Capítulo 1. La mia musa.

395 44 25
                                    


Junio 2025.

El suelo es frío, frío y blanco, las baldosas expulsan un olor nauseabundo a cloro, sin embargo, es lo único que me ancla a la realidad, pasan y pasan más segundos, minutos, horas.

Cada vez me aferro más a mi misma, abrazo mis piernas como si fuera ella a quien estoy abrazando. Mi imaginación hace de las suyas y pienso que estoy en su cuarto, en su cama, ella abrazada a mi, acostada en mi pecho, mientras le leo una historia de época.

Pero ese maldito olor a cloro me tiene que traer a la realidad, eso y que esos zapatos blancos, de suela chirriante pasan en repetidas ocasiones frente a mi, corriendo con prisa y desesperación, no estoy en su cuarto, no estoy oliendo su perfume olor granada, estoy en el suelo de un hospital rezando por ella.

¿Por qué Jennie? ¿No podías esperar un poco más?

Las lágrimas me abordan nuevamente, ya solo se deslizan por mis mejillas, es inútil tratar de detenerlas, cada una sigue el mismo camino marcado por la anterior en silencio. Estoy segura de que mis ojos deben estar hinchados y estúpidamente rojos.

Jennie

La necesitaba a ella, aquí conmigo, su calor corporal derritiendo mi helado interior.

Por favor dios, déjala conmigo, hazme un solo favor en esta vida y no te la lleves, ya tienes muchos ángeles allá arriba, ¿puedes no ser egoísta y permitirme disfrutar más de ella?

Déjame ser feliz, déjame con ella.

Me doy cuenta de que sigo un leve meceo en el que golpeó repetidamente cada segundo mi cuerpo contra la pared, reposo un poco mi cabeza sobre mis rodillas, duele, supongo que de tanto llorar y la luz blanca, blanco por todas partes.

Jennie, Jennie, Jennie, Jennie.

Su nombre es un mantra ahora mismo, tal vez, si sigo repitiéndolo, se quede conmigo, que escuché mis ruegos y no se vaya.

Se fuerte Jennie, dijiste que nunca me dejarías sola, no rompas tu promesa, se fuerte y mantente conmigo, mi corazón te necesita, mi cuerpo y mi alma lo hacen.

Jennie, tú no rompes tus promesas, no lo hagas ahora.

El último mensaje que enviaste aún resuena en mi mente.

Musa ✨
No es necesario que vengas, mi madre lo hará.

Sí era necesario, ¿por qué me mentiste? Tú nunca mientes.

Las pisadas de los enfermeros y una camilla rodando a toda velocidad llaman mi atención y me sacan del lugar seguro que había creado en mi propia mente. Estoy en el hospital, esperando a Jennie, me siento inútil aquí sentada en el piso haciendo nada mientras ella lucha por su vida. No es justo, para nada justo.

¿Podrías llevarme a mi y no a ella? Miro hacia el techo tratando de seguir mi conversación con Dios, en momentos como estos, la creencia de su existencia era a lo único que me aferraba, mi única esperanza.

Al bajar mi vista nuevamente, me encuentro con la señora Kim, su mirada se encuentra perdida, viendo a la nada. A ambas nos habían arrebatado a nuestra ancla y estábamos a la deriva.

—¿Familiares de la señorita Kim Jennie?— la voz grave del doctor llamó nuestra atención, rápidamente me puse de pie, no sabía cuánto tiempo me había quedado en esa posición, pero mis articulaciones tronaban y estaban reacias a acomodarse a esta nueva postura.

La mamá de Jennie se paró frente al doctor y yo me coloqué detrás de ella.

Ni siquiera pude escuchar lo que dijo el médico, solo sentí cuando la Señora Kim se desplomó sobre mi y un grito con el que pudo desgarrar su garganta.

BayaderaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora