Capítulo VII

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Ayudó a evacuar el campamento para poner a salvo a las mujeres y los niños.

Minju se había situado en lo alto de la muralla para vigilar al pequeño ejército que se dirigía hacia ellos mientras les daba un rápido cursillo a los isleños sobre cómo defenderse y atacar. Ella se había unido a las mujeres cabecillas del campamento, tal y como Minju le había ordenado. No le gustaba cumplir órdenes, nunca le gustó, pero era la condición que Minju le impuso si quería que los ayudara.

No dejaba de pensar en el beso a pesar de la gravedad de la situación. Le daba vergüenza admitirlo, pues en ese momento se encontraban a punto de iniciar una batalla en la que podrían morir cientos de niños si las cosas salían mal. Sin embargo, su mente no dejaba de evocar aquel momento una y otra vez. Incluso su cuerpo la traicionaba y se comportaba como si Minju asienteestuviera todavía allí, besándola, haciéndole temblar de deseo. Recordaba con absoluta nitidez casa segundo, cada sensación. Se habían tumbado en la cama, se habían abrazado y se habían besado durante lo que a ella le pareció horas cuando, probablemente, no se tratara de mucho más que unos minutos antes de que las interrumpieran para informarles de que los soldados se acercaban al campamento.

Tres años sin besar tan siquiera a nadie era demasiado. Prefería pensar eso a pensar que había sido el mejor momento de su vida. No cometería el error de hacerse falsas esperanzas con Minju. Ella era un agente de la CIA entrenada para matar; no tenía ningún interés en formar una familia o estabilizarse de cualquier forma. Si ella, al menos, le hubiera pedido su teléfono o su dirección... Además, no tenían nada en común; eran como la noche y el día. A ella le gustaba leer; a Minju le gustaba luchar. Ella era una persona estable y constante; Minju era desordenada e inestable. Ella trabajaba en una biblioteca; Minju luchaba en secreto por su país. Nunca funcionaría una relación amorosa entre ellas.

Por otra parte, tenía mucha suerte de haberla conocido. De no ser por Minju, lo más seguro era que estuviera muerta a esas alturas. La había protegido desde que se encontraron aunque ella la dejó inconsciente como regalo de bienvenida. Era cierto que Minju a veces era muy brusca, que no se comportaba con toda la consideración que ella habría deseado, pero, en el fondo, se preocupaba por ella mucho más de lo que ambas estaban dispuestas a admitir. Al fin y al cabo, después de haber jurado y perjurado que no se inmiscuiría en esa guerra, terminó accediendo a ayudar porque ella se lo pidió.

En cuanto terminaran allí con esa batalla, se dirigirían hacia el desierto. Aunque todavía no podía verlo en el horizonte, sabía que el desierto estaba allí y que ningún río les proporcionaría tanta agua como la que habían obtenido hasta ese día para facilitarles el viaje. No tenía más ganas de atravesar ese desierto que de participar en esa guerra. Si no se hubiera tomado esas vacaciones tan atípicas para ella, en ese momento estaría en su casa, preparándose para ir a trabajar. Estaría haciéndose su aburrida trenza francesa delante del espejo mientras canturreaba suavemente alguna de sus canciones favoritas. Al menos, ese lugar le había dado algo de vida. Nunca se habría imaginado a sí misma evacuando a unos niños dentro de un campamento.

― ¡Chaewon!

Corrió hacia la mujer al escuchar su nombre y tiró de su túnica cuando se enganchó en el suelo. Como iban a quedarse otro día más, se había quitado su propia ropa para intentar mantenerla limpia lo máximo posible y llevaba de nuevo la túnica azul que le prestaron. Era molesta para correr.

― Los niños se esconderán aquí.

La mujer metió la mano bajo la arena y, ante su asombrada mirada, levantó una escotilla que daba con todo un refugio subterráneo. Era un espacio amplio donde se podía respirar gracias a unos muy bien disimulados respiraderos. Aunque invadieran el lugar, no encontrarían a los niños.

Love in time of war (2kim G!P)  Donde viven las historias. Descúbrelo ahora