9. La línea de meta

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"Para qué sirve el arrepentimiento, si eso no borra nada de lo que ha pasado."

-José Saramago



El fin de semana fue duro

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El fin de semana fue duro. No solo porque me tocó escuchar (otra vez) como mis padres discutían y se echaban mutuamente las culpas por no haber sabido educar a unos adolescentes que no daban más que problemas. Esa era una de las consecuencias que no te contaban de tener un hijo adicto a las drogas, manipulador y narcisista, y otro obsesionado con la novia de este. Me sentía atrapado, sin saber cómo ayudar o manejar la situación. Cada discusión que escuchaba era un golpe a mi estabilidad emocional, recordándome lo inestable que se había vuelto mi hogar. Anhelaba la paz de antaño. Aquella de hacía unos años, cuando Andrew se sentía orgulloso de llamarme hermano.

Intenté sosegar la situación, diciéndole a mis padres que buscar culpables no iba a mejorar las cosas, y mucho menos arreglarlas. Pagaban sus propias frustraciones con la persona que más cerca tenían, intentando no odiarse a sí mismos en el intento. Pero mis palabras se perdían en el viento, así como aquellos días de paz que parecían un sueño irrepetible.

Aquel domingo me puse la mochila y metí la ropa en mi bolsa de deporte.

—¿A dónde vas? —La voz de mi padre me hizo fruncir el ceño.

—Me voy a casa de Paul —dije decidido—. Prefiero estar allí que aguantar vuestras discusiones siempre que vuelves. Estamos más tranquilos cuando no apareces por aquí.

Pasé lo que quedaba de día con Paul, jugando videojuegos y charlando sobre cosas triviales mientras pegábamos tragos a la botella de whisky que le había robado a su padre. Era reconfortante tener esa sensación de normalidad, incluso si solo era temporal. Sin embargo, en el fondo de mi mente, seguía rondando la preocupación de no ser lo suficientemente bueno para ellos. Aunque escapar de casa me daba un alivio momentáneo, sabía que eventualmente tendría que enfrentar la realidad y buscar una solución a nuestros problemas familiares. Y sabía perfectamente que el cambio debía empezar en mí.

Intenté hacer vida normal. En el instituto atendía en las clases, sacaba buenas notas y asistía a los entrenamientos. Hacía tiempo que había dejado mi guitarra a un lado, preocupándome solo de patear un balón y sonreír a las chicas que me rodeaban. Había encontrado la manera de hacer más llevadero ese foco de atención, y era sumergirme completamente en él.

Los viernes y sábados solía pasarlos fuera de casa,  utilizando de excusa a un amigo del que me había alejado completamente. Iba a alguna fiesta, bailaba y bebía hasta el punto de liarme con cualquier chica sin sentir remordimientos. Mi primera vez fue con Amber y después de ella vinieron otras más. Les daba igual ser solo de una noche, y yo nunca les dejaba llegar a más, había una regla no escrita que todas conocían bien: No tocar y no quitarme la camiseta.

Antes de la Apuesta (2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora