El Jardín de Laila brillaba bajo el sol, era tiempo de cosechar las flores medicinales que procurarían la salud de la familia real. Las sacerdotisas recorrían los campos de flores con morrales y sus cabezas cubiertas por velos que las protegían del sol.
En tanto al norte del jardín las dos princesas menores eran entrenadas por Medrian. Las dos hijas de Nebu habían crecido fuertes y saludables, pero era la mayor de las princesas la que acaparaba toda la atención en la corte.
La máscara que cubría su rostro ocultaba una belleza que solo podía ser imaginada por los nobles y que era, por lo mismo, causa de ensoñaciones, sonetos y cuadros de quienes juraban haber visto, aunque fuera por accidente a la joven princesa.
La niña llevaba la máscara desde el día mismo de su nacimiento y solo Merisha conocía su rostro, pero su cabello rojo y refulgente era conocido por todos, eso y el milagro que había visitado Trishava desde su nacimiento.
Había ocurrido que, desde el nacimiento de la princesa, la tierra había multiplicado sus beneficios de tal forma que nadie lograba acabar sus recursos, el hambre se volvió una cosa desconocida y cuando llegó su quinto cumpleaños no hubo sacrificios. Las aves, todas ellas y en toda Trishava, cantaron la canción de la vida y la muerte.
Ese mismo día Merisha había ordenado que la princesa tomara un séquito de niñas, por su seguridad, que pudieran servir como señuelo en caso de que alguien quisiera atacarla. Familias de todos los estamentos habían llegado a la Ciudad de Plata ofreciendo a sus hijas pelirrojas para que pudieran ser parte de ese grupo.
Ahora que tenía once años y el milagro se había repetido las voces que la llamaban la hija del Gran Tehom se habían multiplicado a tal punto que era imposible conservar en secreto esta esperanza de los visitantes que año a año se presentaban en la Fiesta de la Cosecha.
Desde entonces la reina vivía en un estado ambivalente: por un lado, la embargaba la profunda esperanza de encontrarse en los tiempos más gloriosos de su reino; y por otro lado tenía la terrible certeza de que esa niña que todos adoraban no era su hija, sino una criatura implantada por el propio Tehom. ¿Cómo amarla? Cuando había tomado la vida de su primogénito para hacerse con su vientre y crecer en el nido usurpado a su bebé.
A veces la veía entrenar con sus "hermanas" y sentía cada uno de los golpes de su espada de entrenamiento como una afrenta. La veía doblegar a Hadassa y Choden como si no fueran nada más que herramientas a su servicio; las atacaba sin compasión como si fueran sus enemigas; y se lanzaba por sobre ellas hasta dejarlas al borde de los ruegos.
Sentía como la sangre se congelaba en sus venas cuando las sacerdotisas no intervenían, y alababan su técnica y efectividad. Mientras la usurpadora se alzaba sus princesas eran ignoradas. Por momentos la odiaba, y era incapaz de ver a la niña como algo más que una pesada maldición que cargaba sobre su cabeza.
Sabía que sus nobles ya anhelaban su muerte para coronar a la niña, podía ver cómo las reverencias para ella eran cada vez más frías mientras las para Astarté estaban llenas de un creciente fanatismo. Mientras la niña crecía ella menguaba y ese pensamiento era el más terrible de todos, porque sabía que Tehom lo leía en su corazón siempre que visitaba el jardín.
En tanto, lejos de los miedos de la reina Merisha cumplía con su labor formando la mente de la pequeña Astarté. Los años la habían acercado a la criatura que en un comienzo fuera la mayor fuente de sus temores, lo cierto era que distaba mucho de ser una niña normal, Merisha veía su propensión a la violencia, y cómo quería ponerse constantemente en la cima de cada cosa que se le asignaba. Ese empeño por ser la mejor en cada cosa hacía que las otras niñas, en especial la pequeña Hadassa, le guardaran algo de rencor. Incluso entre el séquito de niñas que le habían asignado no había conseguido hacer amigos, pero poco le importaban los otros niños. Astarté parecía disfrutar mucho más de la vida de la corte y de los regalos que recibía con cada visita que recibían.
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Hijos de las tinieblas y el caos
FantasyNergal y Astarté están unidos por el destino, el amor y el deber, pero su unión está predestinada al fracaso desde su origen. Ambos son hijos de míticas y terribles criaturas conocidas como dioses, cuya naturaleza egoísta ha llevado al mundo a cons...