiaba un deje de inocencia que hacía años no veía en una persona.

Se lamió los labios, sonriendo ante su maravilloso descubrimiento. Agudizó un poco su oído tratando de entender qué estaba hablando con sus dos acompañantes.

-Ella sólo decidió alejarse porque se sentía abrumada...

Sus dos amigos la escuchaban con atención, el tono de decepción en la voz de la joven le hizo sentir un poco de pena por ella. La estudió durante unos segundos, al parecer ella se le habia declarado a una joven, que había decidido alejarse porque los sentimientos de la rubia la hacian sentir incomoda, y sólo podía preguntarse ¿Qué clase de estúpida desaprovecharía la oportunidad de hacer unas tijeras con esa mujer?

Tus deseos son mis órdenes | RivariDonde viven las historias. Descúbrelo ahora