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Sus ojos abiertos y definitivamente menos ansiosos pasean al reloj en el horno moderno y muerde sus uñas: totalmente nerviosa.

El postre Tiramisú está más que frío en el congelador. Listo para degustarse. Pesando en su conciencia como un asesinato premeditado, bueno, no tan así. Nadie murió.

Aún.

Gime frustrada, golpeando su frente en la encimera mientras coge fuerzas para llevar a cabo la locura que acaba de idear toda la tarde.

El auto de Hannibal estaba aparcado enfrente de los edificios, mostrando que el doctor acabó con todas sus actividades del día.

Sabe bien, al menos es consciente de que falta mucho para que se comience a desarrollar los eventos canon del programa. Aunque no sabe exactamente cuánto. Había investigado y las desapariciones de las chicas aún no habían comenzado o no había registro al menos.

Lo que dejaba un margen de meses a la primera aparición.

Había investigado también a Will Graham, y seguía apareciendo lo mismo:

Ex-detective. Profesor en la academia del FBI (Quantico - Virginia).

Su más reciente obsesión.

No está especialmente orgullosa de admitir que ha estado planeando un encuentro con el bonito Will Graham, no es como si estuviera enamorada del hombre o se sienta atraída de una forma más que romántica. Es solo la emoción estridente de ver uno de sus personajes materializarse antes de ser un completo asesino.

Dejemos ese churro para alguien que pueda comérselo. (Hannibal).

Es un poco absurdo decir que considera a Will como un cachorro, un cachorro que necesita ser protegido después de que despierte su asesino en ciernes interior.

Al menos ella puede desaparecer en esos momentos.

Hay algo realmente bonito en el Will psicótico. Una especie de poder que lo hace más recto y seguro de sí mismo. El hombre despierta sus instintos saliendo mágicamente de su estado neurodivergente para convertirse en algo más letal y salvaje, un monstruo; y los lobos correrán en manadas.

Los lectores tenemos esa cosa de perseguir el peligro. Encontrar atrayente un asesino qué no dudaría en matarnos para satisfacer la sensación perversa y oscura dentro de ellos.

Tararea unos momentos haciendo un bajo barítono en su garganta. El reloj ya estaba a un cuarto para las nueve.

Más que tarde aquí, y es motivo suficiente para ignorar los latidos de su corazón y la sensación agonizante de un derrame inminente para coger el postre del refrigerador y salir en dirección a la puerta.

—Tú, no.— Apunta al perro que la sigue a la entrada. El trasto frío bailando en sus palmas. Lo fulmina ganando que retroceda. —Ya has hecho suficiente, Tequila. Espera aquí, volveré en unos momentos.— Detiene el movimiento de la puerta y se gira a mirarlo con urgencia. —O tal vez no.—

Y antes de que pueda poner un pie en la alfombra exterior con un lindo “welcome” escrito, cierra la puerta de golpe y pega su espalda a la madera. Entrando de nuevo.

El perro ladea la cabeza.

—No puedo hacerlo, Tequila. Estaría mintiendo si digo que no me tiembla hasta mi pequeño trasero.— El perro tonto ladea su diminuta cabeza hacia el otro lado y ladra dos veces. —Sí, tienes razón, estoy siendo estúpida, hablando contigo como si alguno de nosotros nos entendieramos.— dice en un tono absurdo.

Con un resoplido se separa de la puerta y cuenta al menos hasta el cien; contando hasta veinte, saltandose el cuarenta y llegando hasta el cincuenta y seis. Cuadra los hombros varias veces y mueve la cabeza liberando tensión antes de abrir finalmente la puerta y  recorrer el camino de entrada en automático.

Beauty and the beast's.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora