Hola, mi amor. Aquí estoy. No pienses que me iba a olvidar de ti. Hoy he estado muy ocupado, y no he podido escribirte antes. No es que no haya pensado en tu ausencia. Pienso en ello cada segundo.
Hoy me he levantado con el ruido del camión de la basura a las ocho de la mañana. ¿Por qué narices pasa tan pronto? Aunque ya era hora de levantarme temprano para poder aprovechar un poco la mañana. Cuando me he levantado he visto que la fotografía de nuestra boda estaba sobre el suelo, caída. Ni siquiera lo he oído por la noche, pero el pulso se me ha acelerado como lo habría hecho tras oír el impacto. He saltado de la cama para cogerla. Estaba boca abajo, y al girarla he sentido un dolor agudo en el dedo índice de la mano derecha. La sangre ha empezado a brotar, y ha caído sobre el vidrio partido del marco, manchando nuestros rostros de rojo intenso.
Mi corazón ha empezado a latir a ritmo de heavy metal, y he cerrado los ojos, apretando los párpados lo máximo posible, e intentando ralentizar mi respiración. Como si el fondo negro que captaban mis ojos fuera una pantalla, mi mente ha decidido reproducir una película. La más horrenda posible.
He visto tu rostro, sonriente. Ibas con un jersey azul de lana, de cuello redondo. Poco a poco, como si dos cuerdas tiraran de ellas, las comisuras de tu boca se han ido torciendo, hasta generar una línea recta. No han parado ahí. Han seguido bajando, más allá de tu rostro. Deformando tu sonrisa hasta que se ha vuelto una caricatura de lo que eras. Las cuerdas invisibles no paraban, y parecía que no lo harían nunca. De tus ojos, que ahora estaban tristes, han comenzado a caer lágrimas, que al tocar la piel de tu cara, la han rajado como si cada una de las gotitas fueran cuchillas. Te has llevado las manos a la cara, intentando detener la sangría, pero la gota ha seguido su curso, primero por la palma de tu mano, después por tu muñeca, y el líquido rojo ha brotado también de tus brazos. Estaba paralizado. No podía abrir los ojos. No podía dejar de verte. De verte sufrir. Me arde la culpa en el pecho al pensar que he preferido conservar esa imagen en mi cabeza, solo por verte unos instantes de nuevo.
La imagen se ha esfumado, y la ha sustituido un suelo cubierto de parqué, de color oscuro, imitando la madera, de la cual han brotado, como capullos abriéndose, manchas de sangre oscura.
Como si una fuerza superior hubiese decidido devolverme el control de mi sistema nervioso, he sentido una corriente que atravesaba mi cuerpo, de la cabeza a los pies, y mis ojos han vuelto a captar la luz del día. Seguía frente a la foto, manchada por el líquido expulsado por mis venas, que seguía saliendo, lentamente, del corte. Era como si mi sistema cardiovascular quisiera reproducir lo que acababa de ver. Toda esa sangre, desparramada. He limpiado el cuadro con la manga del pijama, y lo he colgado de nuevo en su sitio, percatándome en lo inoportuno de la grieta, que justo pasaba por entre nuestras manos cogidas.
La imagen de tu rostro en primer plano, justo en el lado izquierdo, estaba también torcida. Tal vez el cuadro había caído por un golpe de viento, pero no recordaba haber abierto las ventanas en ningún momento de la noche. Lo he puesto en su lugar, y me he quedado observándola. No recordaba que tu sonrisa pareciera tan triste, aunque tal vez es, de nuevo, simplemente mi percepción, modificada por la pesadilla en vivo que acababa de tener. Me he acercado más, como si al hacerlo fuera a cambiar la perspectiva de la imagen. Al hacerlo, me ha parecido ver una silueta reflejada en el cristal del marco, y he girado la cabeza rápidamente, para encontrarme solo con una cama deshecha y unas sábanas manchadas con mis genes. Justo en el mismo instante se ha oído un golpe seco. Me he vuelto a girar y tu rostro estaba en el suelo. Lo he cogido y lo he dejado sobre la cama. Con el pulso a mil por hora, he salido del cuarto. He ido al baño y me he lavado la mano, intentando desinfectar al máximo la herida, con agua y jabón. Era un corte fino, pequeño, que recorría desde la yema del dedo hasta la articulación más proximal. Parecía imposible que algo tan fino hubiera causado tal desperdicio en el suelo de la habitación. Me ha llevado a pensar en mí mismo. En cómo una única persona, una entre siete mil millones, había conseguido dar luz a mi vida, y después, con tanta facilidad como quien le quita un caramelo a un niño, se la había llevado junto con el pulso en sus venas.
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Hogar
HorrorEl diario de un hombre en duelo, dedicado a su gran amor perdido. Una casa que ha dejado de ser un hogar. Un pueblo habitado por los recuerdos... ¿sólo por recuerdos? Cada lunes, una nueva entrada en el diaro del protagonista nos adentrará en su esc...