Hoy he soñado que moría. Podría haberlo clasificado como una pesadilla, pero no se sentía así del todo. Me hallaba en un estado placentero. La imperturbable calma del descanso eterno. Como si mis ojos flotaran en el aire, he visto mi cuerpo vestido con un esmoquin negro, y una pajarita del mismo color, descansando sobre el cuello de una camisa blanca abotonada de arriba abajo. Mi rostro afeitado, la mata de pelo que amenaza con abandonar mi cuero cabelludo, peinada mejor incluso que el día de mi comunión. Reposando con una sábana blanca bajo mi cuerpo inerte, sobre el acolchado del ataúd.
Una figura, esbelta y familiar, me miraba desde un lado. Parecía triste. No le logré verle la cara, pero sabía que eras tú. Acercabas tus labios a los míos, y los abrías poco a poco. Tenían un gusto amargo. Dos serpientes salían de tu lengua, y tomaban mi nariz como escondite. Las sentía subir por mis fosas nasales, y abría los ojos. No estaba muerto. Entonces mi plano de visión volvía a solaparse con el de mi rostro, y veía tu cara, desfigurada por las mismas cuerdas que la última vez que te vi, que seguían tirando de las comisuras de tu boca hacia abajo. Me mirabas con ojos blancos como dos huevos, y alzabas una mano, de dedos afilados como cuchillas, hacia mi mejilla. Tus caricias eran cortantes. Mucho. Sentía cómo la piel se hacía jirones bajo las manos de ese monstruo que era una caricatura de lo que fuiste. <<Por fin juntos>>. No sé si lo dijiste tú o yo, pues aquella voz era familiar y a la vez desconocida. Aguda y grave. Suave y rugosa. No era humana, pero de algún modo sabía que era nuestra.
He despertado sudando, en mi lado de la cama. No recuerdo en qué momento de la noche he decidido desplazar mi sueño del sofá al dormitorio, y tengo la impresión de que no ha sido del todo cosa mía. El diario reposaba, abierto, sobre la almohada que había acomodado tus cabellos castaños. Tampoco recuerdo haberlo dejado allí, pero supongo que con mi apresurada huida después de descubrirlo, no pensé demasiado en la organización de la habitación.
He decidido ignorarlo, y me he dirigido a la cocina para hacerme el desayuno. Mi cerebro había acostumbrado el sentido del olfato al putrefacto olor de origen desconocido, pero de vez en cuando, por algún motivo no identificado, se volvía más intenso, y me desconcertaba durante unos instantes, antes de que mi mente volviera a normalizar su percepción.
He estado viendo a Nora, estos últimos días. Le he comentado que me siento incómodo, en casa. Que siento que estás conmigo, más cerca de lo que nunca lo estuviste. <<Es normal que la casa te despierte esa sensación, teniendo en cuenta que fue el lugar donde acontecía la mayor parte de vuestra intimidad...>>. Pero para mí era más que eso. Había hechos. <<No te estás volviendo loco>>. No lo pensaba, y justo era eso lo que podía ser un síntoma de mi locura. Me era más fácil pensar que era posible que mi mujer muerta estuviera acechándome, y que últimamente se había disgustado por algún motivo, que no imaginarme situaciones más comunes como el sonambulismo, o simplemente la distracción, e incluso la bebida (no te voy a mentir, últimamente he estado tomando alguna que otra copa para poder dormir por las noches).
Evidentemente, Nora no veía la situación del mismo modo, y no tengo la confianza suficiente, ni la garantía de conseguir que me comprenda en este sentido, como para insistir. Podemos coincidir en nuestra situación emocional, pero nuestras experiencias vitales son distintas, y no soy consciente de las que fundamentan su personalidad lo suficiente como para considerar que la conozco. Es frustrante. No siento que pueda hablar con nadie sobre esto. Vaya, justo lo que tú sentías al escribir todo aquello, ¿no?
Nora es una buena amiga, y durante un paseo matutino me ha invitado esta noche a tomar algo en su casa. Supongo que me ha visto más cabizbajo de lo normal. Me ha acabado de convencer cuando ha comentado que ha comprado unas cuantas botellas de Limoncello. A ella le ayudan, me dijo. En el fondo creo que no me ha invitado solo por mí, sino por ella. Lo está pasando mal, y no creo que vivir en este pueblucho con una media de edad de 70 años la motive a imaginarse un futuro con alguna otra persona. Sé que siente que ha tirado su proyecto de vida por la borda.
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Hogar
HorrorEl diario de un hombre en duelo, dedicado a su gran amor perdido. Una casa que ha dejado de ser un hogar. Un pueblo habitado por los recuerdos... ¿sólo por recuerdos? Cada lunes, una nueva entrada en el diaro del protagonista nos adentrará en su esc...