Capítulo 1

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Capítulo 1

Eran más o menos las nueve de la mañana, demasiado temprano para mí. Estuve un rato haciendo fiaca y aun así no tenía ganas de levantarme, mucho menos tratándose de un domingo. Pero mamá me había hecho prometer que no me levantaría recién para la hora del almuerzo, como hacía siempre. Ese día vendrían de visita los tíos de Pedro, mi padrastro.

Me dispuse a realizar uno de mis más sagrados rituales. Lo hacía antes de levantarme, y luego, de nuevo, antes de ir a dormir: una buena paja para despejar el estrés. Estaba en plena faena, fantaseando con las más hermosas mujeres de Argentina, con mi mano envuelta en mi verga totalmente al palo, jalando frenéticamente, cuando la puerta se abrió estrepitosamente.

—¡Los tíos llegan en media hora!

Desde la entrada de mi cuarto me miraba Florencia, mi hermanastra. Primero se quedó observándome, sorprendida, pero no tardó en aparecer en su rostro un gesto de sorna.

Yo estaba cubierto por un acolchado, pero a la altura de la pelvis se había formado una pequeña montaña, debido al movimiento de mi mano, cosa que dejaba en evidencia lo que había estado haciendo. Además, por si eso no bastara, mi cara de vergüenza y culpa habrían despejado cualquier duda que ella tuviera.

—Perdón, no sabía que estabas ocupado —dijo Florencia, largando una carcajada—. Me pidió tu mamá que te avise que te vayas preparando. Pero ahora le digo que enseguida "acabás" con lo tuyo y bajás —agregó después, sin ningún tipo de piedad, dejando en claro que se había percatado de que estaba con las manos en la masa.

—No seas boluda, no estaba haciendo eso —mentí inútilmente, sintiendo el calor subiendo por mi rostro, poniéndome más colorado de lo que ya estaba—. Y de todas formas deberías golpear antes de entrar —le eché en cara después, agarrándome del más mínimo detalle para intentar desviar el asunto hacia otro lado, cosa totalmente inútil, como era de esperar.

—Sí claro, quedate tranquilo que la próxima lo hago —dijo ella, cerrando la puerta a sus espaldas.

Me dejó con la palabra en la boca, totalmente humillado. Realmente me caía mal esa pendeja. Siempre buscaba la manera de hacerme quedar mal. Era todo lo contrario a mí, y ese no de notaba solo en nuestra personalidad. Florencia destacaba por su inteligencia. Terminó la escuela con promedio de nueve ochenta, cosa casi imposible de lograr en el exigente establecimiento privado al que asistía. Desde hacía ya dos años tenía un emprendimiento de bijouterí con el que ganaba suficiente dinero para comprarse sus cosas (la mayoría, ropa) sin necesidad de acudir a su papá, y ahora había ingresado a la universidad, y en el primer año ya había metido ocho materias, lo que significaba que si seguía a ese ritmo, terminaría la carrera en el tiempo récord de cuatro años. Era una joven ejemplar, con las aptitudes que todo padre querría para su hija.

Era imposible no compararnos. Yo ni siquiera había pasado el curso de ingreso universitario, y eso que lo intenté tres veces. Y en mi último trabajo había durado sólo cuatro meses. Florencia me llamaba despectivamente Nini (Persona que ni estudia ni trabaja), lo que me hacía sentir degradado cada vez que tenía que depender de que mamá me tirara unos pesos, o peor aún, cuando debía acudir al padre de Florencia. Era realmente despreciable conmigo, no perdía la oportunidad de dejarme en ridículo cuando yo emitía una opinión sobre política, sobre cine, o incluso, sobre fútbol (Hasta en esa temática me superaba). Su habilidad para el habla hacía que pareciera que podía manejar cualquier tema, e incluso cuando estaba convencido de saber más que ella en determinado tema, la desgraciada siempre se las arreglaba para señalarme algún error en mis argumentaciones.

Su papá, Pedro, y mi mamá, Rosa, se habían juntado hacía un par de años, siendo ambos bastante veteranos. Esa unión era una apuesta por la que nadie daba dos pesos, pero para sorpresa de todos (sobre todo la mía), la cosa iba muy bien, y no había la menor señal de que se tratara de una relación efímera. Más bien al contrario, parecían dos adolescentes que descubrían el amor por primera vez. No fueron pocas las veces en las que me sentí profundamente avergonzado cuando los encontraba toqueteándose en cualquier rincón de la casa, como si fueran dos quinceañeros que acababan de iniciarse en la sexualidad.

La odiosa de Florencia. +18Donde viven las historias. Descúbrelo ahora