8. Charla amistosa

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"Todos tenemos un poco de esa bella locura que nos mantiene andando cuando todo alrededor es tan insanamente cuerdo."

Julio Cortázar



Cuando Annie aparcó el coche en frente de la casa de los Vernon la miré con molestia y me desabroché el cinturón de mala gana

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Cuando Annie aparcó el coche en frente de la casa de los Vernon la miré con molestia y me desabroché el cinturón de mala gana. Estaba realmente enfadado porque hubiera tenido la brillante idea de llevarme de "emergencia" con Helen, la cual tendría mejores cosas que hacer en su día libre que atenderme a mí. Yo estaba bien, realmente lo estaba. Y que escribiera en mi ordenador un plan de acción para ayudar a Alyson no indicaba lo contrario. Aún así salí del coche, dando un portazo y caminando hasta la entrada, donde esperé a que mi madre tocara al timbre. Cuando se acercó me observó con una mirada que se iba suavizando conforme mi frustración crecía, tocando a la puerta y esperando hasta que Helen abrió la puerta.

—¡Hola Annie! —dijo calidamente antes de posar sus ojos sobre mí —¿Cómo has estado, querido? —Sonrió de una manera que pretendía ser reconfortante.

—No debería estar aquí. —Suspiré sin una pizca de emoción mientras entraba en la casa, dándole la espalda a las dos mujeres.

—Lo entiendo. —El tono de voz suave de Helen me sacó de mis casillas, pero intenté controlarme, caminando hasta la sala que tan bien conocía —. ¿Qué te parece si preparo un té y me cuentas tu plan para ayudar a Alyson?

No me dio tiempo a contestar, ya que se esfumó a través del umbral con demasiada rapideza.

—Intenta no hablarla así, solo quiere ayudar.

—Y tú no deberías hacer esto —dije cruzándome de brazos y evitando su mirada.

Annie rodó los ojos, pero conservó esa paciencia que solo las madres parecen poseer. Suspiró y se sentó a mi lado, mirándome con firmeza.


—Lo hago porque me preocupo por ti. Y porque a veces necesitamos hablar con alguien que no esté tan... Involucrado.

Solté una risa incrédula.

—Mamá, su hija es la mejor amiga de Alyson. Está tan involucrada como nosotros. Además, te repito, estoy bien.

¿Se pensaba que era idiota? Helen a parte de la madre de Leia, era psicóloga, no una amiga de charla. Eso era ridículo. Estar aquí lo era.

Permanecimos en silencio hasta que Vernon volvió con una bandeja entre las manos. En esta habían varias tazas, una tetera y algunas pastas de acompañamiento.

Cuando la madre de Leia se sentó en uno de los sillones después de servir el té, me sentía menos a la defensiva.

—Me ha dicho Annie que has estado trabajando en un plan para ayudar a Alyson, eso es increible.

Observé la taza que sujetaba entre mis manos, evitando todo contacto visual.

—Solo... —Suspiré.

Los "Estoy bien" ya no parecían surgir efecto.

—Entiendo tu preocupación por Alyson, cariño. Todos lo estamos. Pero para cuidar a otros debes estar en condiciones de hacerlo.

—No necesito estarlo. Solo necesito asegurarme de que ella lo esté.

—Ignorar tus necesidades no te hacen más fuerte, y mucho menos más capaz de ayudarla.

Se puso las gafas y abrió su libreta, aquella que siempre tenía cuando venía a visitarla. Sabía que tenía razón, pero no quería admitírmelo a mí mismo. En todos estos meses solo había ansiado ayudar a Alyson, y mi obstinación en negar mis propias emociones me estaban desgastando. Quizá, después de todo, no estaba tan bien como pretendía aparentar.

—Mira Matthew, lo que te voy a decir quizá sea difícil de aceptar, pero es importante. —Me observó por encima de las gafas, asegurándose de que captara toda mi atención —. Tu deseo es admirable, realmente lo es. Pero hay una diferencia entre apoyar a alguien y sacrificar tu bienestar por esa persona. No puedes verter de un vaso vacío.

»No estoy diciendo que no debas ayudarla —prosiguió —. Si no que encuentres un equilibrio. Permítete sentir, sanar... Solo así conseguirás ser el apoyo que ella realmente necesita.

—¿Y cómo hago eso? —pregunté, dispuesto a escuchar.

Siempre había pensado que mi amor y preocupación por ella podría hacerme invulnerable a mis propias cargas. Pero ignorar mi dolor no lo hacía desaparecer; solo lo enterraba en lo más profundo, donde crecía de forma silenciosa, debilitándome cada día un poco más. Helen me observó con ternura, casi de forma maternal, como si viera a su propia hija reflejada en mí.

—Empieza por aceptar que está bien no estar bien. Busca apoyo, yo estoy aquí siempre que lo necesites, al igual que Annie. Y recuerda, cuidarte a ti mismo no es un acto de egoísmo; es la base principal para poder cuidar de otros.

Sus palabras quedaron grabadas a fuego en mi mente, enfrentando la verdad: mi bienestar era tan importante como el de Alyson. Si quería ser útil, primero tendría que atender mis propias heridas, y eso no implicaba olvidarla o dejarla a su suerte.

Helen se quitó las gafas y cerró la libreta en señal de que nuestra sesión improvisada había concluido por el día. Observé en silencio como hablaban nuestras madres, dando pequeños sorbos del té y escuchando una felicitación demasiado alegre por parte de la señora Vernon cuando mi madre le contó que había vuelto al equipo. Pregunté por Leia, quizá hablar con la única persona que podría entenderme realmente me ayudaría, pero no se encontraba en casa. Había ido a la biblioteca con sus hermanas y no volvería hasta la noche.

Cuando se acabó el té, Annie me hizo un gesto con la mano en señal de que nos íbamos y le agradeció a Helen (una vez más) por haberme atendido tan precipitadamente. Ella respondió que sin problema, y me prometió volver a la semana siguiente, a lo que gruñí en señal de aprobación.

La vuelta no fue demasiado incómoda. La radio sonaba de fondo mientras observaba por la ventana del coche. Había bajado la ventanilla, por lo que el aire frio se colaba alborotando mi pelo y congelando mi aliento. La charla con Helen me había traído demasiadas emociones, y muchas de ellas las quería ignorar. Siempre había pensado que ser fuerte por ambos era lo correcto, que el dolor era lo que merecía sentir en vista de las circunstancias de Alyson, pero quizá estaba equivocado.

El camino a casa nunca me había parecido tan largo. El peso de los meses comenzaba a aligerarse, pero por mucho que fuera más fácil de comprender, todavía no podía dejar de sentirme culpable. Al final todo lo que había ocurrido era mi culpa, y tendría que cargar con ella eternamente.

Al cruzar el umbral de mi hogar, que se sentía demasiado grande para una familia que había quedado rota, abracé a mi madre y sollocé en su pecho, suplicándole que me perdonara. Annie me respondió que no había nada que perdonar mientras revolvía mi pelo, proponiéndome elegir una película mientras ella encargaba una pizza. Asentí con una pizca de ilusión cuando ella limpió mis mejillas, hacia mucho que habíamos dejado nuestro pasatiempo de lado.

Me tumbé en el sofá y encendí la televisión. Conforme hacía zapping en el catálogo, intentando elegir alguna interesante pero sin prestar del todo atención un nudo se me incrustó de vuelta en la garganta.

¿Serías capaz de perdonarme por seguir mi vida... sin ti?

Antes de la Apuesta (2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora