Recuerdos.

687 63 12
                                    

            TW: ABUSO, MALTRATO.

Odiabas tu infancia.

Lo que había sido, como tu madre te había criado y como las cosas entre ambos de tus padres era un asco. Claro, una mujer religiosa, devota a Dios y un hombre machista, tan inculto e ignorante que te causaba náuseas recordarlo. Nunca lo sentiste como un padre. Ni a ella como a una madre. Ninguno de los dos se amaba y estaba dado por hecho, la forma en la que se trataban, los gritos, insultos, peleas, golpes y maltratos por parte de tu padre hacia tu madre te enloquecía. Tan solo eras una niña. No entendías nada.

No sabías lo doloroso que había sido para tu madre casarse con un hombre al que ni siquiera amaba solo porque quedó embarazada de él. De ti. De la maldición que la obligó a permanecer atada a él. Al demonio. Todos los días pensaba eso, todos los días rezaba porque desaparecieras, por las peleas, por los malos ratos y golpes que tenía esparcidos por su cuerpo. Soñaba con todos los días deshacerse de la pequeña niña que no tenía la culpa de nada y te sentías culpable de cosas que ni siquiera habías hecho.  A tan temprana edad, quedándote por las tardes en la iglesia rezándole a Dios por su misericordia. Tan solo doce años, suponiendo que deberías estar viviendo una infancia alegre, saliendo con tus amigos y disfrutar de divertidos juegos pero estabas aquí, de rodillas rezando, pidiendo por favor que algo cambiase. Tomando actitudes de tu madre, proyectando la madurez e inmadurez que habías tenido que adoptar por la soledad que sentías. Te sentías sola, tan sola que en la única persona que lograste buscar ayuda fue en ese hombre.

El cura de la pequeña iglesia en tu pueblo local, el mismo hombre que procuró rezar por ti y que ahora tenía sus manos sobre ti. Te sentiste asqueada, recordando con tanta vividez esas manos ásperas que habías tenido encima, recordándolo mientras era otro hombre el que te tocaba ahora. Manos gentiles. Manos. Dedos. Suavidad.

Cerraste los ojos, sumergiéndote de vuelta en tus recuerdos. Ahora estabas parada frente a tu madre, quien fumaba un cigarrillo mientras te observaba en silencio, analizando tu nerviosismo, la forma en la que tus manos temblaban, como evitabas su mirada a toda costa y abrías tusa labios de forma temblorosa.

"Mami..Puedo..Quiero.."

Escuchaste un resoplido, sintiendo luego su mano tomarte por el mentón con fuerza para que la miraras a los ojos mientras hablabas. Miraste esos ojos cansados, en los que veías tu propio reflejo. Miedo. Sentías tanto miedo que la voz te llegaba a tiritar. Tragaste con fuerza.

"Háblame, niña. Háblame."

En silencio la miraste antes de lentamente abrir tu boca. Las palabras salieron de ti como un vomito que no podía ser detenido. Cubriste tu boca de inmediato, sintiéndote avergonzada por lo que habías preguntado: "¿Mami, cómo se hacen los bebés?"

Una pregunta inocente, para una niña inocente. Nunca te habían enseñado sobre educación sexual, o sobre educación en general. Tu madre nunca se dió el tiempo de nada, quizás algunas veces, te dió lecciones de como escribir, o quizás de como leer algunas veces. Lo próximo que sentiste fue un ardor en tu mejilla que te hizo tambalearte, cayendo de trasero hacia atrás mientras colocabas una de tus manos sobre la mejilla enrojecida aun intentando procesar lo que había sucedido. Con los ojos llenos de lágrimas la miraste, ella estaba enfurecida, el cigarro había caído al piso consumiéndose allí.

"¿Cómo puedes?..Eres una ingrata malagradecida.."

Dijo entre dientes tu madre, sus manos te sostuvieron por los brazos para ponerte de pie nuevamente, sacudiéndote con demasiada fuerza una vez estuviste completamente de pie frente a ella de nuevo.

"¿Quieres saber de dónde vienen?..¡Pues te explicaré!"

Las próxima palabras que habías escuchado quedaron impregnadas en tu cabeza, haciéndote querer vomitar de la ansiedad que se había creado en tu estómago por todo lo que estaba sucediendo.

"Ellos vienen de hombres que saben aprovecharse de niñitas estúpidas como tú que lo único que quieren demostrar es que son "grandes". Porque niñas como tú, son inseguras."

En silencio la observaste. Esos ojos que solo reflejaban el odio que te tenían. Nunca sentiste aprecio por su parte, ni un poco de cariño, ningún cuidado maternal que te hizo adorarla. Pero aún así la amabas. Era tu madre después de todo. Pero fue en ese momento en el que despertaste de tu profundo sueño, de esos recuerdos, cuando volviste a recordar con quien estabas, cuando volviste a sentir el peso sobre tu cuerpo que te prohibía de respirar demasiado bien.

Tus ojos cayeron sobre ese cabello desordenado y corto, de esas manos fuertes aferrándose a tu pequeño cuerpo a comparación del suyo. Nunca ibas a encontrar la paz, lo sabías demasiado bien como para engañarte a ti misma con eso, deslizaste tus dedos por esas hebras suaves, tirándolas suavemente para ver su rostro, oíste como se quejó bajito y su nariz se arrugó un poco.

Traerías el infierno para él o quizás él para ti. Por el momento solo querías disfrutar un poco de lo que era estar con él, tenerlo entre tus brazos como un niñito necesitado del cariño de su madre. Tal vez ambos no eran tan diferentes en ese sentido, era más que probable que ambos tenían un pasado parecido, dos niños huérfanos que terminaron en la situación en la que están ahora. Buscando refugio en los brazos de alguien más. Igual de dañados.

needless and pins | König.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora