Sé que me culpas por lo que sucedió. ¿Me estás torturando por eso? ¿Por eso me has vuelto a fastidiar la noche con una pesadilla? Ayer te pedí perdón, me disculpé de corazón y expliqué todo lo que había sucedido. Me sinceré contigo. Supongo que tú también lo has hecho, a través de tu diario.
He vuelto a dormir a la cama, como si hubiéramos hecho las paces. Pero sigo teniendo una sensación agridulce en la boca. Supongo que fue mi manera de pedirte perdón: volver a nuestro catre. Aunque tú me lo has compensado con una visión de tu rostro desfigurado a través de mis párpados cerrados. En mi sueño estábamos en nuestra cama. Sentía tu piel bajo mis dedos, suave, algo fría. Estabas tumbada en la cama, conmigo entre tus muslos. Gemías de placer, y yo también, con la vista clavada en el techo de nuestro cuarto. La lámpara de araña que iluminaba la habitación se torsionó y estremeció, haciendo un ruido metálico y estridente, que me hizo dejar ir tus pechos de entre mis manos, para taparme los oídos. La lámpara formó con sus barras de hierro un brazo escuálido, con dedos esqueléticos, de color negruzco. Tú seguías gimiendo, y yo también. Te empujaba contra el colchón con un ritmo frenético. El ritmo de quienes llevan más de un año sin sentirse uno dentro del otro.
El dedo índice de la lámpara de araña apuntaba hacia la cama, indicándome que bajara la vista. Yo lo hice, lentamente, y los ruidos de placer cesaron. No era tu cara. La que había, literalmente, pegada a tu cuerpo, cosida mediante un hilo negro grueso y rugoso. Era la de Nora. Como una máscara, que dejaba entrever unos ojos blancos, sin vida. De golpe, como si hubiera recobrado los sentidos, que ni sabía que había perdido, me sorprendió un hedor a putrefacción, y miré tus brazos más de cerca. Estaban grises, flácidos, huesudos. La tierra los cubría parcialmente, y estaban plagados de negros agujeros. De uno de ellos, salió un pequeño gusano, desplazándose por los restos de quien habías sido, con una calma desconcertante.
Me intenté separar tan rápido como pude, pero sentí cómo tus piernas rodeaban mis caderas, con fuerza, atrayéndome hacia ti. <<¡No!>>- gritaba yo. - <<¡Basta!>>. Bajé mis manos hacia aquella máscara que empezaba a descomponerse, y te la arranqué en un intento de aflojar las dos extremidades huesudas que empezaban a clavarse en mis glúteos con demasiada fuerza. Lo único que logré, fue desprender la máscara de piel, que quedó entre mis dedos, fría y desfigurada, pero no tanto como el rostro que había debajo. Volvía a ser aquel monstruo con tus rasgos. Las comisuras de los labios cada vez más bajas, tanto que parecía que fueran a desgarrarse del resto de aquello que no podía llamarse cara. <<Sigue.>>- decías con un susurro. Entonces he despertado, con la sábana manchada, y me he sentido repugnante por haber eyaculado como si aquella imagen me hubiera dado algún tipo de placer.
No he vuelto a ver a Nora desde lo sucedido. Desde luego, esta pesadilla no ha sido ningún tipo de incentivo para ponerme en contacto con ella de nuevo. Me mandó un mensaje ayer noche, pidiéndome disculpas. <<Yo estaba menos borracha que tú. Debería haber previsto lo que podía suceder. Fui una egoísta.>>. ¿No lo somos todos, en temas de placer? Tú lo fuiste, desde luego, y tengo la impresión de que esta noche lo has sido también. Me lo han indicado los dos hematomas alargados y finos, sobre mis glúteos, cuando he ido a ducharme después de echar las sábanas a lavar. Debería sentir miedo. Supongo que en parte lo siento, pero hay a la vez, dentro de mí, una pequeña sensación de esperanza. ¿Soy egoísta, si prefiero tenerte de este modo, antes que dejarte ir?
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Hogar
HorrorEl diario de un hombre en duelo, dedicado a su gran amor perdido. Una casa que ha dejado de ser un hogar. Un pueblo habitado por los recuerdos... ¿sólo por recuerdos? Cada lunes, una nueva entrada en el diaro del protagonista nos adentrará en su esc...