[Capítulo 8] - El Inframundo

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El líquido caliente y metálico bajaba por su garganta sin pausa. Alguien le había acomodado el cuello de forma que pudiera beber sin atragantarse. El caudal de sangre que estaba tomando bajaba desde la muñeca de Nergal hasta su boca sin pausa mientras el alivio y el calor llenaban su cuerpo.

— Cierra los ojos Pequeño rayo de sol— le ordenó Nergal con voz aún más ronca de lo habitual.

La luz que emanaba su cuerpo le impedía verlo con claridad, pero pudo vislumbrar su rostro transfigurado. Era hermoso y terrible. Un dios.

— No trates de verme— añadió con una nota de reproche— puedes quedar ciega.

Pero ella que no era proclive a la obediencia no pudo sino ignorarlo y mantenerse con los ojos abiertos mirándolo a los ojos mientras se aferraba a su muñeca en busca de aquel elixir maravilloso.

Nergal la miraba con adoración, como si fuera lo más preciado en su vida, aquel debía ser el paraíso, y lo habría creído de no ser por los gritos de quienes estaban abajo, de pronto recordó dónde estaban.

Zamit a sus pies ardía, mientras ella se mantenía a salvo en los brazos de Nergal que de alguna manera se había convertido en una criatura luminosa y feroz. Pero ahí abajo también estaban sus amigas.

— Por favor— le dijo con un susurro dejando de beber su sangre— están Astaroth, Tanit y Stara.

Nergal asintió con calma y detuvo el fuego con otro movimiento y enseguida la envolvió con sus alas y descendió hasta el suelo e incluso más allá.

Astarté buscó los ojos de Nergal con terror, ¿Podía el hijo de la Abuela Muerte abrir así la tierra?, ¿Podía provocar semejante infierno?, ¿A dónde iban?

A través de las alas no consiguió ver nada, pero escucho las voces de la tierra ultrajada, abriéndose paso, las rocas tronaron mientras eran apartadas. El aire era apenas respirable, se sentía el olor de las raíces más profundas, el carbón y los minerales. A medida que continuaban bajando el aire escaseaba y el brillo de Nergal era reemplazado lentamente por un aspecto más normal.

Él liberó uno de sus brazos y le cerró los ojos con una caricia. En cuanto estuvo cegada una luz tenue atravesó su crisálida. Advertida por el fulgor abrió los ojos y la vista la dejó petrificada.

Estaban bajo un cielo anaranjado y luminoso, aunque sin sol. La vista alcanzaba para ver montañas tan altas que sus cumbres parecían arañar el cielo, al sur un mar lejano que parecía extenderse hasta el horizonte; al norte una cadena de montañas que eran atravesadas por un río que brillaba como la plata, desierto al este y bosques al oeste. Pequeñas y grandes ciudades llenaban el paisaje, pero eran apenas un punto en comparación con el resto del vasto paisaje.

Nergal sonrió de medio lado, satisfecho por haberla impresionado. Pero pronto su sonrisa se vio eclipsada por el peso de la verdad, había traído a una mortal al reino de los muertos. Por largos años su madre había cuidado de su identidad y su poder, pero ahora más allá de sus hermanos y ella, otra persona más compartía la verdad. Astarté estaba viva, pero no sería libre.

Con las alas extendidas y mientras pensaba cómo decirle que ahora estaría cautiva, vio a la distancia a sus hermanos acercarse, sabía que ellos sentirían su presencia, pero esperaba que su llegada se hubiese demorado unos minutos más.

Descendió sobre la Montaña Gris cargando a Astarté. La dejó pisar tierra y la puso bajo su ala mientras esperaba que sus hermanos se presentaran.

— ¿Dónde estamos? — preguntó Astarté temblando a su lado.

— En el Inframundo, mi hogar— respondió Nergal con calma— no debes temer, estamos a salvo.

Miró su rostro constreñido por el frío y busco a través del hilo que los unía una señal clara de lo que estaba sintiendo, pero el lazo estaba en absoluto silencio. Asustado extendió su mano para pegarla contra sí. Tal vez había esperado demasiado para darle de su sangre, buscó en su brazo una señal de pulso y este brincó rítmicamente. Estaba viva, pero ¿por qué ya no podía sentirla?

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⏰ Última actualización: Mar 27 ⏰

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